- Oh, al fin despiertas - una risa suave se introdujo a mis oídos, como el tintineo de una campanita. Parecía provenir de un lugar muy cercano, pero no podía distinguir de dónde.
Con dolor en los ojos, miré alrededor, el lugar era borroso y confuso. Hasta que ubiqué a una joven junto a mí. Tenía el cabello negro azabache, como la noche, y una carita del tamaño de mi palma, enmarcada por un flequillo que le caía sobre los ojos. Llevaba un vestido beige que le llegaba hasta los pies, y un sombrero de paja que le daba un aire de misterio.
Por alguna razón, sentí que la había visto en algún lado, pero no podía recordar dónde.
- Oh, mira esos cachetes, son tan lindos y apretables. Qué adorable - exclamó, sus ojos brillando con una alegría casi infantil. Sus dedos se posaron sobre mis mejillas, acariciándolas con suavidad.
Abrí mucho los ojos cuando besó mi rostro repetidamente, mientras me abrazaba con fuerza.
- No... no hagas eso, no te conozco - dije, mi voz apenas un susurro.
Se rió otra vez, una risa melodiosa que me hizo sentir incómodo - Tu yo actual no, porque solo eres un lindo bebé.
Ofendido, respondí - Tengo 8 años, señora.
- Señorita - corrigió con una sonrisa pícara - ¿Quién imaginaría que un hombre tan guapo, siendo niño, era una masita, masita cascarrabias?
- No sé de qué habla - respondí, mi rostro sonrojado.
Ella me acarició la mejilla con delicadeza, como un gato pasando su rostro por mis pequeños hombros - Soy Carolyn. Soy la pequeña y dulce Carolyn.
-Sin ofender, pero usted parece vieja. — dije con una mueca.
- ¿Cómo que vieja? Solo tenía 17 cuando morí -respondió con una sonrisa melancólica.
- ¿Murió? ¿Cómo...? - la miré confundido.
-No te pongas tan nervioso, no me recordarás pronto. Cosita tierna - movió su nariz con la mía, suspirando con tristeza.
Chasqueó los dedos, y de repente, la habitación se llenó de un resplandor blanco.
- Si te sientes mal, puedes pensar si quieres regresar, recordar un momento feliz, aquel que te haga reír. Sé feliz. Incluso si te sientes triste - escuché la voz de mi madre cantando, una melodía suave que se mezclaba con el susurro del viento entre las hojas.
Sentada debajo de un árbol, sobre un prado verde y extenso, ignorada por la vista, me acerqué a ella. Ni siquiera pensé en preguntarme cómo llegué allí. Era como si mis pies me hubieran llevado a este lugar sin que mi mente interfiriera.
- ¡Mamá! - corrí hacia ella, mis piernas pequeñas dando zancadas apresuradas.
Mamá me sostuvo en sus brazos, su aroma a lavanda y miel inundándome - ¿Cómo está mi dulce bebé? ¿Qué haces aquí?
- Yo... no recuerdo. Creo que... quería verte - dije, mi voz temblorosa.
- Mi Lucas no necesitaba venir, porque yo siempre estoy a tu lado. Ven, siéntate en mi regazo. Te cantaré tu canción favorita - su sonrisa era radiante, como el sol de la mañana.
No sabía por qué, pero sentía que mamá era más joven, o ¿siempre fue así de hermosa? Sus ojos brillaban con una luz especial, una luz que me llenaba de paz y nostalgia.
- Cuando la noche llega, los niños se preparan para dormir. Los padres los arrullan, diciendo que la luna está esperando para dar buenos sueños. Soñar con barcos, dulces y viajes - cantó con una voz dulce y melodiosa.
En ese momento no comprendí, no comprendí por qué al verla quería llorar. Sentía tanta melancolía, una tristeza profunda que me oprimía el pecho. Y justo cuando comprendí que lo que tenía que soltar era a ella, dejar ir mi pasado implicaba dejarla ir. Yo... recordé. Ya la había perdido una vez, y ahora me obligaba a darle aquella paz que no tuvo.
- Mamá, te amo - dije mientras me aferraba a su vestido, sin querer soltarla.
- Yo también te amo, hijo - besó mi frente - Siempre lo he hecho, porque eres mi bebé, incluso si te vuelves adulto o si tienes canas.
- ¡Mamá! - reía mientras las lágrimas se deslizaban por mis mejillas - Yo... no quiero que te vayas.
- ¿Irme? ¿Cuándo me he ido? Siempre estaré aquí -señaló mi corazón - Y aquí, aquí y aquí - dijo mientras me hacía cosquillas, su risa inundando el aire.
"Lucas.... Lucas.... ¡Despierta!"