Ana
La semana transcurrió para Ana con una mezcla de anticipación nerviosa y un intento consciente de mantener la calma. La idea de tomar un café con Santiago rondaba sus pensamientos, a veces como una suave melodía de esperanza y otras como un estribillo ansioso de posibles escenarios negativos. Se sorprendió a sí misma revisando su armario más de lo habitual, dudando entre varias prendas como si la elección de su ropa pudiera de alguna manera dictar el éxito o el fracaso del encuentro.
El día finalmente llegó, un jueves por la tarde bañado por una luz dorada. Ana llegó a la cafetería unos minutos antes de la hora acordada, eligiendo una mesa discreta cerca de la ventana desde donde podía observar la calle sin sentirse demasiado expuesta. Su corazón latía un poco más rápido de lo normal, y sus manos estaban ligeramente húmedas a pesar del fresco aire acondicionado del local. Intentó concentrarse en el menú, pero las palabras danzaban ante sus ojos.
Pocos minutos después, Santiago apareció en la entrada, sonriendo al verla. Su presencia irradiaba una tranquilidad que contrastaba con el torbellino de emociones de Ana.
-Hola Ana -dijo, acercándose a la mesa-. Perdona si llego justo a tiempo.
-Hola Santiago -respondió Ana, intentando que su voz sonara más relajada de lo que se sentía-. No te preocupes, acabo de llegar hace un momento.
Se sentaron y pidieron sus cafés. Mientras esperaban, un silencio breve pero no incómodo se instaló entre ellos. Ana lo observó discretamente. Había una calidez genuina en su mirada y una suavidad en sus gestos que la hacían sentir ligeramente más tranquila.
-Así que... poesía -comenzó Santiago, con una sonrisa amable-. ¿Has estado pensando en algún poema en particular desde nuestra conversación en la biblioteca?
La pregunta la tomó un poco por sorpresa. Había estado tan centrada en el encuentro en sí que no había pensado mucho en la poesía.
-Eh... no realmente. Pero estuve recordando lo que dijiste sobre encontrar emociones familiares en palabras nuevas. Me pareció una forma muy bonita de verlo.
-¿En serio? Me alegra mucho -respondió Santiago, sus ojos brillando con entusiasmo-. Tengo algunos poemas que creo que te gustarían. Son de autores que realmente capturan esa sensación de... no sé... de estar un poco al margen, pero encontrando belleza en ello.
La conversación fluyó con una facilidad sorprendente a partir de ese momento. Hablaron de sus poetas favoritos, de los libros que estaban leyendo actualmente, e incluso tocaron ligeramente el tema de sus clases. Ana se sintió cada vez más cómoda, permitiéndose reír y compartir sus propias opiniones sin la constante autocrítica que a menudo la acompañaba en las interacciones sociales.
Santiago escuchaba atentamente, haciendo preguntas reflexivas y mostrando un interés genuino en lo que ella decía. No había juicios en su mirada, solo una curiosidad amable y una aceptación tácita. Para Ana, era una experiencia inusual sentirse tan validada y escuchada por alguien que apenas conocía.
Sin embargo, a medida que la conversación se volvía más personal, una pequeña punzada de ansiedad comenzó a asomarse. ¿Cuánto debía revelar de sí misma? ¿Cuándo sería el momento en que él vería el "ruido" detrás de su fachada tranquila?
Mientras se despedían fuera de la cafetería, la suave brisa de la tarde revolvió ligeramente el cabello de Ana. Santiago le sonrió con una calidez genuina antes de girarse para alejarse. Ana se quedó observándolo unos instantes, la sensación de su presencia aún resonando en el aire.
Al regresar a su apartamento, el silencio le pareció menos opresivo de lo habitual. Los "ruidos internos" no habían desaparecido por completo, pero su volumen se había atenuado, como si la conversación con Santiago hubiera creado un breve remanso de calma en su mente.
Se dejó caer en el sofá, abrazando a su gatito que ronroneaba en su regazo. Repasó mentalmente cada detalle del encuentro: la forma en que Santiago hablaba de la poesía, la honestidad con la que había compartido sus propias luchas, la ligereza que había surgido entre ellos a medida que la conversación avanzaba.
Por primera vez en mucho tiempo, Ana sintió una pequeña chispa de esperanza encenderse en su interior. La posibilidad de construir una conexión genuina con alguien, alguien que parecía ver más allá de su fachada y aceptar sus peculiaridades, ya no parecía una fantasía inalcanzable.
Sin embargo, la cautela seguía presente, como una sombra tenue en los bordes de su optimismo. Sabía que no debía idealizar demasiado la situación. Su propia ansiedad y sus miedos podían sabotear incluso las conexiones más prometedoras. La vulnerabilidad era aterradora, y la idea de permitir que alguien se acercara tanto a su mundo interior la llenaba de una aprehensión silenciosa.
A pesar de esas reservas, una parte de ella se permitía disfrutar del momento presente. El café con Santiago había sido un respiro, una pausa en la constante batalla contra sí misma. Y la perspectiva de un nuevo encuentro ofrecía la promesa de más momentos así.
Mientras el sol comenzaba a ocultarse tras los edificios, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados, Ana sintió una oleada de determinación. No permitiría que sus miedos la paralizaran. Se permitiría explorar esta incipiente conexión con Santiago, paso a paso, conversación a conversación. Quizás, solo quizás, este era el comienzo de algo diferente, algo que podría silenciar un poco más esos persistentes "ruidos" y permitirle encontrar un poco más de paz en el mundo. La noche llegaba, pero por primera vez en mucho tiempo, Ana no se sentía completamente sola en la oscuridad.