Un semestre para cambiarlo todo

Capítulo 11:El peso de las expectativas

Ana

El café de la semana anterior con Santiago había dejado en Ana una sensación agridulce. La calidez de su compañía y la conexión que habían sentido al hablar de poesía y libros se habían quedado grabadas en su memoria como un rayo de sol en un día nublado. Sin embargo, la sombra de sus propias inseguridades no tardó en reaparecer, alimentando sus dudas sobre si esa incipiente conexión podría realmente florecer.

Pasó los días siguientes repasando cada detalle de su conversación, analizando cada palabra y cada gesto en busca de señales ocultas. ¿Había dicho algo estúpido? ¿Había parecido demasiado distante o demasiado ansiosa? La espiral de pensamientos intrusivos amenazaba con envolverla, pero Ana luchaba por mantenerla a raya, aferrándose a la esperanza que la invitación de Santiago a verse de nuevo le había ofrecido.

El mensaje de confirmación de Santiago unos días antes había actuado como un suave recordatorio de que no todo estaba en su cabeza. Él también parecía tener interés en continuar explorando lo que había surgido entre ellos. La idea de encontrarse de nuevo, esta vez en una librería, la llenaba de una mezcla de expectación y una punzada de vulnerabilidad. Compartir su amor por los libros se sentía como mostrar una parte esencial de sí misma.

Al llegar a la librería, Ana encontró a Santiago esperándola cerca de la sección de novedades. Su sonrisa al verla fue tan genuina como la recordaba, y por un breve instante, la ansiedad que la había acompañado durante la semana se disipó, reemplazada por una sensación de calma y familiaridad.

-Hola Ana -dijo Santiago, acercándose-. Me alegra mucho verte de nuevo.

-Hola Santiago -respondió Ana, devolviéndole la sonrisa-. A mí también. Este lugar es... increíble.

La librería era un paraíso para Ana, con estanterías que se extendían hasta el techo, repletas de historias esperando ser descubiertas. El aroma a papel y tinta era embriagador, y la atmósfera tranquila invitaba a perderse entre las páginas.

Mientras caminaban juntos, hojeando títulos y compartiendo breves comentarios, Ana se sintió sorprendentemente cómoda. La presencia de Santiago era serena, y su interés en lo que ella decía parecía genuino. No había presión para llenar cada silencio con palabras, y cuando hablaban, la conversación fluía con una naturalidad que Ana rara vez experimentaba.

Encontraron la pequeña cafetería al fondo de la librería y se acomodaron en una mesa junto a una ventana que daba a un tranquilo jardín interior. Mientras esperaban sus cafés, Santiago se inclinó ligeramente hacia adelante.

-Estuve pensando en lo que hablamos la última vez sobre poesía -comenzó, con un brillo en los ojos-. Encontré un poema de Neruda que creo que te gustaría mucho. ¿Te lo leería?

La propuesta tomó a Ana por sorpresa de una manera agradable. La idea de que Santiago hubiera pensado en ella después de su encuentro y quisiera compartir algo que le gustaba era un gesto inesperado y significativo.

-Me encantaría -respondió Ana, sintiendo un ligero rubor en sus mejillas.

Santiago sacó un pequeño libro de su bolso y buscó la página. Su voz, suave y melódica, llenó el pequeño espacio mientras leía los versos de Neruda. Para Ana, las palabras cobraron una nueva dimensión al ser pronunciadas por él, y la emoción contenida en los versos resonó profundamente en su interior. Por un momento, el mundo exterior se desvaneció, y solo quedaron ellos dos, unidos por la belleza de la poesía.

Cuando Santiago terminó de leer, levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Ana. Había una calidez y una conexión tácita en su mirada que hizo que el corazón de Ana latiera un poco más rápido.

-¿Qué te pareció? -preguntó Santiago, con una sonrisa suave.

Ana tardó un instante en encontrar las palabras.

-Fue... hermoso. Gracias por compartirlo conmigo.

-Me alegra que te gustara -respondió él-. Hay algo en Neruda que siempre me ha parecido... honesto. Como si pudiera desnudar el alma con sus palabras.

La conversación continuó por ese camino, explorando sus gustos literarios y descubriendo nuevas afinidades. Para Ana, cada momento compartido con Santiago se sentía como un pequeño paso hacia la luz, una grieta en el muro de aislamiento que a menudo la rodeaba. Sin embargo, una pequeña voz en su interior seguía recordándole la fragilidad de esos momentos, la facilidad con la que la oscuridad podía volver a cerrarse. La pregunta de cuánto tiempo podría permitirse disfrutar de esta incipiente conexión sin que sus propios miedos la sabotearan seguía flotando en el aire, invisible pero persistente.

La tarde en la librería se deslizó con una suavidad inesperada para Ana. Las palabras de los poetas, compartidas en la voz tranquila de Santiago, parecían resonar con sus propias emociones silenciadas. Cada libro hojeado, cada autor comentado, tejía un hilo invisible entre ellos, construyendo un espacio de entendimiento mutuo que Ana comenzaba a atesorar.

Cuando el sol comenzó a declinar, proyectando largas sombras en el interior de la librería, Santiago sugirió dar un paseo por el pequeño jardín exterior. Ana aceptó, sintiendo una punzada de nerviosismo ante la idea de salir de la relativa seguridad de los libros, pero también una creciente curiosidad por seguir explorando la compañía de Santiago en un entorno diferente.

El jardín era un oasis de tranquilidad, con flores de colores vibrantes y el suave murmullo de una pequeña fuente. Se sentaron en un banco de madera, el silencio entre ellos esta vez cargado de una suave expectación en lugar de incomodidad.

Santiago se giró ligeramente hacia Ana, su mirada seria pero amable.

-Ana -comenzó, su voz apenas un susurro por encima del sonido del agua-. He disfrutado mucho pasar tiempo contigo. Siento que... hay algo especial aquí.

Las palabras de Santiago hicieron que el corazón de Ana latiera con fuerza. La vulnerabilidad en su mirada reflejaba la suya propia. Por un instante, sus miedos se desvanecieron, reemplazados por una oleada de una emoción que no se atrevía a nombrar completamente.




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