Jin.
Algo que me gusta mucho, es conocer nuevas recetas de comida, recetas que pongan a prueba mis habilidades, paladar y entusiasmo, que me reten a mejorar y obtener el mejor sabor de todos. No disimulé mi emoción, cuando Kate dijo que iba a enseñarme su guiso secreto, porque de verdad quería saberlo, se escuchaba como algo exquisito. Corrí a la cocina, para tomar mi mandil y ponérmelo, y al girar, la vi entrando a la cocina, con una mochila en la mano.
–¿Qué vamos a necesitar? –pregunté, para preparar todo.
–Para empezar, ¿tienes pollo?
–Sí, compré uno ayer, por si decidías compartir la receta.
–Eres un hombre muy precavido –señaló con una sonrisa –. Bueno, vamos a necesitar los siguientes ingredientes –comenzó a nombrarlos, así que los fui sacando de la alacena, refrigerador y especiero, encontrándolos todos.
Doy gracias a Namjoon y Jimin, quienes siempre están atentos a que nada falte en la cocina, mañana les doy las gracias con su desayuno favorito. En mi misión de buscar todos los ingredientes, noté que sacaba una caja de madera de su mochila, además de un mandil de nubes.
–¿Qué es eso? –pregunté curioso, señalando la caja.
–Ah, es el especiero de mamá, lo uso cada vez que quiero cocinar, puede considerarse como una reliquia familiar.
–Es muy bonita.
–Gracias. ¿Quieres comenzar?
–Sí.
–Bien. Manos a la obra –murmuró, atando su cabello en una coleta alta.
Al principio, trataba de no ser muy cercano, de sólo aportar lo necesario, pero de verdad estoy divirtiéndome con ella. Sus órdenes son claras, me ayuda cuando olvidé lo que me pidió y se ríe de mis chistes. Kate sin duda alguna es talentosa en la cocina, incluso más que yo, y no me pesa decirlo, de hecho, me encuentro casi admirándola como un niño pequeño. A pesar de que es la primera vez que está aquí en mi cocina, se mueve con una naturalidad increíble.
Corta los vegetales como una profesional, sazona y mezcla como si nada, como si fuera su ambiente de siempre. Inhaló profundo, deleitándome con el exquisito olor que sale del guiso, una delicia que debe ser compartida con el mundo.
–Uhm, se ve muy bien –expresó Kate, luego de darle una probada.
–Yo quiero probar –pedí, acercándome a ella.
Asintió, tomando otro poco del caldo, soplando en la cuchara y acercándola a mi boca. Ni siquiera me cohibí ante el gesto, quería probarlo, y cuando lo hice, una explosión de sabores azotó mi boca, ahogando un gemido de éxtasis.
–¡Es divino! –exclamé emocionado
–Fue buena tu idea de añadir papa en la receta, nunca se me ocurrió.
–Compensaría un poco el exceso de sal en el caldo, sueles pasarte un poco con ella.
–Un mal hábito, pero a mamá le encantaría tu aportación, ella creó la receta –compartió, deshaciendo la coleta, pasando sus dedos por su cabello.
–¿En serio?
–Sí, la hacía cuando tenía un mal momento, cuando estaba triste o enojada. Creía que la comida puede cambiar el estado de animo de una persona.
–Puede hacerlo, no subestimes el poder de la comida –mencioné con seguridad.
–No lo hago, la respeto mucho. La cocina es donde tengo los recuerdos más bonitos con mamá, un lugar donde me enseñó tanto, pero, aun así, siento que no fue suficiente –murmuró con una sonrisa, pero con ojos húmedos.
Habla con tanto amor y devoción de su madre, que no imaginó el dolor que experimentó al dejarla ir. Puse mi mano en su hombro, palmeando ligeramente, para darle una especie de consuelo.
–Una perdida nunca es fácil de superar, pero podemos sobrellevarla, rememorando y honrando los recuerdos bonitos, justo como lo haces ahora –aconsejé, sonriéndole con sinceridad.
–Tienes razón –aceptó, limpiando un poco sus humedecidos parpados –. Lo siento, a veces me pongo algo sensible.
–No hay problema, siempre y cuando, sean por recuerdos bonitos.
–Lo son, eso es seguro.
–¿Y cómo fue que tu mamá se apasionó por la cocina? –pregunté, para seguir con la ruta de los buenos recuerdos.
–Su madre le enseñó a ella y su hermana. Tenían una pequeña posada que suele llenarse en vacaciones, así que solía necesitar ayuda en la cocina. Mamá y tía Magdalena nunca vieron eso como un trabajo, lo veían como una pasión, como un modo de vida, era muy especial para ellas.
» Mamá decidió especializarse y conocer el mundo, mientras que mi tía se quedó con la posada, ambas tomaron sus caminos, y fueron felices con su decisión –relató, sonriendo con nostalgia –. Mis padres se conocieron en Turquía, y luego de casarse y a los dos años tenerme, nos mudamos a Seúl, porque le habían ofrecido un puesto de chef en un restaurante.
» A ella no le importaba si era un restaurante de renombre, una fonda o un puesto callejero, ella amaba cocinar, sin importar donde estaba. Como te has de imaginar, ella me enseñó el oficio, pero me di cuenta que soy más hábil con los postres, me encanta mirar recetas de galletas, dulces y pasteles, aprendí cada una de ellas, y luego de eso, les puse mi toque personal.