Un trato con mi jefe

Capítulo 3: Una oferta interesante

Mi corazón late contra mi pecho mientras camino hacia el departamento de Recursos Humanos. No me pueden despedir, no me pueden despedir. Realmente necesito este trabajo. Tengo que saldar la deuda con Nicolás, no puedo permitirme estar desempleada en este momento. Frunzo el ceño cuando las puertas del ascensor se abren en el piso 15. Bobby me necesita, no puedo perder este trabajo.

Hago todo lo posible por contener las lágrimas, pero cuando estoy a punto de llegar al departamento de Recursos Humanos ya no puedo contenerme y tengo que dar la vuelta y correr hacia los sanitarios más cercanos. Apenas logro llegar a tiempo. Empiezo a sollozar histéricamente en cuanto entro al sanitario. No puedo evitarlo. Si pierdo este trabajo, mi hermano va a morir. Esto es demasiado estresante, la vida del único familiar que tengo está en mis manos. No puedo creer que vaya a perder mi trabajo por la tontería que sucedió ayer en la reunión de la junta directiva, pero supongo que eso es lo que sucede cuando te equivocas frente a todos los jefes de la empresa, será difícil convencerlos de darme una segunda oportunidad cuando tanta gente importante fue testigo de mi incompetencia.

Me salpico la cara con agua fría en el lavabo. Mientras tanto, en mi mente intento darle una explicación coherente a la jefa del departamento de Recursos Humanos para tratar de convencerla de que no me despida. Dejo salir el aire de mis pulmones lentamente para calmarme conforme repaso en mi cabeza lo que quiero decirle.

—¡Oh, mírate nada más, Emma! Perdiendo el tiempo de la empresa. ¡No es de extrañar! —escucho la voz llena de crueldad de Julia cuando entra a los sanitarios.

La miro de reojo por el espejo, ella me dedica una mirada cargada de desdén. No entiendo lo que hice para que me odiara tanto, solo sé lo mucho que me desprecia y que el sentimiento es mutuo, aún más después de lo ocurrido ayer.

—Estoy usando el baño... los empleados tienen permitido hacer eso, señora Vidal — musito mientras hago acopio de todas mis fuerzas para no insultarla.

—Este ni siquiera es tu piso —me recuerda—. ¿Por qué no estás en la recepción en donde perteneces?

—Solicitaron mi presencia en el departamento de Recursos Humanos —respondo e inmediatamente me arrepiento de compartir esa información con ella.

—¿En verdad? —pregunta con un brillo malicioso en los ojos— ¡Bien! No me sorprendería que te dejaran ir. Ayer tuve una larga conversación con la directora de Recursos Humanos acerca de tu evidente incompetencia. Para mí está claro que no eres apta para este trabajo. ¡Me alegro de que Recursos Humanos al parecer ya también se ha dado cuenta! ¡Era cuestión de tiempo!

Julia ni siquiera intenta ocultar lo contenta que está con la idea de que yo pierda mi empleo. Ella no sabe quién soy yo fuera de esta oficina o cuán desesperadamente necesito este trabajo, esta mujer maliciosa no tiene idea de lo mucho que está afectando a una chica extraña sin tener un motivo válido para ello. Es inútil explicárselo, las mujeres como Julia Vidal no poseen un corazón con el cual puedan sentir empatía.

Salgo a prisa del baño sintiéndome enferma. Ya no soporto ver la fea cara de Julia. Cruzo el pasillo hacia el departamento de Recursos Humanos casi a zancadas. Toco la puerta de Sylvia Colín con impaciencia, ella es la jefa de este departamento y la persona que me llamó hace diez minutos para decirme que debía ir "urgentemente" a su oficina. Estoy tan enojada con Julia que ya no tengo miedo de lo que vaya a suceder. Si pierdo este trabajo, al menos no tendré que volver a verle la cara a Julia Vidal nunca más.

—¡Adelante! —escucho la voz de Sylvia respondiendo desde el interior de su oficina.

Entro. Sylvia, una mujer corpulenta de cabello rubio, está mirando la pantalla de su computadora portátil. Me hace un gesto para que tome asiento sin mirarme. En el momento en que me siento, mi garganta se cierra. Recuerdo la razón importante por la que no puedo perder este trabajo... mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas de nuevo. Me las limpio discretamente con la mano y me doy cuenta de que Sylvia aún no me mira.

De repente, cierra su computadora portátil y me presta toda su atención.

—Emma Lennox, ¿cómo estás hoy? —me saluda con una cálida sonrisa.

Su amabilidad me desconcierta, no parece enojada ni lista para despedirme. Trago saliva, tal vez esta sea una estrategia suya para cuando está a punto de darle una mala noticia a un empleado.

—Estoy bien... gracias, señora Colín —respondo con cautela.

—Me alegra escuchar eso. Veo en tu expediente que llevas tres meses con nosotros. Dime, ¿te gusta tu trabajo? —me pregunta, todavía sonriendo.

Respiro hondo. No sé qué está tramando, pero no puedo contenerme más.

—Sí, me gusta mucho y le prometo que si me da otra oportunidad haré mejor mi trabajo. ¡Me dio el número equivocado! Ella dijo que estarían en la sala de conferencias 4, ¡pero estaban en la sala 7 y me puse nerviosa! ¡Le prometo que eso fue lo que pasó! Tiene que creerme, por favor, no tenía intenciones de interrumpir la reunión y avergonzarme frente a todos, mi tacón se atascó en la alfombra… —explico los hechos de ayer con voz aguda y de forma atropellada.

Sylvia frunce el ceño. Parece confundida por mi arrebato.

—¿De qué estás hablando, Emma? —pregunta desconcertada.




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