Un semestre para cambiarlo todo

Capítulo 13:Navegando las conexiones

Santiago

La puerta de la librería se cerró tras de mí con un suave clic, un sonido que resonó con un eco mucho mayor en mi interior. Dejé escapar un suspiro que se condensó brevemente en el aire fresco de la tarde. La culpa era un nudo apretado en mi estómago, mezclándose con una punzada de genuino pesar por haber interrumpido de esa manera un momento que realmente estaba disfrutando.

La imagen de la sorpresa y la ligera decepción en los ojos de Ana se grabó en mi memoria. Había algo en su calidez tranquila, en su genuino interés por la poesía y los libros, que me había conectado de una manera inesperada. No era frecuente encontrar a alguien con quien la conversación fluyera con tanta naturalidad, alguien que parecía ver más allá de mis defensas habituales.

Pero la llamada... la llamada de mi hermana había sonado cargada de una urgencia que no podía ignorar. La situación con mi madre y su salud siempre pendía como una espada de Damocles sobre mi vida, y cualquier alteración, por pequeña que fuera, me ponía en alerta máxima.

Mientras caminaba rápidamente por la acera, marqué de nuevo el número de Sofía. Necesitaba saber los detalles, asegurarme de que no era nada grave. La espera mientras el teléfono sonaba pareció eterna, amplificando mi ansiedad.

—¿Sofía? ¿Qué ha pasado? —pregunté en cuanto contestó, tratando de mantener la calma en mi voz.

—Santiago, gracias por llamar tan rápido. Mamá... ha tenido un pequeño mareo en casa. Nada aparatoso, pero se ha asustado y yo también. He llamado al médico y está viniendo a revisarla.

Un peso se levantó ligeramente de mi pecho al escuchar sus palabras. Un mareo no era lo ideal, pero tampoco era la crisis que mi mente había empezado a imaginar. Aun así, la preocupación persistía. Mamá había estado más frágil últimamente, y cualquier señal de debilidad era motivo de alarma.

—Estoy yendo para allá —dije, sin dudarlo.

—No tienes que hacerlo inmediatamente, Santiago. Esperemos a lo que diga el médico...

—No, Sofía. Prefiero estar allí. Avísame cuando llegue el médico.

Corté la llamada y aceleré el paso. La librería y el recuerdo de la conversación con Ana se desvanecieron temporalmente, eclipsados por la preocupación familiar. Sin embargo, en algún rincón de mi mente, la sensación de haber dejado algo inconcluso persistía. La promesa de volver a verla no había sido una simple formalidad. Realmente quería continuar conociéndola, explorar esa conexión que había surgido de forma tan inesperada.

Una vez que la situación con mi madre se estabilizara, tendría que encontrar la manera de contactar a Ana de nuevo. Pero, ¿qué le diría? ¿Cómo explicaría mi abrupta partida sin parecer descortés o evasivo? La idea de haber arruinado una oportunidad incipiente me generaba una frustración considerable.

Mientras subía las escaleras de mi edificio, saqué el teléfono del bolsillo. No había ningún mensaje de Ana. ¿Estaría molesta? ¿Decepcionada? ¿O simplemente lo habría dado por terminado? La incertidumbre era tan palpable como la preocupación por mi madre.




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