Un Tiempo para Amar

Capitulo 2 ¡El deseo!

Al día siguiente —un tranquilo domingo— Ámbar se preparó con esmero para la cita que su hermana le había arreglado por aquella curiosa aplicación llamada Tinder.
Estaba emocionada, aunque un poco nerviosa. Frente al espejo, se debatía en silencio:
—¿Me visto como una dama... o como una bandida? —susurró con una sonrisa insegura—. Mi estilo es tan anticuado… mejor elijo una camisa y un pantalón; así no desentono.

Con el corazón latiendo apresurado, envió un mensaje a su compañero Demian:

> “Disculpa, pero no podré acompañarte al bar. Tengo otro compromiso y creo que me llevará todo el día.”

Salió de casa con el corazón en la mano, tan agitado que parecía a punto de escaparle del pecho. ¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento así?, pensaba mientras caminaba hacia el restaurante.

Al llegar, vio a un joven de sonrisa amable. No era especialmente atractivo, pero su mirada tenía un brillo apacible que le inspiró confianza.
—Hola, Ámbar. Soy Erick —dijo él con una voz cálida.
—Mucho gusto —respondió ella, devolviéndole la sonrisa.
—¿A qué te dedicas? —preguntó él, curioso.
—Soy maestra de literatura en la universidad. ¿Y tú?
—Por ahora, en algunos negocios de mercadotecnia —contestó con aire casual.

La conversación fluyó con sorprendente facilidad. Hablaron por horas, riendo y compartiendo anécdotas, hasta que Ámbar sintió esa chispa esperanzadora que a veces nace sin permiso. Tal vez este chico sí es diferente, pensó.

Al caer la tarde, comenzaron a bailar entre notas suaves y románticas. Fue entonces cuando él, impulsivo, la besó. Ella se sonrojó, sorprendida.
—Podemos continuar en mi departamento —susurró él con descaro.
Ámbar sonrió, nerviosa:
—Mejor... sigamos bailando.

De pronto, el chico cambió. Su expresión dulce se tornó en desdén.
—Vamos, chica... ¿qué quieres, que te enamore? ¿Que te regale flores? Yo buscaba acción esta noche, ¿entiendes? Si no me la vas a dar, me voy. Perdí el tiempo contigo.

El corazón de Ámbar se quebró silencioso. Tomó su cartera, pagó la cuenta y se marchó, sintiendo cómo la decepción le pesaba en el alma.

Mientras caminaba bajo el tenue brillo de los faroles, divisó en el bar al profesor de Historia... con otra mujer. Estaban tan cerca que las palabras sobraban.
—Por supuesto —murmuró amargamente—, este tenía que ser el broche de oro. ¡Perfecto!

El cielo, como si compartiera su tristeza, se tornó oscuro. Los relámpagos rugieron y la lluvia comenzó a caer con furia. Ámbar corrió por la avenida, empapada, hasta que una limusina negra se detuvo a su lado.

La ventana se bajó lentamente, y una voz profunda dijo:
—Señorita, no se moje más. Suba, por favor.

Ella dudó, pero la cortesía de aquel desconocido la convenció.
—Muchas gracias, señor —dijo al sentarse, tiritando.
—¿Por qué tan triste, señorita? —preguntó él con una mirada que parecía conocerla.
—Siento que estoy en la época equivocada —suspiró—. Quisiera haber nacido en los tiempos de los romances verdaderos, como los de mis libros.
—¿Está segura de que eso es lo que desea? —replicó el hombre con una media sonrisa.
—Sí —afirmó ella con voz decidida—. Daría lo que fuera por vivir en esa época.
—Tenga cuidado con lo que desea —murmuró él—, podría hacerse realidad.

Cuando llegaron, Ámbar señaló su edificio.
—Aquí es, señor. Muchas gracias por traerme.
—De nada —dijo él con una mirada enigmática.

Entonces, el hombre pronunció unas palabras en un idioma que ella no comprendió:

> “Tu deseo cumplirás… y de él aprenderás.”

Ámbar sonrió con incredulidad. Qué broma más rara, pensó.
Subió a su departamento, se bañó, se puso su pijama y se recostó. La lluvia seguía cantando afuera cuando cerró los ojos…
sin imaginar que, al despertar, ya no estaría en su tiempo...




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