Un semestre para cambiarlo todo

Capitulo 14:Ritmos entre la Multitud

Ana

Ana y Santiago salieron de la biblioteca, la luz cálida del atardecer bañando la calle. La conversación fluía suavemente mientras comentaban la lectura de poesía que acababan de presenciar, encontrando puntos en común en los versos que más les habían resonado. Había una atmósfera de ligereza y conexión entre ellos, una promesa silenciosa de seguir explorando lo que estaba surgiendo.

Justo cuando Santiago se ofrecía a acompañar a Ana a tomar el autobús, una voz familiar resonó a sus espaldas.

-¿Ana? ¿Eres tú?

Ambos se giraron. De pie, a unos metros de distancia, se encontraba un hombre de contextura delgada, cabello oscuro ligeramente despeinado y una mirada que, al principio, Ana no logró descifrar. Luego, la punzada en el estómago, la ligera tensión en sus hombros, le indicaron quién era.

-Eliecer -dijo Ana, la sorpresa tiñendo su voz.

Eliecer sonrió, una expresión que a Ana le había parecido encantadora en el pasado pero que ahora solo evocaba una mezcla de incomodidad y un vago recuerdo de promesas rotas.

-Vaya, cuánto tiempo. No esperaba encontrarte por aquí. ¿Qué tal todo?

Antes de que Ana pudiera responder, Santiago, que había permanecido en silencio observando la escena, dio un paso adelante y suavemente tomó la mano de Ana.

-Hola -dijo Santiago, ofreciéndole una educada pero firme sonrisa a Eliecer-. Soy Santiago, un amigo de Ana.

La mirada de Eliecer se deslizó de Ana a la mano entrelazada y luego volvió a Ana, con un brillo de sorpresa, quizás incluso un atisbo de confusión.

-¿Un amigo? -repitió Eliecer, elevando ligeramente una ceja.

La tensión en el aire se hizo palpable. Ana sintió un nudo formarse en su garganta. No había anticipado este encuentro y no estaba segura de cómo manejarlo. Parte de ella quería simplemente ignorar a Eliecer y seguir adelante con Santiago, pero la cortesía (y quizás una pizca de su pasado compartido) la obligaba a responder.

-Sí, Eliecer. Santiago y yo estábamos pasando la tarde juntos en la biblioteca por el Día del Libro.

-¿Ah, sí? Qué... interesante coincidencia -comentó Eliecer, con un tono que no sonaba del todo sincero. Su mirada se centró nuevamente en la mano de Santiago sosteniendo la de Ana.

El silencio se extendió por unos segundos incómodos, cargados de preguntas no formuladas y sentimientos latentes. Ana sintió la suave presión de la mano de Santiago, un pequeño gesto de apoyo que la ayudó a mantener la compostura.

Eliecer mantuvo su mirada fija en la mano de Santiago, un deje de incredulidad cruzando su rostro. Luego, volvió a dirigir su atención a Ana, con una expresión que intentaba ser casual pero que a ella le resultaba forzada.

-Bueno, Ana. Me alegra verte bien. Yo... solo iba de paso. Que tengan una buena noche.

Con una breve inclinación de cabeza, Eliecer se giró y se alejó, perdiéndose rápidamente entre la gente que transitaba por la calle al salir de la biblioteca.

Ana soltó un suspiro apenas audible, sintiendo la tensión abandonar lentamente sus hombros. Santiago aflojó el agarre de su mano y la miró con una interrogación silenciosa en sus ojos.

-¿Todo bien? -preguntó con suavidad.

Ana asintió, aunque por dentro todavía sentía un ligero revuelo. -Sí, todo bien. Solo... fue mi ex. Eliecer.

Un breve silencio se instaló entre ellos. Ana no sabía qué más decir ni cuánto quería revelar sobre su pasado en ese momento.

-Ya veo -respondió Santiago, sin insistir. Su mirada transmitía comprensión y respeto por su espacio.

Después de una pausa, Santiago volvió a ofrecer su brazo. -Entonces, ¿seguimos con ese plan de tomar algo? Creo que ambos nos merecemos un respiro después de esa... interesante coincidencia.

Ana sonrió levemente, agradeciendo su discreción y su manera de aligerar el momento. Entrelazó su brazo con el de él, sintiendo un contraste palpable entre la tensión que acababa de experimentar y la calidez reconfortante de la presencia de Santiago.

Mientras caminaban juntos, alejándose de la biblioteca iluminada y adentrándose en la penumbra de la noche, Ana sintió que el pasado, encarnado en la figura inesperada de Eliecer, había hecho una breve aparición, recordándole un tiempo que prefería dejar atrás. Pero ahora, con Santiago a su lado, sentía la posibilidad de construir algo diferente, algo que florecía en la conexión que habían compartido en un día dedicado a las historias y que ahora se extendía más allá de las páginas de un libro. El futuro era incierto, pero por primera vez en mucho tiempo, Ana lo enfrentaba con una pequeña chispa de esperanza.




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