31 de agosto de 2021
Me llamo Diana Gryffin, mi nombre viene en honor a la diosa romana de la caza. Excéntrico tal vez, pero mi familia tiene esa tradición con nombres de dioses (incluyendo a los griegos también). Vivimos en el centro de Londres, en una calle que parece sacada del siglo diecinueve y aquí es tan poco común convivir con vecinos que no lo tomen extraño.
Las cosas que me hacen ser yo a decir verdad no son lo que se dijera interesante, me gustan los libros mitológicos (como si no tuviera suficiente conmigo), hacer panqueques de avena e ir al teatro con mi padre los sábados en vacaciones. No tengo teléfono, ni cualquier cosa tecnológica.
No, no estoy incómoda con mi total falta de interés en esta sociedad, y menos ahora que vuelvo a donde realmente pertenezco.
Y eso tiene un motivo... soy una bruja, hija de muggles si quiero especificar.
Mañana vuelvo a Hogwarts y es maravilloso, ya extrañaba hablar con mi amiga Elaia por un medio que no sean cartas, también mi sala común, el equipo de quidditch y aunque me moleste aceptarlo prefería las aburridas clases de historia de la magia a quedarme en casa una noche más.
Si hablara del porqué deseo irme lo más pronto posible, es sencillo, la respuesta acababa de llegar de improviso casi pagándome un susto.
—Eh, rara. Mamá dice que pongas la mesa —llamó mi hermana Atenea desde el marco de la puerta, sí, como la diosa de la sabiduría, aunque muy inteligente no parecía ser justo ahora.
—No soy rara —resoplé cansada de lo mismo. La idea de que yo tenga magia jamás fue de su agrado. Sus ojos oscuros me veían de forma penetrante. Me alegraba decir que a pesar de ser hermanas éramos muy distintas, pelirrojas por fuera y diferentes por dentro —. Ahora si ya terminaste, puedes retirarte de mi habitación.
Volteé la mirada al espejo buscando entre mis accesorios algo que combinara con mi túnica de mañana, en todo caso la revista de estilo que leí hace unos días decía que podía usar mi mirada también. Mis ojos eran, según nuestra madre, azules como el mar profundo, yo los veía como el azul de nuestro coche, a pesar de ello no podía desaprovechar la oportunidad de ser cierto.
—Que seas bruja no te hace especial, sino un aburrido bicho raro, un fenómeno —escupió con los brazos en jarras, iba a contestarle de no ser porque salió disparada ante la repentina llegada de nuestro padre.
—¿Cómo está la bruja más hermosa de esta casa? —sonrió de manera pacífica.
—Soy la única bruja aquí, papá —respondí de forma divertida. Él tenía una manera de ver la vida llena de positivismo.
—Eso no te quita lo hermosa —tengo que reconocer que mis padres se lo tomaron de mejor manera que mi hermana. Ellos me aceptaron de inmediato, hasta se emocionaron de más.
—Es mi último año en el colegio, quería saber si tengo todo listo, ya hice el baúl —contesté rápido cuando me miró con extrañeza por todas las cosas sobre mi cama y tocador.
—No recuerdo cuando creciste tanto querida —me sonrió —, parece ayer cuando te llevamos a la estación de tren por primera vez.
—No fue muy agradable del todo si recuerdas que hizo Atenea —le recordé. Ese día ella manchó de tinta azul mi túnica y parte de mi cabello, afortunadamente una desconocida bruja mayor me ayudó con eso.
—Tienes que entenderla Diana, se siente celosa del amor que te tenemos. Pero ignora que mi amor por ella es el mismo que tu madre y yo tenemos por ti.
—Lo sé —suspiré con resignación, esa frase me la repetían cada vez que mi querida hermana mayor hacía algo en mi contra.
—Ahora bajemos a cenar antes que tu madre se ponga a darnos un sermón en las escaleras —me reí pues eso ya había pasado.
[...]
1 de septiembre de 2021
Llegamos a la estación de Kings Cross, mamá se echó a llorar como cada año por lo lejos que me tenía, papá me obsequió su viejo reloj de plata (después de contarle de la tradición que tenían los magos) y mi hermana se aseguró de organizar planes para no estar presente en este momento como desde hace cuatro años. Cualquier cosa que hagan las chicas de diecinueve años Atenea lo estaría haciendo, estaba segura, aunque en el fondo quería que viniera a despedirme.
—Mi niña ya es toda una dama —dijo mi madre con la voz entrecortada y sorbiendo su nariz.
—Y una excelente estudiante, hasta fue elegida "premio semestral"—halagó papá mientras aplaudía.
—Querrá decir "anual" —corregí algo avergonzada por la gente alrededor, aunque eso no evitó que soltáramos una carcajada.
—Es eso lo que es Patrick, un premio anual es un estudiante de séptimo año que tiene autoridad sobre los prefectos en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería —empezó mamá con los datos que leía de mis libros usados años anteriores.
—¿Comenzarás con eso otra vez Victoria? —refunfuñó papá falsamente.
—Es cierto, debías enterarte —para ser muggle mamá intentaba saber lo más posible sobre el mundo mágico.
—Creo que tengo que cruzar —señalé la columna entre el nueve y diez. El reloj casi marcaba las once.