Ana
Ana se despertó con la sensación reconfortante del sol filtrándose tímidamente por la ventana del apartamento de Gabriela. Un peso ligero se había levantado de su ánimo después de la conversación sincera de la noche anterior. Tomó su teléfono, que yacía sobre la mesita de noche, con una punzada de curiosidad y un atisbo de nerviosismo.
La pantalla se iluminó, mostrando una notificación de Santiago. Su corazón dio un pequeño vuelco al ver su nombre. Abrió el mensaje:
"Buenos días, Ana. Gracias por contármelo. Lamento que tuvieras ese encuentro. Para que lo sepas, no me llevé ninguna impresión negativa, solo sentí que era un momento delicado para ti y quise respetar tu espacio. Me alegra mucho que hayamos compartido el Día del Libro. ¿Te apetece tomar un café hoy? Me gustaría seguir conociéndote, sin fantasmas del pasado revoloteando."
Una oleada de alivio y calidez inundó a Ana al leer sus palabras. La comprensión y la gentileza de Santiago resonaban profundamente en ella. Su mención a los "fantasmas del pasado" demostraba que había captado la incomodidad de la situación sin necesidad de explicaciones detalladas. Y la invitación a tomar un café... era una señal clara de que el encuentro con Eliecer no lo había disuadido.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Le respondió con un mensaje sencillo:
"Buenos días, Santiago. Gracias por entender. Me encantaría tomar un café contigo hoy. ¿A qué hora te viene bien?"
Mientras esperaba su respuesta, Ana se levantó y fue a la cocina, donde Gabriela aún dormía plácidamente en el sofá. La observó por un momento, agradecida por su apoyo incondicional. La noche anterior le había brindado la perspectiva que necesitaba para no aferrarse al pasado y para permitirse explorar las nuevas posibilidades que se presentaban.
El sonido de una notificación la devolvió al presente. Santiago había respondido rápidamente:
"¿Qué te parece sobre las once? Hay una cafetería cerca de la universidad que me gusta. Se llama 'El Rincón del Escritor'."
A Ana le encantó el nombre. Le respondió afirmativamente y sintió una sensación de anticipación florecer en su interior. Por primera vez en mucho tiempo, miraba hacia el futuro con una mezcla de cautela y genuina ilusión.
El resto de la mañana pasó lentamente mientras Ana desayunaba con Gabriela, contándole sobre el mensaje de Santiago y sus planes para el café. Gabriela se alegró sinceramente por ella, animándola a seguir adelante y a no dejar que las inseguridades la frenaran.
Cuando llegó la hora de encontrarse con Santiago, Ana se sintió nerviosa, pero una nerviosidad diferente a la habitual. No era el miedo paralizante de la ansiedad, sino más bien la emoción ante lo desconocido, la esperanza de construir algo nuevo y significativo.
Al llegar a "El Rincón del Escritor", vio a Santiago esperándola en una mesa junto a la ventana, rodeado de estanterías llenas de libros. Su sonrisa al verla fue tan cálida y sincera como la recordaba.
—Ana, qué bueno verte —dijo, levantándose para saludarla.
Mientras se sentaban y pedían sus cafés, Ana sintió que una nueva etapa comenzaba. El encuentro con Eliecer había sido un tropiezo en el camino, pero la respuesta de Santiago y el apoyo de Gabriela la habían ayudado a levantarse con una determinación renovada.
El aroma a café recién hecho y a papel antiguo envolvía a Ana al entrar en "El Rincón del Escritor". Vio a Santiago sentado junto a la ventana, absorto en la lectura de un libro de tapas desgastadas hasta que levantó la vista y le dedicó una sonrisa que le llegó a los ojos.
— ¿Encontraste fácil el lugar?
—Sí, es encantador —respondió Ana, observando las estanterías repletas de libros que decoraban las paredes—. El nombre le viene perfecto.
Se sentaron en la mesa junto a la ventana, la luz de la mañana iluminando sus rostros. Una camarera se acercó y tomaron sus pedidos: un café con leche para Ana y un espresso para Santiago.
Mientras esperaban, hubo un breve momento de silencio, no incómodo, sino más bien expectante. Fue Santiago quien lo rompió primero.
—Gracias de nuevo por lo de anoche —dijo, su mirada seria pero amable—. Entiendo que reencontrarse con alguien del pasado puede ser... complicado.
Ana asintió, sintiéndose aliviada de que él abordara el tema de manera tan abierta. —Sí, lo fue. Eliecer y yo... no terminamos de la mejor manera. Fue una relación en la que no me sentía valorada, y mi ansiedad siempre estaba a flor de piel.
Hizo una pausa, dudando si compartir más detalles. La sinceridad en los ojos de Santiago la animó a continuar.
—Verlo me recordó esa época, la inseguridad que sentía constantemente. Pero también... me hizo darme cuenta de lo diferente que me siento ahora, y de lo diferente que es estar contigo.
Santiago la escuchó atentamente, sin interrumpir. Cuando Ana terminó, tomó su mano sobre la mesa.
—Gracias por compartir eso conmigo, Ana. Valoro tu honestidad. Todos tenemos un pasado que nos ha moldeado, para bien o para mal. Lo importante es aprender de él y no dejar que defina nuestro presente ni nuestro futuro. Y, sinceramente, desde que te conocí, he notado una luz especial en ti, una fuerza que va más allá de cualquier inseguridad que puedas haber sentido antes.
Sus palabras la tocaron profundamente. Sintió una oleada de gratitud hacia él por su comprensión y su aceptación.
Su café llegó, y mientras lo tomaban, la conversación fluyó con naturalidad. Hablaron de sus gustos literarios, descubriendo autores que ambos admiraban y otros que se prometieron leer. Compartieron anécdotas sobre sus vidas universitarias, sus pasiones y sus sueños. Ana se sintió cómoda hablando con Santiago, sin la necesidad de ocultar sus inseguridades o de fingir ser alguien que no era. Él la escuchaba con atención, haciendo preguntas reflexivas y compartiendo también sus propias experiencias y vulnerabilidades.