Un Tiempo para Amar

Capitulo 10 !La laptop¡

A la mañana siguiente, Ámbar se levantó temprano y se dio una ducha, mientras Darcy seguía dormido, despeinado y exhausto por todas las emociones nuevas que estaba experimentando.
Ella lo miró con ternura, (qué dulce se veía así, tan fuera de su mundo), y lo despertó suavemente diciendo:

—Darcy, despierta, cariño.

Él abrió los ojos lentamente y sonrió.

—Hola, mi rayo de luz… buen día, querida dama.

Ámbar soltó una risa suave.

—Muy buen día, señor. Debes ducharte, debemos ir a desayunar.

—¿Desayunar? ¿No desayunas en casa? —preguntó él, aún somnoliento.

Ella rió de nuevo.

—No, suelo desayunar en la cafetería.

Darcy la miró, confundido.

—¿Qué es una cafetería? Jamás había escuchado tal término.

—Es un lugar donde sirven café y desayunos —explicó Ámbar con paciencia.

Él, perplejo, replicó:

—¿Pero no es mejor que llamemos a la criada para que prepare el desayuno?

Ámbar no pudo contener la risa.

—No, Darcy, aquí no hay criadas.

El rostro de él se ensombreció.

—¿Cómo que no hay criadas? ¡Eso es terrible! ¿Quién lavará mi ropa? ¿Quién cocinará mi comida? (No sé hacer nada de esas cosas… se supone que, en mi siglo, los hombres solo se dedican a los negocios. Aquí ni siquiera tengo trabajo… ¿de qué podría vivir si no entiendo nada de este lugar?)

Ámbar se acercó a él con dulzura y dijo:

—Tranquilo, mi caballero, todo se acomodará. Vamos a desayunar.

Darcy, resignado, se levantó y miró con desconfianza los tenis sobre la cómoda.

—Ámbar, ¿dónde están mis botas?

Ella rió con cariño.

—No, Darcy, no puedes usar esa ropa aquí. Te dejé una playera, un pantalón y unos tenis en la cómoda.

Él puso los ojos en blanco.

—Ámbar, esto es horrible… ¡pareceré un mendigo! Soy de la realeza, no puedo vestir así.

—Cariño, recuerda que aquí no existe la realeza —dijo ella sonriendo—. Puedes vestir como quieras; a nadie le importará.

(Él suspiró, sintiéndose cada vez más perdido en ese nuevo mundo.)

—Bueno, si tú lo dices… haré caso. Me voy a duchar y me vestiré. Espérame.

Salieron del departamento y caminaron hasta la cafetería. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, mientras el murmullo de la ciudad los envolvía.

Darcy llamó a la mesera con toda la cortesía que su siglo le había enseñado:

—Bella criada, ¿podría hacernos el honor de tomar nuestro pedido?

La mujer lo miró con recelo.

—Disculpe, señor, pero yo no soy criada de nadie. ¡Qué maleducado es usted!

Él, asustado, miró a Ámbar.

—Disculpe, señorita —intervino ella rápidamente—. Él no es de por aquí, no está acostumbrado.

La mesera sonrió dulcemente.

—Está bien. Tomaré su orden, señor.

Darcy se inclinó hacia Ámbar y susurró:

—¿Cómo se les llama a estas personas, si no son criadas?

—Simplemente son personas, Darcy. Tranquilo.

Después del desayuno, Ámbar le dijo con entusiasmo:

—Vamos a un café internet.

—¿Otro café? —preguntó él con un gesto de hartazgo—. Me he llenado con lo que he comido.

Ámbar soltó una carcajada.

—Ay, Darcy, vamos a investigar algo en la web. Necesito entregar un trabajo y unos papeles de la escuela donde enseño.

Él la miró, incrédulo.

—¿Tú trabajas? ¡Imposible! Una mujer no puede ser maestra.

Ella frunció el ceño.

—¿Y por qué no?

—La ley no lo permite —dijo él con absoluta seriedad.

—Dirás la ley del siglo XIX. La ley del siglo XXI no es así.

Darcy parpadeó, confundido.

—Bueno… si aquí todos trabajan, hombres y mujeres, entonces… ¿quién se encarga del hogar?

—Ambos —respondió Ámbar con firmeza—. Ambos se encargan del hogar.

Él asintió lentamente, procesando aquel nuevo concepto. (Este mundo está al revés… pero ella parece tan feliz aquí.)

Caminaron por la avenida hasta llegar al café internet. Ámbar encendió una computadora y comenzó a escribir. Darcy la observó con fascinación y un toque de miedo.

—¿Qué es eso? —preguntó, retrocediendo un paso—. ¡Es un aparato del demonio! ¿Por qué brilla así? Se parece a una máquina de escribir, pero… ¿por qué tiene tantas teclas? ¿Por qué enciende de esa manera? ¿Está viva acaso?

Ámbar soltó una carcajada que llenó el lugar.

—Es solo una computadora… una laptop, para ser exacta.

—¿Laptop? ¿Qué es eso?

—Es como una máquina de escribir moderna.

—Entiendo… —dijo él, acercándose con cautela—. Muéstrame qué es lo que hace.

Y allí estaban los dos: un caballero del siglo XIX y una mujer del XXI, riendo juntos frente al brillo azul de una pantalla, mientras ella le mostraba el milagro de la tecnología.
(Quizá —pensó Ámbar— la distancia entre los siglos no sea tan grande, si hay amor de por medio.)




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