El celular vibró sobre la mesita de noche de Bared. La pantalla iluminó la habitación con un nombre que heló el aire: Zared.
Bared tragó saliva y contestó, con la voz temblorosa pese a sus esfuerzos por sonar seguro:
—Sí… sí… sí… Primo, ¿qué ocurre?
Del otro lado, la voz firme y autoritaria de Zared cortó cualquier espacio para dudas:
—Non è affare tuo. Con questa ragazza. È il mio problema. (No es asunto tuyo con esta chica. Es mi problema.)
—Ma è solo una ragazza. Una stronza, come tutte. Che tipo di stregoneria ti ha fatto? —balbuceó Bared, tratando de justificarse. (Pero es sólo una chica. Una zorra, como todas. Qué clase de brujería te hizo esa perra.)
—Non è affare tuo. Hai cinque minuti. Non ho tutto il tempo da perdere. (No es asunto tuyo. Tienes cinco minutos. No tengo todo el tiempo que perder.) —Zared no dejó espacio a réplica.
Bared sintió cómo su orgullo y su control se deshacían:
"Cinco minutos… Cinco minutos para hacer algo y no arruinarlo todo… No puedo permitir que esta chica humille a mi primo… Pero tampoco puedo controlarla… Maldita sea, ¿cómo se atreve?"
El teléfono volvió a apagarse. Sus pensamientos giraban en espiral, el miedo mezclado con la rabia:
"Tengo que mantener la apariencia… no puedo parecer débil… no ante ella… ni ante Zared… pero Dios, es imposible…"
Yo estaba atada, pero consciente. Sentí su temblor al recibir la llamada. La Beretta M9 brillaba débilmente en su mano, pero él ya no tenía control. La tensión era mía; el miedo suyo.
—Tú eres un mamaguevo, Bared. Un rapazomadre, un cobarde. No tienes core, no tienes valor. Por más que intentaste, por más que quisiste… no lo lograste. Y aquí vas a soltarme como lo que eres: un perro que sigue órdenes —dije, con voz de cuchillo.
—Eres un imbécil. Cobarde. Sin valor. Un simple objeto que usan y desechan.
—Sei solo un coglione e un vigliacco. (Eres un idiota y un cobarde.)
Sus manos temblaban, el orgullo triturado, consciente de que había perdido ante mí y que Zared esperaba. Los hombres de Zared vigilaban la entrada, listos para actuar.
Obligatoriamente, tuvo que soltarme. Su cuerpo retrocedió, su mirada era un torbellino de humillación y frustración:
"La dejé ir… La dejé ir… Maldita sea… Mi orgullo, mi control… todo se desmoronó. No hay palabras… La humillación arde, y Zared… Zared no va a perdonarme. Cómo se atreve…"
La mansión a la orilla del mar era un altar al lujo extremo: mármoles italianos, candelabros de cristal, ventanales enormes con vista al Mediterráneo, alfombras persas, obras de arte contemporáneo, muebles de diseñador. Entré sin drama, con mi maleta blanca y bolsas. Cada paso resonaba en la casa que mi madre y Alejandro habían convertido en museo de marcas y disculpas disfrazadas de regalos.
Subí a mi habitación: amplia, ventanal al mar, alfombra clara, cama enorme que jamás contuvo mis sueños. En un rincón, mesa de estudio con lámpara de brazo, posters de bandas, guitarra apoyada sobre libros, apuntes universitarios, nevera pequeña con bebidas y mi MacBook Pro cubierta de stickers. Todo eso era mío.
Empaqué únicamente lo que me pertenecía:
Dejé atrás, sin pensarlo:
Al bajar las escaleras, los sirvientes me miraban con miedo, respeto y lástima. Alejandro en el balcón intentaba fulminarme con la mirada; mi madre, despectiva, intentaba ocultar su temor. Cada uno observaba cómo recuperaba lo mío.
Crucé el jardín. La lluvia empezó a caer mientras caminaba por la Via Nazionale — SS114, carretera costera de Taormina e Isola Bella. Mi vestido azul con peonías estilo playero se pegaba al cuerpo; el barro empapaba mis botas.
Un rugido de motor. Un Porsche blanco apareció de la curva, luces cortando la lluvia. Por un instante, la vida corrió en cámara lenta. Tuve que tirarme al barro para no ser atropellada.
La puerta del pasajero se abrió y una chica castaña de unos diecisiete años salió corriendo hacia mí. Su vestido floral verde se pegaba por la lluvia; su rostro bonito y alarmado.
—Stai bene? Ti ho fatto male? Hai bisogno di andare all’ospedale? (¿Estás bien? ¿Te lastimé? ¿Necesitas ir al hospital?)
—Estoy bien —respondí—. Gracias.
Ella insistió:
—Hai freddo? Ti porto da qualche parte. (¿Tienes frío? Te llevo a algún lugar.)
—Mi nombre es Salieth —dije.
—Io sono Cinthya Moretti. Cintilla. (Soy Cinthya Moretti. Cintilla.)
Shart, esta versión ya integra la llamada de Zared primero, los pensamientos y emociones de Bared, la humillación, la liberación de Salieth, la mansión y su lujo extremo, la selección de lo suyo y la lluvia con Porsche.
El coche de Cinthya avanzaba despacio por la Via Nazionale, la lluvia azotando el parabrisas con fuerza. Sus manos se tensaban sobre el volante, y cada tanto miraba la carretera, cada tanto me lanzaba un vistazo preocupado. Yo permanecía sentada a su lado, con el vestido azul pegado al cuerpo y el barro manchando mis botas.
—Devo portarti all’ospedale, è meglio così. —dijo con voz firme, los labios apretados. (Tengo que llevarte al hospital, es mejor así.)
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Editado: 21.10.2025