Darcy caminaba por las calles iluminadas del siglo XXI con paso inseguro, como si cada pavimento y cada carro fueran criaturas desconocidas. Su mirada recorría los rascacielos y los semáforos con una mezcla de asombro y desconcierto. Todo era demasiado rápido, demasiado ruidoso, demasiado… moderno.
Ámbar lo tomó del brazo, sonriendo mientras trataba de tranquilizarlo. “No te preocupes, Darcy. Pronto te acostumbrarás… un poco.”
Pero Darcy no estaba seguro de querer acostumbrarse. Cada persona que pasaba lo miraba como a un extraño. Su manera de hablar, formal y cargada de modales propios del siglo XIX, provocaba susurros y risas contenidas. Al entrar en el departamento de Ámbar, su tía Lucy y sus amigos lo examinaron con curiosidad, y pronto la diversión se transformó en pequeñas bromas.
“¿Cómo dices… ‘caballero’? ¿Todavía se usan esas palabras?” preguntó Lucy, conteniendo la risa.
Darcy frunció el ceño, sin comprender del todo el humor moderno. “¿Caballero…? Lo soy, según las costumbres de mi tiempo. ¿Es eso un motivo de burla?”
“¡No, no… es solo que suena tan… anticuado!” rió uno de los amigos de Ámbar.
El caballero del siglo XIX intentaba responder con cortesía y elegancia, pero cada gesto parecía fuera de lugar. Cuando Ámbar sugirió pedir comida rápida, Darcy la miró con horror.
“¿Comida rápida…? ¿Pan y carne servidos de esta manera sin ceremonia alguna? ¡Jamás!” exclamó, señalando con desaprobación las hamburguesas y las papas fritas que Ámbar sostenía.
Todos estallaron en risas. “Darcy… esto es normal aquí. ¡Solo pruébalo!” insistió Ámbar, intentando no reírse de la incomodidad del joven caballero.
Pero Darcy tomó un bocado con cuidado, y sus ojos se abrieron como platos. “¡Por todos los cielos! ¿Se puede considerar comida… esto?” murmuró, mientras masticaba con incomodidad.
A pesar de todo, Ámbar no podía dejar de sonreír. Verlo tan fuera de lugar le recordaba cuánto valía su amor y el sacrificio que Darcy había hecho para estar con ella. Y aunque los amigos y familiares se burlaran, Darcy mantenía su dignidad, adaptándose lentamente con cada gesto torpe y cada palabra anacrónica.
Al caer la noche, mientras caminaban de regreso al apartamento, Darcy miró la ciudad con una mezcla de asombro y resignación. “Este siglo… es extraño y fascinante a la vez. Pero mientras estés a mi lado, Ámbar… intentaré aprenderlo. Incluso si debo soportar estas… extravagancias modernas.”
Ámbar apretó su mano, riendo suavemente. “Te prometo que no será fácil, pero juntos podemos hacerlo. Nadie nos separará… ni el tiempo, ni el mundo, ni los amigos que se burlan de ti.”
Y así, mientras las luces de la ciudad parpadeaban a su alrededor, Darcy comprendió que estar con Ámbar significaba enfrentar desafíos mucho más grandes que cualquier duelo del siglo XIX: adaptarse a un siglo entero para poder amar libremente...