Puede que hace unos momentos, con gente de otros continentes, no estuviese muy segura. ¿Pero con el mejor amigo de mi exnovio, al que maté? No seré capaz de pegar ojo mientras esté aquí. Pienso que me va a pegar, pero solo sonríe y dice:
- Lo vi. Y no lo impedí.
La cara de Zari es un poema, pero tengo cosas más importantes por las que preocuparme. Como observar la habitación. Todo en ella es negro, con solo pequeños detalles en dorado. Incluso las sábanas son oscuras. Hay un cofre, que seguramente contenga asjun, en cada cama. Y un vestidor enorme, precioso, con todo tipo de vestidos, túnicas y pantalones de los cinco colores de los continentes.
Todo parece tan normal. Por supuesto que no lo es. Cuando me estoy relajando veo letras aparecer en el suelo. Poco a poco, a medida que el sol alcanza su cénit en el cielo, se descubre un mensaje:
Seis y media. Seguid el hilo negro.
No hay hilo. No hay reloj. Pero Zari se acuesta en el catre superior de la litera más cercana a la puerta y dice:
- Esperemos de nuevo.
- ¿Esperar? - le contesto- Siempre hay que anticiparse, tener el control en este tipo de torneos. No puedes dejar que los organizadores te lleven a donde quieren.
- El primer mensaje apareció con el sol. Solo hay una ventana en este cuarto y nuestra única manera de saber la hora es ella. Así que pintemos una marca en el suelo ahora, siendo mediodía, de donde inciden sus rayos, y recemos para que las cosas se aclaren en unas horas. Hay que tener control sobre la situación, Hedda, pero también sobre uno mismo.
Isak asiente, aunque propone hacer algo mínimamente productivo mientras:
- Organicemos donde dormiremos, cuales son nuestros objetos personales y cuales se pueden compartir. También veremos que ropa ponernos, porque no creo que a la costurera que se haya encargado de ese vestidor le haga gracia que desperdiciemos sus obras.
Hago ademán de situarme debajo de Zari, pero Evelyn se me adelanta, silenciosa como la sombra de la chica de negro. Acabo en la cama superior de la otra litera, riéndome a mi pesar del miedo a las alturas de Isak.
La cabeza me da vueltas y echo mano del asjun, por muy antinatural que me haya resultado siempre. Todos los habitantes de esta parte del mundo saben lo que nos hace. Cambia nuestro color de piel y cabello, aclarándolo o oscureciéndolo dependiendo de donde se haya cultivado la dichosa planta. Nuestros ojos se vuelven extremadamente brillantes, de colores que van desde el rojo hasta el dorado pasando por un verde fluorescente. Y a largo plazo, nos mata. Uno es anciano a los cuarenta, cuando ya no se tiene en pie. Destruye poco a poco nuestro cuerpo. Por no hablar de lo que tienen que hacer las mujeres para concebir si lo toman.
Tragan ácido. Beben una pequeña dosis del agua del mar para tener hijos.
Estoy a punto de meter el veneno en mi boca cuando veo su color. Es verde, como debe ser, pero bajo la luz adquiere un tono azulado. Está cultivado en Azul. Y tomarlo sería fatal no a largo plazo, sino antes de llegar a las seis y media.
Evelyn ve como me detengo y observa el suyo. Violeta.
Zari ni siquiera la tiene en la mano, pero corro como una loca hacia su cofre y miro: también violeta.
El de Isak, prácticamente azul.
Como un recordatorio de porque los continentes se llaman así, el asjun que no podemos tomar parece observarnos, reírse de nosotros. Y en ese momento soy consciente de que no es casualidad. Solo hay una cosa que odien en Aguamarina: el azar. No nos ha cuadrado mal.
Antes de que llegáramos, pero cuando nuestro puesto estaba asegurado, alguien se ha colado en el cuarto. Por eso las habitaciones no son aleatorias. Y por el mismo sitio por el que han entrado, nosotros saliremos.
Pero esta es otra prueba mortal. El que se quede en la habitación morirá deshidratado.
Llego a esa conclusión exactamente un segundo después que Zari. Lo sé por la forma en las sus ojos se abren, más brillantes aún de lo normal.
Corre hacia el vestidor y nos da prendas aleatorias antes de coger una ella y desvestirse sin ningún tipo de pudor.
Miro el vestido que ha escogido para mí y la miro sin comprender: es azul. Ella señala el asjun mientras se coloca un corset violeta.
Y justo como predijo, más a la derecha que el primer mensaje, un gran cuadrado aparece dibujado en el suelo con el número tres encima.
A nadie parece preocuparle esa cifra, pero a mí sí. Isak y Zari están empujando la madera en esa zona, descubriendo una especie de cajón en el que parecen caber exactamente tres seres humanos. Evelyn se sitúa pocos pasos por detrás de mí, al parecer también consciente de la maldad a la que son capaces de llegar los organizadores, si me fío de la forma en la que se afana por llegar antes que yo. No le da tiempo a gritar cuando la misma daga con la que maté a las asaltantes le atraviesa el cuello a una mujer inocente.
Zari me mira como si no me conociera, el dolor patente en sus ojos. Isak, como si me reconociera en este preciso instante, todo violencia y cálculos, un tornado veloz y despiadado.
Quiero decirle a la chica que yo no soy así. Que me han hecho así, me han preparado para ganar, para llenar de fama mi nombre. Pero que yo ni siquiera sé porqué estoy aquí y no contando historias que cobren vida con mi voz. Yo quería ser discípula de mi madre, la cuentacuentos.
Pero mi novela está destinada a ser sangrienta, a recorrer la senda de mi padre, el mercenario favorito del presidente de Amarillo.
Me meto en el cajón y espero a que ellos entren antes de cerrar la trampilla. Solo siento como caigo antes de que una de las láminas de madera que hacen de pared se descuelgue y yo salga escopetada de donde estaba apretujada con Isak. El espacio en el que nos encontramos ahora es mucho más apacible, una estancia circular con cinco puertas y el extremo de un hilo negro en cada una.
Intentan desorientarnos, marearnos más de lo que ya lo hace nuestra sed. Casi puedo ver los engranajes girar en la cabeza de mi compañera, intentando encontrar una solución. Es inteligente, astuta, decidida y calmada. Pero no todas las pruebas pueden resolverse con la cabeza, a veces la fuerza bruta es exactamente la manera.