Un test de embarazo y un kilo de chocolate

Capítulo 2 : Los rumores corren

Medio me adormilé, hasta que sentí a mi jefe llamarme suavemente, cuando abrí los ojos, lo vi parado junto a mi sosteniendo una taza de té.

-Es manzanilla, te ayudará a asentar el estómago – dijo extendiéndome la taza y yo la acepté. Me sentía tan miserable que creo hubiera aceptado beber cualquier cosa que me dieran. La manzanilla entraba en esa categoría.

-Gracias.

-Cuando lo termines, te llevaré a tu casa – dijo y yo casi me atraganto con el té.

-No es necesario.

-No deberías andar en el autobús si te sientes mal.

-Puedo llamar un taxi.

-¿Y si vuelves a descomponerte? Me sentiría más tranquilo si te acerco personalmente- insistió y me di cuenta que no cedería, por lo visto la misma tozudez que tenía para el trabajo la tenía para la vida. En todo caso ya había sido un día demasiado largo, y si lo único bueno que podía sacar era que me llevaran a mi casa, tampoco me negaría. Además se lo notaba preocupado y no recordaba la última vez que alguien se había preocupado por mí, sinceramente, sin juzgar y sin reclamos.

-De acuerdo- respondí y unos minutos después nos pusimos en marcha.

-¿No quieres pasar por el médico o una farmacia? ¿Algo? – preguntó en el camino y yo me negué, debería pasar a comprar algo para el hígado pero seguramente en casa había, y no quería que mi jefe supiera que estaba así por un acto de estupidez.

-No, una vez que esté en casa, estaré bien- respondí. Asintió y viajamos en silencio todo el trayecto hasta que llegamos a casa y nos despedimos cortésmente. Le di las gracias, me dijo que me cuidara y se marchó.

Lo que yo no sabía que los rumores que habían arrancado en la mañana seguían creciendo y esta vez alimentados porque un desconocido me había traído en un auto de lujo hasta casa.

No había remedios en casa, así que solo fui a acostarme, no tenía ánimos ni para una ducha, solo quería ser un bicho bolita, al día siguiente todo iría mejor.

Cuando desperté seguía con mucho malestar, dolor, estómago revuelto y dolor de cabeza, después de ducharme me hice una infusión digestiva, y avisé al trabajo que no iría.

Podría decir que jamás en mi vida volvería a comer chocolate, pero era mentira. Tenía una certeza absoluta de que no volvería a salir con un imbécil, pero el chocolate era inocente, merecía otra oportunidad en el futuro, aunque en este momento me asqueara tan solo pensarlo.

-¿Te sientes mal? – preguntó mi madre y le dije que sí sin dar muchos detalles, ya me había tildado de inútil por mi ex novio, mejor que no supiera que me había zampado todo aquel chocolate buscando un subidón de serotonina y había conseguido un ataque al hígado.

Iba a encargarle algún medicamente cuando saliera a sus compras diarias, pero mejor no, pediría un turno con el médico a la tarde y me ahorraría los discursos. Luego fui a costarme, todo iba bien hasta allí.

Empezaron a ponerse complicadas cuando mi madre fue a hacer las compras.

-¿Por qué estás tan descompuesta? – preguntó al regresa porque además coincidió con otra sesión en que tuve que correr al baño a vomitar.

-Algo que comí me cayó mal- respondí y la vi mirarme raro –Iré al médico más tarde – agregué como para atajar sus dudas.

-¿Quién te trajo a casa anoche? – insistió.

-¿Qué?

-Adela me dijo que un hombre te trajo anoche a casa.

-Mi jefe, mamá. Me trajo mi jefe. No estaba en condiciones de viajar en autobús.

-Qué amable – exclamó y de haber estado un poco más alerta hubiera sabido que la mente de mi madre ya andaba por extraños rumbos tras su ida a las compras, pero no estaba suficientemente lúcida para notarlo. No almorcé y seguí durmiendo un par de horas.

Cuando desperté, el dolor de cabeza había remitido, así que aproveché para mandar unos mails del trabajo. Luego me preparé para ir al médico.

Efectivamente era el hígado pero el doctor dijo que no solo se trataba del chocolate sino que el estrés y lo emocional habían influido en mi descompostura monumental, me dio un inyectable, me recomendó que descansara y me tomara todo con más calma, como si eso se hiciera fácil, y me dio el certificado para el trabajo.

Volvía contenta a mi casa,me sentía un poco mejor con la medicación y tenía el resto del día para descansar y reponerme, debí sospechar.

Al llegar había mucha gente, lo cual no era tan raro porque como casi todas las tardes estaban mis tías y algunas amigas de mi madre en sus reuniones acostumbradas, a veces era tejido, a veces por un cumpleaños, a veces para tomar el té. Siempre encontraban excusas para reunirse, pensé en pasar rápido a mi habitación pero mi madre se interpuso en mi camino.

-¿Estás embarazada? – preguntó y se desató el caos.

 




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