Mientras la conspiración se fraguaba en la casa de Tadi, un silencio monástico había regresado al hogar de los Waŋyéya. Kange, en su habitación, se había cambiado de ropa y ahora revisaba un grueso libro sobre botánica. Su mente, sin embargo, estaba fija en la huida teatral de Tadi.
Desde el piso de abajo, la voz profunda y resonante de Dasan atravesó el silencio. No era un grito, sino una orden tranquila que no admitía debate.
"Kange. Baja a comer."
Kange cerró el libro sin prisa, guardándolo en su mesa de noche. Su personalidad fría no era solo una pose; era la forma en que se movía, con una mesura que la hacía parecer una sombra. Bajó las escaleras de madera sin hacer el menor ruido.
Al llegar al comedor, la mesa estaba servida con una sencillez austera: carne de venado estofada, verduras de raíz y pan plano horneado. Dasan estaba sentado a la cabecera, erguido y digno.
Kange tomó asiento frente a él. "Gracias, papá."
Dasan la miró por encima del plato, sin empezar a comer. "El joven Tadi huyó de aquí tan rápido que casi se lleva las cortinas en el proceso. Dijo que te llamaría."
"Lo hará," respondió Kange, tomando sus cubiertos con precisión.
"Me sorprende la falta de vergüenza en su pánico. Un hombre de la tribu Wičháša debería tener más decoro, incluso cuando su miedo lo supera."
Kange tomó un bocado, masticando lentamente. "El decoro nunca fue la especialidad de Tadi. Su rasgo distintivo es la persistencia."
"La persistencia en la huida no es una virtud, hija."
Kange levantó su mirada penetrante, una réplica lista en la punta de su lengua. "La persistencia para perseguir algo que se cree inalcanzable, sí lo es. Él sabía que al entrar aquí se enfrentaba a mí, a ti y a cuatro siglos de historia de conflicto. Su cuerpo traicionó a su mente, no a su voluntad."
Dasan inclinó la cabeza, reconociendo el argumento de su hija. "Defiendes ferozmente al joven."
"Defiendo la verdad. Y tú no le diste oportunidad."
"Le di mi presencia. Que, para un joven que lleva tu afecto, debería ser suficiente. ¿O acaso querías que sonriera como un bufón y le ofreciera mi pipa de la paz?" El sarcasmo era denso, pero tranquilo.
Kange colocó su tenedor con cuidado. "No, pero tampoco hacía falta esa mirada tuya de 'te estoy midiendo para ver si encajas en la fosa común de la familia'. Él vendrá de nuevo. Y no será para visitarme a mí, será para afrontarte a ti."
Dasan se sirvió un poco de estofado. "Eso espero. Porque si no vuelve, Kange, significará que el miedo a un anciano lector de libros pudo más que el amor por mi hija. Y entonces, te recordaré que no es un hombre digno de la descendencia de Waŋyéya Wakpá."
Kange lo miró con una seriedad que igualaba la suya. "Es por eso que sé que volverá. Porque si algo tiene Tadi, es la audacia de no rendirse ante lo imposible. Tú eres solo el obstáculo más grande que ha puesto en mi camino."
Dasan soltó una risita baja, casi inaudible. Era la expresión de que, aunque no lo aprobaría fácilmente, estaba interesado. "Bien. Que venga con su 'persistencia'. Ya veremos si el valiente del cabello de fuego tiene el temple para sentarse a la mesa de los Waŋyéya Wakpá."
Padre e hija continuaron su cena en el silencio habitual, pero esta vez, bajo la calma aparente, la expectativa por el inevitable segundo encuentro era casi palpable.
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Una hora más tarde, el silencio era la única compañía en la cocina de los Waŋyéya Wakpá. Kange, metódica y eficiente, estaba terminando de fregar los platos de la cena. El suave murmullo del agua era el único sonido.
De repente, el teléfono fijo de la casa, un aparato de marcación antigua que Dasan insistía en conservar, sonó con un tono grave y resonante.
Dasan se levantó de su sillón con la tranquilidad de un jaguar y se dirigió al teléfono en el pasillo, observando el número entrante con un desinterés soberano antes de descolgar.
"Hola," saludó Dasan, su voz firme y sin adornos. "¿Quién es?"
Solo se escuchó un silencio al otro lado de la línea, interrumpido apenas por una respiración rápida y superficial. Dasan esperó un momento, la línea muda. Su ceño se frunció ligeramente, una señal de molestia mínima.
"Si es una broma, le aconsejo que no me haga perder el tiempo," espetó Dasan.
Silencio.
Solo el débil, siseante sonido de una persona conteniendo el aliento.
Dasan suspiró, el sonido más fuerte que la voz al otro lado. "Adiós."
Colgó el teléfono con un golpe seco.
Kange, secándose las manos, se asomó desde la cocina, con su cabello negro y las hebras blancas cayendo a un lado de su rostro inexpresivo.
"¿Quién era, papá?" preguntó Kange.
Dasan se encogió de hombros, volviendo a su sillón y retomando su libro. "Nadie. Algún niño jugando con el teléfono, o alguien que perdió el valor al escuchar mi voz." No le dio más importancia.
Kange asintió lentamente. Una tenue sospecha, fría como el metal, cruzó sus ojos. "Probablemente."