- ¡No quiero que vayas! - exclamó Lucía, con la voz temblorosa, sus ojos se llenaron de lágrimas - Nunca has salido del pueblo y quieres irte a un lugar desconocido sin nadie que te apoye. No sabes lo peligroso que es. Hay gente mala en esos lugares.¿Qué pasará si te pasa algo?
Lucas se sentó en la mesa, con la mirada baja. Sabía que su madre tenía razón, pero no podía quedarse.
- Hay gente mala en todos lados. No puedo quedarme aquí, solo por eso. Esta es una buena oportunidad. El amigo de Julio, estudió en la ciudad y dijo que puede ayudarme a conseguir un buen trabajo.
- ¿Y qué pasa con tu trabajo aquí? - preguntó, con un tono de preocupación.
- Puedo renunciar. No es un trabajo que me apasione. Además, no quiero pasar toda mi vida arrepentido. Quiero ver el mundo, conocer gente nueva, tener nuevas experiencias.
Lucía suspiró, con los ojos húmedos - Hijo mío, no quiero que te vayas. Pero entiendo tus deseos.
Lucas se levantó de la mesa y la abrazó con fuerza - Mamá, no te preocupes. Voy a tener cuidado. Te voy a llamar todos los días. Y volveré a verte pronto.
Ella asintió con la cabeza, con una sonrisa triste - Te quiero mucho, hijo.
- Yo también te quiero, mamá.
Sabía que sería difícil dejarla, pero tenía que hacerlo.
Tenía que seguir sus sueños.
El avión descendió, y Lucas sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La ciudad se extendía a sus pies, un laberinto de calles y casas que le resultaba familiar, pero que ahora le parecía extraño y hostil.
El taxi lo llevó a través de las calles, pasando por casas viejas y descuidadas, tiendas con carteles descoloridos y parques cubiertos de hojas secas. La atmósfera era sombría, como si el pueblo entero estuviera envuelto en un manto de tristeza.
Finalmente, el taxi se detuvo frente a una casa de dos pisos, de fachada descascarada y jardín descuidado. Era la casa de su tío. La casa le parecía más sombría que nunca, como si la propia tristeza del pueblo se hubiera filtrado en sus muros.
Su tío lo recibió en la puerta, con una expresión de tristeza en el rostro.
- Lucas, hijo mío - dijo Mateo, con la voz ronca.
Lucas lo abrazó con fuerza, sintiendo el dolor en su corazón.
- ¿Cómo está? - preguntó, con la voz temblorosa, temiendo la respuesta.
Con los ojos húmedos dijo - No está bien, Lucas. El médico dijo que no vivirá más de dos semanas. Está muy débil.
Al escuchar ésto sintió que el mundo se le venía encima.
Sabía que el tiempo se estaba acabando.
Y no estaba preparado para perderla