El sonido de las máquinas soldadoras, el martillo contra la madera, y las sierras, invaden mis oídos.
Un dolor en mi sien me hace ir de un lugar a otro.
El aire frío que nos rodea, hace que mi piel se erice.
Una sonrisa vaga por mi rostro al ver a Mario, y demás compañeros del canal ayudando en la construcción del hogar para los niños.
—San—me llama mi amigo— ¿podrías ayudarnos con el almuerzo?—Me pide. Asiento sonriente y camino hacia donde él está.
—¿Qué quieres, Marito?—pregunto.
—Bueno... queremos un casado, sólo con carne en salsa y muy poca ensalada. Para todos, somos 12— me informa. Seguido de ello me tiende las llaves de su auto. Y las agarro.
—Bien.
Me dispongo a salir de ahí sin caerme.
Voy al auto de Mario y dejo salir un suspiro, a sido un día cansado.
A tan sólo tres días de entregar la casa, siento que mi corazón va a estallar de la felicidad y no puedo evitar sonreír.
Últimamente estaba así.
Sonreía a cada instante debido a la gran felicidad que brotaba de mí... Hasta podía llegar a reír a carcajadas con tal de alegrarle el día a cualquiera de los que me rodeaban.
Enciendo el auto, y salgo de ahí.
En cuanto salgo del pueblito en dónde la casa se está construyendo, me encuentro en una presa. Para ser las 12 del medio día hay muchos autos.
Paso unos cuantos semáforos, doy paso a las personas adultas, unos cuantos niños y jóvenes.
Llego a estacionarme en el lugar donde días muy atrás Mario y yo vinimos a cenar.
—Buenas Tardes, ¿En qué puedo ayudarle?— una joven rellenita, con el cabello atado a una coleta alta y unos hoyuelos adornando su bello rostro, me atiende de manera agradable.
—Buenas—le digo— Quiero doce casados con poca ensalada—le pido—y si puedes ponerle un poco más de carne en salsa, te lo agradecería. Por favor —ella asiente sonriente y lleva mi orden adentro.
Después de unos escasos treinta minutos voy de camino hacía el mismo lugar donde antes me encontraba.
Al llegar ahí, el primero en verme es Carlos; un chico bastante jóven, rubio y de ojos verdes.
—Ten—le extiendo uno de los doce platos que traigo conmigo.
—¿Cuánto es, San?—me cuestiona al mismo tiempo que toma el plato.
—Tomalo como regalo de navidad—dejo salir una risilla y el chico al frente sonríe.
—Gracias.
En cuanto a los demás les dije lo mismo... después de haber terminado de almorzar, ellos siguieron construyendo.
Ya faltaba menos... menos de lo que esperaba.