Un Tiempo para Amar

Capitulo 3 ¡El despertar de otro tiempo!

El amanecer llegó con un resplandor dorado que se filtraba entre cortinas de terciopelo.
Ámbar abrió los ojos lentamente… y el mundo que la rodeaba no era el suyo.

Las paredes ya no eran blancas ni frías: estaban cubiertas por tapices bordados con escenas de jardines antiguos; un perfume a lavanda y madera vieja flotaba en el aire. En lugar del zumbido de los autos, escuchó el canto de un ruiseñor.
Se incorporó, confundida, con el corazón latiendo fuerte.
—¿Dónde estoy? —susurró, tocando la sábana de lino fino que cubría su cuerpo.

Se levantó y se miró en el espejo…
Ya no llevaba su pijama moderna, sino un vestido color marfil, de encaje y corsé, tan elegante como los que solo había visto en los retratos de los libros que enseñaba.
Sus manos temblaron.
—Esto no puede ser real… —dijo, sintiendo cómo una corriente eléctrica le recorría la piel.

Salió de la habitación. Los pasillos eran amplios, iluminados por la luz dorada que entraba por los ventanales. En las paredes colgaban retratos de damas con peinados altos y caballeros de mirada severa.
Un criado pasó frente a ella y se inclinó respetuosamente:
—Buenos días, señorita Ámbar. El desayuno está servido en el jardín.

Ella lo miró con asombro.
—¿Señorita Ámbar? —repitió en voz baja.
El criado asintió, sin mostrar extrañeza alguna, y continuó su camino.

Ámbar caminó hasta el jardín, donde una mesa estaba dispuesta con porcelana fina y frutas frescas. Todo parecía sacado de un sueño antiguo.
El aire era fresco, y el canto de los pájaros parecía armonizar con el murmullo de una fuente cercana.

De pronto, escuchó una voz masculina detrás de ella:
—Veo que por fin ha despertado, señorita.

Se giró lentamente.
Era el mismo hombre de la limusina… pero ahora vestía un traje de época, con chaleco de terciopelo y guantes blancos. Su mirada seguía siendo la misma: profunda, casi hipnótica.

—Usted… —murmuró Ámbar, retrocediendo un paso—. ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
Él sonrió, con un leve destello de ironía.
—Está donde siempre deseó estar, mi querida Ámbar. En el siglo XIX, en el corazón de Inglaterra.
—¿Inglaterra? ¡Eso es imposible! —exclamó ella, mirando a su alrededor.
—Nada es imposible cuando el deseo es verdadero —respondió él, acercándose con calma—. Usted pidió vivir el romance antiguo… y ahora lo vivirá.

El viento sopló, moviendo suavemente su cabello.
Ámbar, confundida, no sabía si temer o maravillarse. Parte de ella quería despertar de esa fantasía; la otra, quería creer que el destino le había concedido una oportunidad para vivir el amor que siempre había imaginado.

El hombre inclinó la cabeza con una reverencia cortesana.
—Mi nombre es Lord Evan D’Armand. Y mientras permanezca aquí, yo seré su guía.

Sus ojos se encontraron. Algo en su mirada le hizo sentir un escalofrío dulce y peligroso a la vez.
Ella respiró hondo y murmuró:
—Entonces… que empiece el sueño.

El sol ascendía lentamente, tiñendo de oro las hojas del jardín.
Y Ámbar, con el corazón encendido y la mente en un torbellino de dudas, dio su primer paso en aquel nuevo mundo donde la fantasía y la realidad ya no tenían frontera...




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