La ventana posicionada en la cabecera de la cama logró que una luz cayera de lleno sobre mi rostro, gruñí tapándolo con mi brazo derecho. De nada servía intentar volver a dormir, una vez que abría los ojos no había vuelta atrás. Me senté con fastidio, los recuerdos de lo sucedido hace algunas horas inundaron mi cabeza, observé mi cuerpo desnudo cubierto a medias por la sábana de la cama y sentí el calor subir a mi cara tanto como el dolor por la resaca a mi cabeza. Giré la vista a mi acompañante, James Sirius sin camisa, durmiendo boca abajo.
No había duda que la pubertad le había favorecido para mejor, bendito quidditch, todo en él era distinto a años anteriores, rasgos más rudos e impecables, una que otra cicatriz y herida cuya historia no sabía salvo por aquellas marcas en su espalda desnuda que yo misma había provocado de forma accidental. Sí que fue muy salvaje lo de ayer.
Esos pensamientos impuros, Diana.
Como si ayer hubieses puesto algún "pero", conciencia.
Su habitación también había sido un misterio, hasta hoy jamás me habría acercado ni por accidente pero los caminos de la vida son así. Toda la habitación estaba decorada con pósters de distintos equipos de quidditch y bandas musicales como “The Beatles” y “Queen”, en su escritorio había una que otras revista muggle sobre motos lineales —fascinación que tenía desde que era pequeño según las largas conversaciones que tuvimos en sexto —, fotos enmarcadas, entre ellas una con los Merodeadores 2.0 en Hogsmeade y otra con un chico de cabello castaño y traje que le frotaba la cabeza divertido. Me puse de pie envuelta en la sábana e intentando hacer el menor ruido posible sólo para ver mejor.
—Ese es Teddy, el día que se casó —James soltó algo adormilado. Se frotó los ojos al contacto con la luz repentina.
—Se me hacía conocido —contesté un tanto avergonzada, cómo no pude recordarlo antes, sabía de Teddy desde mi primer año en Hogwarts (él estaba en séptimo), siempre tenía el cabello azul eléctrico, al parecer este acontecimiento fue la excepción.
—Estaba tan nervioso que su cabello comenzó a cambiar de color varias veces —ya sentado, James explicó de forma graciosa, me hizo sonreír imaginarlo —. Puedo asegurar que dió el discurso de bodas todo pelirrojo.
—Pobre —susurré y se hizo un corto silencio, salí de mi trance observándome envuelta en la sábana y a mi ropa en el suelo.
—Sobre lo de hace unas horas —él carraspeó —, tengo algo para ti.
—No tienes que…
Agitó su varita y conjuró un hermoso ramo de tulipanes rojos.
—Hace un tiempo me contaste lo mucho que amabas las flores, en especial los tulipanes. También sabrás que el hechizo orchideus siempre me resultó un fracaso, así que desde sexto empecé a practicarlo —me los entregó con suavidad —. Lo he logrado.
Un sentimiento extraño volvió a inundar mi pecho. Una especie de emoción y calidez, lo miré preguntándome si de verdad esto no podía hacerse más duradero.
Lo siento Diana, solo era una noche.
—Gracias, Potter, las pondré en agua —sostuve el ramo con cuidado en una mano, con la otra recogí mi ropa —. Con respecto a lo que hicimos, no es que sea muy importante, solo fue para pasarla bien y olvidar nuestros problemas ¿verdad?
Lo dije más en tono de pregunta para saber su respuesta.
Di que no. Por favor, dilo.
—Sí, supongo —tomó su varita y atrajo su camisa hacia él ignorando cualquier clase de contacto visual.
—Bien —caminé a la puerta sin decir una palabra.
Se puso de pie ya con los pantalones puestos y me alcanzó antes de irme de la habitación.
—Espera, quería decir que lo que hicimos… —giré sobre mis talones y no lo dejé terminar.
—Ahórrate el típico discurso, sé que fue una aventura y lo acepté. Ahora vuelve con Murray y actuemos como antes, puedes estar tranquilo, no le diré a nadie —me alcé de hombros fingiendo desinterés.
—¿A qué te refieres?
—Será cómo un acuerdo confidencial, yo no te vuelvo a acusar con Mcgonagall y jamás estuvimos juntos —se hizo un largo silencio que se rompió cuando la puerta de nuestra torre empezó a sonar.
—Carajo —farfullamos al unísono. El ramo cayó por la sorpresa.
—¿Diana, estás ahí? —la voz de Elaia se oyó a través de la madera —. Vine a recogerte, te perdiste el desayuno.
—¡Cornamenta! Puedes levantar el trasero de la cama, no me hagas entrar y lanzarte un aguamenti —además de mi mejor amiga, a Fred II se le ocurrió la fantástica idea de ir a ver a su compañero Merodeador esa mañana.
—Por favor salgan, no creo que estos dos duren unos minutos más sin pelear —y allí estaba Lorcan —. Tengo una vida por delante y me están mirando feo.
Nos dimos una nueva mirada de nerviosismo, al menos pude estar vestida en esta ocasión.
[...]
—Buenos días —fui la primera en salir, Fred asintió con la cabeza, Lorcan agitó su mano algo tímido y Elaia me sonrió con calidez, llevaba las mismas trenzas de siempre solo que adornadas en las puntas con unos pompones azules nuevos. Se me hizo sospechoso ya que no era su estilo habitual pero lo dejé pasar —¿Qué hacen aquí?