No estaba afilando un cuchillo ni encendiendo una fogata, sino que estaba sentado en un sofá de cuero, sosteniendo un libro en sus manos. Sin embargo, la manera en que sostenía el libro, la fuerza de su mirada, que antes estaba concentrada en la lectura, se levantó lentamente para dirigirse hacia Tadi.
Dasan era de gran estatura, con hombros fuertes y un rostro que parecía haber sido esculpido en piedra desgastada, tenía los mismos ojos oscuros y penetrantes de Kange, pero con una sabiduría antigua y amenazante.
Sus rasgos gritaban Waŋyéya Wakpá; Tadi sintió que su ADN de Wičháša Yáta Wakpá se contraía dolorosamente.
No era la apariencia física lo que lo aterrorizó; era el aura que podía compararla con el de un depredador tranquilo, o como un río congelado que esconde una corriente furiosa. Tadi sintió el aire salir de sus pulmones. El dicho sobre las moscas le pareció una broma cruel. Dasan parecía capaz de matar una mosca solo con la fuerza de su mirada.
Dasan habló, su voz era un trueno sordo. "Eres el joven Tadi."
Tadi intentó responder, pero solo pudo emitir un sonido estrangulado.
"Papá, él es Tadi," Kange dijo con su habitual falta de emoción.
"Sí. Lo sé. Kange habla de ti." El "habla" de Dasan sonaba como "eh tolerado tu existencia".
Tadi, de repente, se acordó de la lavandería. La vida era más importante que una camisa limpia, pero su mente en pánico no le dio una excusa más original.
"¡Oh, Dios! ¡El tiempo!" gritó, dando un paso brusco hacia atrás, tropezando con una alfombra. "¡La lavandería cierra en cinco minutos! ¡Me olvidé por completo! Papá me va a matar si no lavo esa camisa para la reunión de mañana. Es la única que combina con... ¡Con mis calcetines de la suerte!" Su incoherencia fue su mejor y única, arma.
"¿Calcetines de la suerte?" Dasan preguntó, con una ceja levantada.
"¡Sí! ¡Para la fundación! ¡Dan mucho dinero! ¡Para la tribu, ya sabes! ¡Para... para la caridad! ¡Tengo que irme!" Tadi no esperó una respuesta. Se giró torpemente, casi chocando con la puerta, y se despidió de Kange sin mirarla a los ojos. "¡Te llamo más tarde, Luna! ¡Te quiero! ¡Adiós, Sr. Dasan! ¡Un placer fugaz!"
Y se fue. Desapareció en la noche como un conejo asustado, dejando atrás una Kange impasible y un Dasan contemplativo.
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Tadi condujo a casa a la velocidad del rayo.
Cuando cerró la puerta de su casa, casi se desplomó contra la madera, deslizándose hasta el suelo mientras sentía que el alma, que había estado vagando cerca de Dasan, regresaba a su cuerpo de golpe.
Nashua, su padre, un hombre robusto y de cabello gris con la mirada astuta y vivaz de su tribu Wičháša Yáta Wakpá, estaba en el sofá, leyendo el periódico. Alzó la vista ante el estruendo.
"¿A qué viene tanto teatro?" preguntó Nashua, con un deje de diversión en su tono.
Tadi se puso de pie temblando. "Papá... Papá," jadeó, con la cara pálida bajo su melena roja y negra. "Ha llegado. Ha llegado el día."
Nashua dejó el periódico. "El día, ¿de qué, hijo? ¿De qué te laves el pelo con shampoo normal y no con ese ungüento de guacamayo?"
"¡No!" respondió, frotándose las sienes. "¡El día que la hebra de mi destino fue cortada por el mismísimo Dasan! ¡El padre de Kange! Lo vi, Papá. Es... es... ¡Es peor de lo que imaginé! ¡No mata una mosca, dice Kange! ¡Ese hombre mata la esperanza! ¡Sentí el peligro, Papá! ¡Sentí el resentimiento tribal en cada poro de su piel!"
Nashua lo miró, primero con frustración y luego con una comprensión lenta. Se levantó del sofá, con una sonrisa torcida.
"Entonces, finalmente conociste al líder del clan Waŋyéya Wakpá," susurró Nashua, negando con la cabeza. "Parece que los espíritus del destino tienen un particular sentido del humor, ¿no es cierto, hijo? "
"¡No es gracioso, Papá! ¡Estoy en peligro de extinción!" Tadi se tiró al sofá, poniendo un cojín sobre su cara. "¡Necesito un plan de contingencia! ¡Necesito... necesito a Benji y a Kael!"
Nashua suspiró profundamente, sacando su teléfono, la mirada de un padre que ya ha pasado por esto un millón de veces.
"De acuerdo, de acuerdo," dijo Nashua, marcando un número. "Benji es bueno con la distracción, Kael con la retórica. Esto es lo que vamos a hacer."
Tadi bajó el cojín, sus ojos celestes brillando con un asomo de esperanza.
Nashua miró a su hijo, con la cabeza ladeada.
"A veces me pregunto a quién habrá salido," musitó Nashua para sí mismo, pulsando el botón de llamada, "quisiera saber la respuesta."