Ha llegado el día. Salgo de casa con la cabeza alta y me dirijo al reluciente autobús que me llevará a Caramelo, la capital de Amarillo. No tengo expresión en el rostro. No es bienvenida con tantos hombres alrededor. Soy muy alta. Y aun así me sacan un buen trozo. Cuando subo me dan un uniforme ajustado y elástico de color casi dorado y un velo mostaza que me llega al pecho.
Cuando llegamos nos colocan a todos en formación por orden alfabético. Estamos bajo un gran techo de metal, en lo que parece un pabellón deportivo de antes de la Gran Guerra. En Amarillo la mayoría de los espacios son cubiertos. Nuestras pieles son demasiado blancas para el sol, y cuando tenemos que exponernos tanto hombres como mujeres usamos pañuelos sobre la cabeza. Es una de las peores partes de ir a Aguamarina, allí aguantar sus rayos es casi parte del torneo. Nos van llamando y guiando a una plataforma a orillas del mar. Incluso desde mi posición lejana actual, su imagen da escalofríos y deja saber lo tóxico que es. Me ajusto el velo sobre la boca y camino hacia el barco de acero que se mece entre las olas de ácido en cuanto escucho que pronuncian Hedda Hansen.
Las horas en el barco son horribles y ni siquiera recuerdo la última vez que hablé con alguien. Mastico asjun para hidratarme ante el calor que siento, cada vez más cuando nos acercamos lentamente a Negro y a la isla del demonio.
No somos los primeros en llegar. Ni de lejos. Veo trajes similares al mío, pero en los colores de cada continente. Los más numerosos son los azules. Siempre lo son. Dejan entrar a mujeres en sus academias y eso aumenta increíblemente el número de integrantes. Al igual que nuestras vestimentas incluyen pañuelos, las suyas cuentan con una túnica más holgada en la parte superior. Siempre me llamará la atención lo amigables que son entre ellos. Privilegiados. Con un clima templado y una economía creciente, tienen mucho más tiempo para el ocio que el resto de nosotros.
En total, seremos unos doscientos o doscientos cincuenta en el prado de colores vivos. Sí, Aguamarina es igual de bella que de peligrosa.
Cuando pienso que nos dejarán morir de sed allí abajo, oímos la voz de un hombre a nuestras espaldas. Nos giramos como presas asustadas, solo para verlo al borde del acantilado en el que aterrizamos. Desde su posición elevada nos da un breve mensaje:
- Repartiros en grupos de cuatro como prefiráis. Solo debéis cumplir dos normas: mismo género y mismo continente. Suerte encontrando vuestros aposentos.
El hombre ya se ha girado cuando lo llamo, mi voz insoportablemente aguda por la sorpresa:
- Soy la única mujer de Amarillo.
- Mismo género, preferiblemente, entonces. Aunque puedes mezclarte con quien desees - eso es un regalo envenenado. Ninguna mujer desea ser violada mientras duerme- Pero seguramente tendrás que dormir con un ojo abierto en cualquier caso.
Sé porqué lo dice. Si un aspirante de tu continente gana el torneo, tienes derecho a pedir un objeto al Gobierno de Aguamarina. Un único objeto, aunque normalmente todos los habitantes se ponen de acuerdo para conseguir un acuerdo ventajoso. Puedo considerarme afortunada si consigo compañeras, aunque luego me traicionen.
Cuando vuelvo a mirar hacia el acantilado, el mensajero está saltando.
Casi me caigo con la sorpresa, pero parezco ser la única que, perdida en sus pensamientos, no ha empezado a buscar los dormitorios. Todos están desesperados y remueven la hierba, que es preciosa, pero letal cuando se extiende durante kilómetros y kilómetros de forma totalmente homogénea. No hay nada que llame la atención, nada que dé una pista. Nada excepto ese salto que nadie ha visto.
Con pasos cortos y cautelosos, me acerco al acantilado, inclinándome hacia delante cuando llego al borde. Me pongo prácticamente boca abajo y logro ver como metros más abajo la tierra que forma el lugar donde piso se va adentrando en la arena de la playa. Pero es imposible divisar algo más allá.
Para bajar necesitaría la ayuda de alguien y una cuerda. La cuerda la tengo metida en el sujetador. La ayuda de alguien me la voy a tener que ganar con mis habilidades sociales, que no son muchas. Por el momento vuelvo al prado y examino a las mujeres que veo algo apartadas.
Descarto rápidamente a las azules, porque son las suficientes como para formar grupos; a las verdes, porque siempre han tenido mucha competencia con nuestro continente (ambos nos especializamos en la creación de ropa); y a las violetas porque son exactamente cuatro.
Esto me deja con las de Negro. Veo una demasiado quieta, como si estuviera hipnotizada, con la vista centrada en un punto fijo.
Me da mala espina. Estoy a punto de alejarme de ella cuando dos chicas de su mismo continente la asaltan por detrás. Me recuerda tanto a mí que no puedo evitarlo. Acudo a socorrerla. Puedo oír los insultos de las otras dos:
- Maldita empollona. ¿Crees que tu inteligencia te salvará aquí? Apenas puedes blandir un cuchillo y en la primera prueba te quedas paralizada. No se porqué has venido.