Un trato con el diablo

A puñaladas y susurros

Aquella noche las discusiones en casa eran insoportables. Tanta mierda que escuché, que terminé harta. Ni siquiera hablar con Briana logró despejarme el estrés. Pensaban que era una obsesión vaga, que quizás se me pasaría… hasta yo misma me lo planteé. Cerré la puerta con un ruido sordo y no pensé en ir demasiado lejos, solo a un lugar pacífico donde pudiera plantearme mi próximo movimiento.

El hijo de puta de Alejandro siempre alardeaba de las maravillas que podía ofrecer aquella mansión, pero lo único que yo necesitaba estaba a menos de veinte minutos: la playa. Un camino que, para mí, se reducía a diez, atravesando aquel sendero adornado de flores y guirnaldas que parecía sacado de un cuento. El típico escenario cliché que toda princesa romántica desearía… toda esa mierda no era para mí.

Lo único que quise fue conectar mis auriculares y sumergirme en la voz de Giveon. Suelo relajarme escuchando sus canciones, aunque muchos dirían que alguien con una mente tan torcida como la mía no debería disfrutar de letras tan íntimas. Suena estúpido, pero así soy. A la mierda con ustedes.

Y entonces, su voz grave me acompañó mientras mis pasos se hundían en la arena:

"Talking through your mom again
Put this pride aside again
I don't even know what time it is
Is it even worth a try? Tell me and I..."

El mar se extendía oscuro, ya no cristalino como lo recordaba, sino un reflejo de mi propio caos. Me parecía estar ahogándome en él, como me había ahogado en los labios de ese hombre. La playa no era solo de Alejandro; había otra casa, un vecino misterioso. Nunca se le vio la cara. Nadie sabía quién era. Y, la verdad, no era mi problema.

"It's getting hard for me to say
The thoughts of me in your apartment linger
Getting harder to replace you
Can't forget the way that I remember..."

La música me arrastraba y, con ella, mis pensamientos oscuros. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Debería abandonar esta locura? ¿O tal vez ya era demasiado tarde?

Pero lo que ellos no sabían es que yo los estaba esperando. Bajé la guardia… al menos eso creyeron. Ellos pensaban que era un peón en su tablero, pero este juego siempre ha sido mío, y yo sé cómo mover las piezas.

Un… dos… tres. El sedante fue inyectado en mi medicamento para dormir. Sí, claro. Pero en mí no funciona. Fingir fue solo un acto de caridad.

Me desmayé. O eso les hice creer.

Desperté atada. Manos amarradas a los extremos de una cama, pies sueltos. ¿Ventaja o desventaja? Solo yo lo sabía. Una sonrisa fría se dibujó en mis labios.

La habitación era demasiado lujosa para mi gusto, paredes blancas y limpias, como un hospital disfrazado de paraíso. Y entonces, 3…2…1, entró él.

El mayor mujeriego de los D’Velaro. No era Zared. Este era diferente. No tan alto, cabello negro, ojos verdes, mirada penetrante, traje negro impecable, un lunar sobre los labios. Ya sabía quién era: Bared, el primo de Zared.

Un gilipollas de manual. Investigarlo había sido fácil: vividor, encantador de mierda, el típico que presume de conquistas con mujeres ricas y juega al príncipe con inocentes de estatus estable. Gastaba dinero como agua. Otro peón sin valor.

Se acercó con pasos firmes y se sentó en la orilla de la cama. Su voz ronca, cargada de falsa sensualidad, intentaba quebrarme mientras sus ojos verdes se clavaban en los míos.

Sali…? —preguntó con ironía, en italiano—. Chi darebbe un nome così ridicolo a una ragazza? (¿Quién le pondría un nombre tan ridículo a una chica?)

—Salieth —respondí, firme, atravesándolo con mi mirada como puñales directos al corazón.

Una risa ronca escapó de sus labios.

Così bella e così volgare… —susurró en italiano—. (Tan hermosa y tan grosera…) Una combinación interesante. Así que dime, Salieth, ¿por qué no te asustas? Podría destruir tu cuerpo ahora mismo, tirarlo en la playa y manipular la escena para que pareciera un suicidio.

No aguanté más y solté una carcajada.

—¿En serio? Qué poco originales… ¿Acaso no saben inventar nada nuevo, Bared?

Él frunció el ceño.

—¿Así que sabes quién soy?

Un coglione. Uno stupido. Un figlio di puttana… e la ciliegina sulla torta, un mangüevo hijo del diablo.
(Un gilipollas, un estúpido, un hijo de puta… y la cereza del pastel: un mangüevo hijo del diablo.)

Lo desconcerté. Su mirada osciló entre la confusión y una chispa de excitación malsana.

—¿Qué clase de hechicera eres? —me preguntó en un murmullo cargado de deseo—. No es necesario llegar a eso… yo puedo atenderte bien. Si Zared no puede, yo sí.

Reí más fuerte, divertida por su ignorancia. Olvidaba que este imbécil no era más que otro peón sin valor.

Él no entendía. Ni falta que hacía.

La música seguía vibrando en mis auriculares, como un eco de mi resistencia:

"I'm telling you, baby
I can't be what I'm not, but you gon' be the one to change me
I know that I'm enough but I'm just trying to be the one that you keep
Not just the one who comes back around and drives you crazy, I swear… Back around again…"

Mientras Giveon cantaba, yo sonreía. Porque la verdadera prisionera en esta habitación no era yo.




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