Un Tiempo para Amar

Capitulo 4 ¡El caballero del libro!

El tiempo parecía fluir distinto en aquella mansión. Los días se deslizaban con la cadencia lenta de los relojes antiguos y las noches olían a flores secas y secretos.
Ámbar comenzaba a adaptarse a los modales, al lenguaje elegante y a la delicadeza con que las damas debían comportarse. Sin embargo, cada gesto, cada regla, le recordaba lo que había perdido: su libertad.

“Las mujeres no deben hablar antes que un caballero.”
“Las damas deben reír con discreción.”
“Una mirada mal dirigida puede ser un escándalo.”

Esas frases resonaban en su mente como cadenas invisibles.

Una tarde, mientras paseaba por los jardines con un libro en la mano —uno de los mismos que había enseñado a sus alumnos en su tiempo—, escuchó el relincho de un caballo. Alzó la vista y lo vio.

El jinete descendía con elegancia. Vestía un abrigo azul marino, botas altas y llevaba el cabello ligeramente despeinado por el viento. Su porte era tan imponente como el de los héroes de los romances victorianos.
—Buenos días, señorita —dijo con una voz firme y gentil.
—Buenos días… —respondió Ámbar, con un leve temblor en los labios.

El joven sonrió y se inclinó cortésmente.
—Disculpe si la asusté. No acostumbraba ver a una dama leyendo tan temprano en el jardín.
—No me asustó —dijo ella, intentando mantener la compostura—. Solo me sorprendió… no esperaba compañía.

Él observó el libro entre sus manos y leyó el título.
—Orgullo y Prejuicio… curioso. Es mi historia favorita.
Ámbar lo miró, perpleja.
—¿Su favorita?
—Por supuesto —dijo él con una sonrisa enigmática—. Tal vez porque comparto nombre con su protagonista. Me llamo William Darcy.

El aire pareció detenerse. Ámbar sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
—¿Dijo… Darcy?
—Así es, señorita Ámbar. ¿Nos conocemos?
—No… no exactamente —susurró ella, casi sin voz—. Solo… he leído sobre usted.

Él arqueó una ceja, divertido.
—Entonces espero que mi versión literaria no le haya parecido demasiado arrogante.

Ambos rieron suavemente. Fue una risa ligera, pero en ella había algo más: un hilo invisible que los unió sin aviso.

Durante los días siguientes, se encontraron varias veces en la biblioteca o en los paseos matutinos. Darcy hablaba con pasión sobre arte, historia y justicia, aunque en sus palabras siempre había un dejo de melancolía.
—El mundo es hermoso, pero cruel con quienes desean romper las reglas —le dijo un día mientras caminaban entre rosales.
Ámbar lo miró con ternura.
—Lo sé… y las mujeres lo sentimos más que nadie.

Él la observó, sorprendido por su franqueza.
—Habla como si viniera de otro tiempo.
—Tal vez… —susurró ella, desviando la mirada.

Aquel sentimiento que había comenzado como curiosidad se transformaba en algo más profundo, más peligroso. Ámbar, que había soñado con el amor antiguo, lo estaba viviendo… pero a un precio alto.

Una tarde, en el salón principal, una de las damas de la corte comentó con desdén:
—Dicen que la señorita Ámbar camina sola por los jardines y conversa con el señor Darcy sin chaperona. ¡Qué atrevimiento!
Las risas sofocadas de las otras mujeres la hirieron más que cualquier palabra.

Esa noche, en su habitación, Ámbar se miró en el espejo y susurró:
—Soñé con este mundo toda mi vida… pero no sabía que en él el amor debía esconderse y la voz de una mujer debía callar.

Mientras tanto, en los jardines, el joven Darcy pensaba en ella, en sus ojos modernos atrapados en un pasado que no la comprendía.
Y el viento, cómplice de su destino, parecía murmurar entre los árboles:

> “El deseo se cumple… pero cada deseo tiene su precio.”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.