Ámbar se levantó temprano, como de costumbre. Entre libros abiertos, papeles esparcidos y matrículas aún sin llenar, su escritorio parecía un pequeño caos académico. Las clases esperaban por ser preparadas, y ella, con la calma de quien ha hecho de la rutina un arte, se dio un baño y se vistió con su mejor atuendo.
Mientras se observaba en el espejo, murmuró para sí:
—Hoy haré que mis alumnos se interesen por el romance antiguo... ¡Cuánto quisiera haber vivido en aquella época!
En ese instante, la voz de su hermana interrumpió sus pensamientos.
—Oye, hermana mayor, ¿por qué no tienes citas? ¡Así te quedarás solterona toda la vida!
Ámbar sonrió con dulzura y respondió:
—Ay, Lucy... el romance moderno no es para mí. A veces siento que nací en la época equivocada.
Ambas subieron al tren rumbo a la universidad. El paisaje pasaba velozmente, pero en la mente de Ámbar se tejían castillos, jardines y cartas escritas con tinta y suspiros.
Al llegar al salón, saludó con una voz clara y serena:
—¡Buenos días, estudiantes! Hoy leeremos una obra llamada Un tiempo para amar. Es una historia de romance medieval, cuando el amor se vestía de flores, cartas y poemas.
Uno de los alumnos levantó la mano con aire desafiante.
—Profesora, ¿por qué regalar flores si puedo entrar a una app y conseguir una cita en un dos por tres, sin tanto drama?
Ámbar sonrió con paciencia.
—Sé que ustedes viven en una época diferente… pero el romance antiguo también tiene su encanto. A veces, un gesto sincero vale más que mil mensajes instantáneos.
Una chica soltó una risa burlona.
—¡Ay, por favor! ¿Quién querría que le dedicaran una carta? ¡Qué anticuado!
El timbre sonó, cortando la conversación.
—Pueden salir —dijo Ámbar—. Nos vemos en media hora.
Se quedó sola, revolviendo distraída su taza de café.
¿Será que estoy pasada de moda? —pensó—. ¿Seré tan anticuada como dicen mis estudiantes?
En ese momento apareció Demian, el profesor de historia. Su voz la sacó del ensueño.
—Otra vez soñando despierta, señorita Ámbar… Su rostro es demasiado bonito para estar triste.
Ella se sonrojó. Sus mejillas encendidas parecían pétalos de cerezo.
—¿Qué le parece si vamos al bar a tomar unas copas? —propuso él con una sonrisa traviesa.
—Está bien… lo pensaré —respondió ella, intentando disimular la emoción en su voz.
Al volver a casa, Lucy la esperaba con una sonrisa sospechosa.
—Ámbar, te arreglé una cita.
—¡¿Qué?! —exclamó molesta—. ¡No te metas en mis cosas, Lucy! Además… tengo otra cita.
—Ah, claro —replicó su hermana, cruzándose de brazos—. Elige: sal con tu compañero de trabajo, que conoces desde hace años y nunca pasó nada… o conoce a alguien nuevo, alguien que quizás quiera algo más contigo.
Ámbar guardó silencio. Se quedó mirando por la ventana mientras el viento movía las cortinas, y su mente se debatía entre la comodidad del pasado y la promesa de lo desconocido.
La noche caía, y con ella, el eco suave de una pregunta en su corazón:
¿Y si el amor que tanto soñé… finalmente me estuviera esperando, en esta época que creí equivocada?...