Al día siguiente, Darcy se levantó muy temprano, se duchó y, con una determinación poco común, le dijo a Ámbar:
—Cariño, iré a buscar trabajo a la embajada de políticos.
Ámbar, que aún estaba medio dormida, abrió los ojos de par en par.
—¿¡Quéee!? No, cariño, no puedes ir ahí.
Darcy, confundido, arqueó una ceja.
—¿Por qué no, florecita? Soy un político respetado, me aceptarán enseguida.
Ella suspiró y, tratando de contener la risa, respondió:
—Amor, aquí ni siquiera te conocen. Recuerda que estás en otro siglo… nadie sabe quién eres.
Él bajó la mirada, visiblemente entristecido.
—Entonces, ¿qué hago, cariño? Ni siquiera puedo mantenerte. ¿Qué clase de caballero deja que su pareja trabaje mientras él no hace nada? No puedo seguir así… me siento inútil.
Ámbar sonrió con compasión y acarició su mejilla.
—Hagamos algo, ¿te parece? Vamos a sacar tu identidad y tus papeles para que puedas buscar un empleo, amor.
Darcy asintió con una mezcla de esperanza y desconcierto. Pasaron varias horas entre formularios, huellas digitales, fotos y largas esperas en oficinas llenas de gente. Cada vez que alguien lo llamaba por su nombre, él se ponía de pie con una reverencia exagerada, lo que causaba algunas risas entre los empleados.
Finalmente, después de varios trámites, Darcy salió con su cédula y una sonrisa de satisfacción.
—¡Por fin soy un ciudadano de este siglo! —dijo orgulloso, levantando el documento como si fuera un trofeo.
Ámbar rió y lo abrazó.
—Muy bien, caballero moderno. Ahora toca buscar trabajo.
Durante toda la tarde recorrieron diferentes lugares, pero nadie parecía necesitar a un “caballero con experiencia en diplomacia y poesía”. Darcy no entendía los letreros ni los sistemas digitales, y cada entrevista terminaba con un educado “ya le llamaremos”.
Cuando el sol comenzó a ponerse, pasaron frente a un McDonald’s. Darcy observó el enorme letrero dorado con curiosidad.
—¿Qué lugar es este, amor? ¿Un castillo?
Ámbar soltó una carcajada.
—No, cielo. Es un restaurante de comida rápida. Están contratando.
Él se quedó pensativo unos segundos y luego dijo con voz solemne:
—Un caballero no teme al trabajo. Si debo servir hamburguesas para honrarte, lo haré.
Entraron juntos. El gerente, un hombre joven con tatuajes y gorra, le explicó lo básico. Darcy escuchaba con atención, aunque muchas palabras le sonaban a otro idioma. Cuando le entregaron el uniforme, lo observó con asombro.
—¿Debo usar esto? —preguntó, mirando la gorra con el logo amarillo.
—Sí —respondió Ámbar, riendo—, y no olvides sonreír cuando tomes los pedidos.
Su primer día fue una mezcla de caos y ternura. Darcy trataba a cada cliente como si fuera un duque o una dama, diciendo cosas como:
—Buenas tardes, honorable señor, su orden estará lista en breve.
Algunos lo miraban con extrañeza, otros reían, y unos cuantos grababan videos para redes sociales. Al final del turno, Darcy estaba exhausto, pero feliz.
—Creo que no fui tan mal, ¿no? —preguntó con una sonrisa.
Ámbar lo abrazó con orgullo.
—Estuviste increíble, amor. No hay trabajo pequeño cuando se hace con el corazón.
Él la miró con ternura y respondió:
—Mientras pueda ganarme tu respeto y seguir a tu lado, cualquier lugar será digno de mí.
Y así, el caballero del siglo XIX se convirtió en el empleado más educado y peculiar que aquel McDonald’s había tenido jamás.