Un Simple Pulso Sanguíneo

04. Al Filo de la Lealtad.

Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles.

Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza.

—¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva.

Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sabía que en Pueblo Plasmar nadie era del todo confiable.

* * *

A pocas calles de allí, los Crac se movían con cautela, guiados por el pequeño Carpincho, el hermano menor de Karola. Aunque apenas un niño, su conexión con el grupo lo había arrastrado al conflicto, y ahora servía como guía en la persecución.

Krakatoa miró con desdén las casas lujosas que bordeaban el camino, su ceño fruncido.

—¿Estás seguro de que es por aquí, Carpi? —gruñó.

—Sí, estoy seguro —respondió el niño con firmeza, describiendo a la presa con precisión—. Es de al menos dos años más que yo, por lo que debe tener unos catorce años. Cabello colorado, corto hasta los hombros, ojos azules… y ropa desgarrada.

El grupo intercambió miradas. Sabían perfectamente de quién estaba hablando.

—Es suficiente —dijo Krakatoa, con voz grave—. Si es ella, debemos atraparla. No podemos permitir que sea una amenaza para Pueblo Plasmar.

Karola, con una mano sobre su ojo herido, apretó los puños.

—La vimos sangrar. Esa chica es una Sanguínea camuflada, pero su mentira se termina hoy —espetó con furia.

—De cualquier forma, tengamos cuidado —advirtió Krakatoa—. Aunque sangra como todo Sanguíneo, tiene habilidades como si no lo fuese. Lo más extraño es que tenga habilidades que ni los Plasmáticos conocemos. No sabemos qué más puede hacer.

Quinoa, más reservada, alzó una ceja y miró a Karola con escepticismo.

—¿De verdad crees que una Sanguínea puede sanar heridas? Podría ser solo una Plasmática débil, como nosotros o como muchos en el pueblo. Quizás sea de Grado 1.

Karola la fulminó con la mirada, cortante.

—¿Vas a seguir dudando o me vas a ayudar? Si no, dame tu arma. Yo me encargaré de terminar con esto.

Antes de que Quinoa pudiera responder, Karola le quitó el arma, tomó a Carpincho de la mano y se adelantó, decidida a enfrentar lo que fuera ante la "Sanguínea".

* * *

De regreso en Rioba Sol, Gwen apenas lograba mantenerse en pie cuando Coco volvió a hablar, esta vez con un tono más pausado.

—Sí, lo soy. Soy uno de los Crac.

Coco no demostraba intenciones hostiles, algo en sus palabras y su postura la tranquilizó.

—Coco, ¿eh? No tienes pinta de ser parte de esa banda —comentó Gwen, con una sonrisa cansada, buscando algún atisbo de humanidad en él.

Coco vaciló, como si estuviera debatiéndose entre hablar o callar. Finalmente señaló hacia un niño que se acercaba lentamente por la calle: Carpincho.

—Ese es mi hermanito. ¿Sabes? Y te diré algo, Gwen. Veo que eres una Sanguínea herida, y no somos tan diferentes. Yo soy Plasmático, pero tú y yo… algún día todos se darán cuenta de que compartimos más de lo que creen.

Gwen sintió una punzada de alerta. Su instinto le gritó que alguien más estaba cerca y su piel se erizó. No tuvo que esperar mucho; desde la penumbra, Karola emergió.

* * *

Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos.

—Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada.

Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen.

—¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga.

Coco intentó razonar con ella.

—Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos.

—Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo.

Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma.

—Dije que basta —repitió, su tono firme.




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