La dureza del pavimento despertó a Gwen con una punzada de dolor. Sus ojos se abrieron lentamente, notando que la madrugada aún teñía el aire de un frío gélido que le hacía temblar. Mientras trataba de orientarse, el recuerdo de lo ocurrido regresó como fragmentos borrosos. Tanteó el suelo a su alrededor, buscando respuestas, y encontró un casquillo metálico: «la munición que Karola disparó». El brillo del objeto le recordó lo cerca que había estado del peligro.
A su lado, los restos destrozados del Inhalador Plasma yacían como un recordatorio de su vulnerabilidad. Esa reliquia de la Agrupación Plasma, que había sido su único recurso para igualar las condiciones con los Plasmáticos, ahora no era más que un cúmulo de piezas inservibles. Sin ese dispositivo, estaba completamente expuesta como Sanguínea.
Con esfuerzo, Gwen comenzó a incorporarse. Su respiración era pesada, y sus músculos temblaban bajo su propio peso. Un sonido de botas resonando contra el pavimento interrumpió el silencio. Lagos, el ex Comisario Local, apareció en el horizonte, recortado contra la tenue luz de la madrugada. Su distintiva casaca azul, su chaleco blanco y su sable colgando de su cinto seguían impecables, como si a sus ochenta años de edad aún ostentara la autoridad que había perdido hace pocos años atrás.
En su mano llevaba un arco que Gwen reconoció de inmediato. «Ese arco»… ¿Cómo había llegado a manos de Lagos?». Su corazón dio un vuelco.
—Ah, eres tú de nuevo. ¿Qué haces durmiendo en medio del camino? —preguntó Lagos, con mezcla de curiosidad y reproche.
Gwen, oscilante, levantó la vista hacia él.
—Estoy bien… sólo descansaba —murmuró, su voz apenas audible.
Lagos entrecerró los ojos, evaluándola con una mirada severa.
—No parece que estés bien. Estás temblando —dijo, extendiendo una mano para ayudarla.
Ella aceptó la ayuda con reticencia, sus piernas apenas podían sostenerla. Pero su atención permanecía fija en el arco que Lagos sostenía con aparente descuido.
—¿Estás… de servicio, Lagos? —preguntó con cautela, señalando el arco—. ¿De dónde sacaste eso?
Lagos hizo una pausa, evaluando la pregunta antes de levantar el arco con indiferencia.
—¿Esto? Lo tomé de un delincuente. Un accesorio confiscado, nada más.
Gwen sintió cómo su pecho se apretaba. Era el arco de Diego. La posibilidad de que su amigo hubiera caído en una trampa, o algo peor, la completó de ansiedad. Sin más explicaciones, Lagos se despidió y continuó su camino.
La figura de Lagos se desvaneció en la distancia, dejando a Gwen sola y con más preguntas agolpándose en su mente. La improbabilidad de que Diego hubiera robado el arco crecía; después de todo, solo ellos dos conocían la arquería en Pueblo Plasmar, una práctica que ella misma había introducido y compartido únicamente con él. ¿Qué había ocurrido con Diego? La desconfianza se colaba en sus pensamientos. ¿Podría confiar en alguien? O, peor aún, ¿en qué aliados se estaba apoyando realmente?
* * *
Cuando finalmente llegó al arco metálico que marcaba la entrada de su hogar en el barrio Rioba Sol, Gwen fue recibida por su hermano menor, Sunday, cuyo rostro reflejaba preocupación.
—¡Gwen! ¿Dónde estuviste tanto tiempo? —exclamó, reprochándola mientras evaluaba su estado.
La relación entre ambos era clara en sus acciones: Gwen enfrentaba el peligro con desafío, mientras que Sunday lo hacía con ingenio y cautela. Las persianas metálicas que él mismo había instalado para proteger la casa, eran testimonio de su creatividad y del constante miedo que sentía por la seguridad de ambos ante los posibles ataques.
De repente, la voz de la Mandataria resonó bajo en la habitación. Gwen miró a su alrededor, buscándola, pero no encontró a nadie. Confundida de no verla, notó el pequeño dispositivo del cual provenía el sonido.
—¿Qué es eso? —preguntó, agitando el aparato, sorprendida—. ¿Encerraste a la Mandataria aquí dentro? ¡Increíble!
Sunday sonrió con orgullo.
—Nada de eso, hermana —respondió—. Es un receptor de señales. Captura las transmisiones de las Antenas Plato que Marta instaló por todo el pueblo.
Pueblo Plasmar aún conservaba ese nombre a pesar de tener el potencial de una ciudad. Gwen frunció el ceño, reflexionando.
—No entiendo por qué seguimos llamándonos pueblo. Tenemos los recursos para ser una ciudad… incluso una nación —murmuró—. O un imperio…
—A la Mandataria Marta le conviene. Si los habitantes se sienten pequeños y débiles, ella puede presentarse como su protectora. Les da una narrativa de dependencia. Su plan es perpetuar su poder. Quiere lograr la "Marta Eterna" —le explicó el pequeño niño.
Gwen examinó el artefacto con interés. Sunday, con su tono práctico, continuó explicando:
—Esos platos que solías destruir por diversión emiten señales que yo decodifico con este receptor. Marta ofrece el Ladrillo Receptor "gratis", pero con una trampa: entregas tus datos personales. Yo diseñé este para evitar eso —hizo una pausa, mirando a Gwen con seriedad—. ¿Sabías que con una gota de sangre pueden rastrear todo: incluso el historial de nuestros ancestros.