Un trato con el diablo

Una mano ayuda

El penthouse era pequeño comparado con la ostentación de la mansión, pero suficientemente amplio para que pudiera sentir que estaba sola, aunque vigilada. Los ventanales daban a la costa, y la bruma que se levantaba desde el mar creaba un paisaje de luz difusa y calma, tan distinto al caos que había dejado atrás.

Cinthya me dejó sola por un momento, dándome espacio, pero permaneció cerca, como una sombra protectora. Comencé a sacar la ropa de la maleta blanca: mis vestidos, chaquetas, botas, y todas esas prendas que había comprado con esfuerzo propio. Cada una era un recuerdo de independencia, de noches de trabajo y días de ahorro. Todo lo que mi madre y Alejandro habían comprado, lujos innecesarios que intentaban marcarme, quedó cuidadosamente empaquetado y apartado: vestidos Dior, abrigos Prada, joyas Cartier, bolsos Chanel… todo lo que representaba obligaciones y apariencias, lo dejé atrás.

Me senté en el sofá, con el vestido azul con flores de peonía todavía húmedo, observando mis libros universitarios alineados en la mesa de estudio. Mis apuntes, mis cuadernos de canciones, mis diarios… todo lo que realmente había construido con mis manos. Abrí la pequeña caja con algunas joyas que decidí conservar para venderlas si fuera necesario; era el último recurso, pero al menos era mío.

Cinthya volvió con una bata seca y una toalla. Me la ofreció con cuidado, y al envolverme sentí un alivio momentáneo. Su mirada seguía midiendo cada gesto mío, y yo no podía evitar sentir una mezcla de respeto y gratitud.

Non voglio che tu rimanga senza nulla… puoi restare qui finché vuoi. (No quiero que te quedes sin nada… puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.) —dijo suavemente, mientras acomodaba mis pertenencias secas en la habitación.

Asentí sin palabras. No necesitaba promesas grandilocuentes, solo ese espacio seguro. Respiré hondo y me sentí un poco más ligera; por primera vez en horas, el miedo y la adrenalina no me controlaban.

Tomé el vaso de agua que me había dado y bebí lentamente. La lluvia golpeaba los ventanales y creaba un sonido constante y relajante, como un metrónomo que me recordaba que todo seguía su ritmo, incluso después del caos.

Cinthya se sentó a mi lado, con cuidado, manteniendo la distancia justa para que no me sintiera invadida, pero lo suficientemente cerca para que su presencia me sostuviera.

Devo fare una chiamata… (Debo hacer una llamada…) —dijo, sacando su teléfono—. Non preoccuparti, è solo per confermare alcune cose. (No te preocupes, es solo para confirmar algunas cosas.)

Escuché su conversación en italiano, con algunas palabras en español mezcladas mientras le explicaba a su padre la situación. Su tono estaba cargado de respeto, pero también de culpa y miedo:

Papà… credo di essermi cacciata nei guai… (Papá… creo que me metí en problemas…)
Ancora?! Non posso credere che tu faccia sempre così! (¿Otra vez?! ¡No puedo creer que siempre hagas esto!)
—Lo siento… (susurró en español, bajando la voz, apenada)
Devi stare attenta, ragazza. Questo non è uno scherzo! (Debes tener cuidado, chica. ¡Esto no es un juego!)

Colgó con un suspiro profundo, y miró hacia mí con la mezcla de vergüenza y disculpa que solo alguien que reconoce su error puede tener.

—Te voy a pagar todo lo del hospital —me dijo en español, con sinceridad—, y no tienes que preocuparte por nada. Pero necesito que sepas que la única forma de compensarte es dejándote quedarte aquí… hasta que todo se calme.

Asentí, entendiendo la gravedad de la situación. No había chantaje, solo la oferta de un refugio seguro. Su mirada era firme, pero no autoritaria; solo una protección consciente.

Ho un piccolo penthouse sulla costa… non lontano da qui. È modesto, ma è tutto quello che ho. Mio padre non ha potuto togliermelo. (Tengo un pequeño penthouse en la costa… no lejos de aquí. Es modesto, pero es todo lo que tengo. Mi padre no ha podido quitármelo.)

Cinthya me mostró el espacio, que aunque limitado, estaba cuidado y ordenado. Los muebles eran sencillos, elegantes, y había una pequeña terraza con vista al mar. No era un castillo, pero era mío y seguro.

—Puedes instalarte aquí, organizar tus cosas —dijo finalmente—. No tienes que preocuparte por nada, yo me encargo de los detalles que queden pendientes.

Me senté en el sofá, con la bata envolviendo mi cuerpo todavía húmedo, y por primera vez en horas, sentí que podía respirar sin miedo. Cinthya se sentó frente a mí, y aunque no intercambiamos palabras de inmediato, la presencia de la otra era suficiente para calmar la alarma que todavía me recorría por dentro.

El penthouse era modesto, pero para mí, en ese instante, era un santuario. Y mientras observaba la lluvia caer sobre el mar distante, supe que, aunque mi mundo todavía estaba lleno de caos y enemigos, al menos aquí tenía un espacio donde podía ser solo Salieth… sin máscaras, sin expectativas, sin cadenas.




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