Un trato con el diablo

El inicio de una obsesión

Y pensar…
Y pensar que si este maldito viejo no hubiera matado a la hermana de los D’Vellaro nada de esto habría ocurrido.

Eran las típicas conversaciones que escuchaba tras aquella puerta de metal.
Los guardias, que antes guardaban silencio sepulcral, ya no callaban más.
Murmuraban con miedo, con tensión contenida, con ese temblor de quienes saben que están a punto de arder en medio de una guerra que ni siquiera entienden del todo.

Y esos ojos…

Esos ojos verdes y fríos, tan helados que quemaban, venían cada noche.
Me observaban por aquel hueco en la puerta.

Al principio, me sobresaltaba.
Ahora… me había acostumbrado.
A su mirada, a su presencia, a la intensidad muda con la que me reclamaba sin decir una palabra.
Me acostumbré a tener sus ojos encima. A su atención fija, clavada en mi cuerpo como cuchillas suaves.

Pero yo fingía estar dormida.

Una y otra vez.

Quería escapar...
O eso él creía.

Pero no.
Yo no quería escapar.
Aún no.

Mis planes aún no estaban listos.
Y lo que yo quería...
Era a él.

Ese hombre de cabello rojizo que me hacía suspirar sin querer.
Su altura.
Su cuerpo.
Sus pasos grandes, pesados, que retumbaban como truenos en mi pecho.
Ese pecho firme, ese torso que parecía tallado con rabia y perfección.
Sus piernas poderosas bajo cada traje —siempre con un maldito traje nuevo—. Pero mi favorito…
Mi favorito era ese negro.
Oscuro. Impecable. Atemporal.

El que tenía un bolsillo peculiar donde su arma descansaba, nunca demasiado lejos de su mano.

Ese reloj que colgaba de su cuello, metido en el bolsillo de su camisa, no me interesaba.
Lo que me interesaba era él.
Cómo se movía.
Cómo me miraba.
Cada vez que fingía que no quería arrancarme la garganta me encantaba.

Sabía que quería matarme.
Pero... ¿qué ganaba con eso?
Yo no era la culpable de la muerte de sus padres.

Y eso era algo… bastante... excitante.

No quería morir.
Pero experimentar la muerte...
no sonaba nada mal.

Si Moriré… será en esas manos hermosas.
Esa piel, antes pálida, yace ahora bronceada.
Su cabello rojo, corto, tan elegante pero bastante moderno.
Sus ojos verdes… y esas pestañas.

Oh, Dios mío, líbrame de tal pecado.
Si lo agarro… ay, suerte la mía.
Que ellos no entiendan mi acento es mi bendición.

Cuando lo veía, esos ojos se dirigían a mí como cuchillos apuñalando todo a su paso.

Tremendo hombre.

Mis hermosos días de contemplar a tal dios griego terminaron como la pólvora: rápido, explosivo.
Antes de darme cuenta, me quedé dormida.

Desperté en un lugar desconocido.
Una plaza totalmente vacía, parecía un sitio turístico.
Pero estaba rodeada de hombres por todos lados.

Mi sonrisa desapareció de mi cara tan pronto vi al hijo de la gran puta de Alejandro con un maletín.
¿Puede ser dinero?
No… ellos nunca pidieron rescate.

¿Qué demonios había en ese maletín?
Da igual.
Yo solo quiero pasar noche y día con ese hombre.

Su voz grave y profunda llenó el ambiente:

A quanto pare, questa ragazzina è preziosa… abbastanza da farti cedere i porti del Sud e dell'Est.
Aparentemente, esta cría es valiosa… suficiente para que me entregues los puertos del Sur y del Este.

Abegita, guardami —dijo con su sonrisa arrogante y esos ojos feroces.
"Abegita, mírame."

Oh, diablos… qué rico.
¿Lo pensé o lo dije en voz alta?

Merda…
"Mierda…"

Qué grosera.
Mi rostro se contrajo de vergüenza y sorpresa.
Este hijo de la gran puta sabe español.

—¿Tú… desde cuándo sabes español? —pregunté en tono reclamante.

Su risa, poco confiable, me lo dijo todo.
Él conocía mis intenciones. Al menos, las básicas.

Ehi, lupo feroce, che ingegnoso…
"Oye, lobo feroz, qué ingenioso..."
¿No me entregarías solo por los puertos, verdad?

Un leve susurro, apenas audible, me congeló:

Mai. Mai condividerò il letto con te.
"Nunca. Nunca compartiré la cama contigo."

Non dormirò con una donna che brama il corpo di un semplice pedone.
"No dormiré con una mujer que codicia el cuerpo de un simple peón."

Mi respiración se aceleró.
Sin miedo al éxito, ¿cierto?

Arriesgué mi cabeza sin pensar dos veces.
Jalé su corbata perfectamente arreglada… y lo besé.

Coño.
No hay nada como besar esos labios.
Tan suaves, tan ricos.

Y como marca personal: una mordidita en ese labio inferior.

Oh, joder… mi primer beso.

Briana enloquecerá cuando le cuente.

Pero antes de poder escapar, el frío metal en mi cabeza me trajo a la realidad.

—¿Tú… cómo te…?

—¿Cómo me atrevo a besarte? —repliqué—
Sai bene che ti desidero… aspetta… finalmente.
"Sabes bien que te deseo… espera… por fin."

Este no es el final de este juego.

Un subordinado gritó:

Lei non sa come lo chiamano… è il Diavolo!
"¡Ella no sabe cómo lo llaman… es el Diablo!"

Gritó antes de ser atrapada por los hombres de Alejandro y ser arrastrada al auto.

Aspettami! Farò un patto col Diavolo… la mia anima per la tua bocca.
"Espérame. Haré un trato con el Diablo… mi alma por tu boca."

Sin chance a decir algo más, el auto arrancó a una velocidad extrema.
Las quejas de Alejandro ya no las escuchaba.
Era como si el tiempo se hubiese detenido.

Pero antes de todo, lo vi.
Esa mirada, antes fría… ahora desafiante.




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