Un Trato Dulce

Contrato y trato

Wilbert

No estoy listo para tener a Astrid como mi asistente. ¡Dios! Ni siquiera en mi primera vez estuve tan nervioso como lo estoy ahora. Es absurdo que, a mi edad, con todo lo que he vivido y experimentado, me sienta así por la mera idea de trabajar junto a ella. Después de la cena en casa de mi hija, donde Chelsea, como siempre, se robó toda mi atención, estos pensamientos se volvieron aún más insistentes. Esa pequeña es un torbellino, única en su manera de ser, tan vivaz y curiosa. Me recuerda tanto a Sabina cuando era niña, tan llena de vida y energía. Es evidente que Sabina está guiando a Chelsea por el mismo camino que ella recorrió, y no puedo evitar preguntarme si eso es algo bueno o malo.

Mark, mi yerno, es un hombre que lucha por mantener el control, pero Chelsea lo desafía en cada oportunidad. Es claro que ella me prefiere a mí, y eso lo irrita profundamente. Puedo ver la frustración en sus ojos cuando Chelsea corre hacia mí, ignorando sus intentos de disciplinarla. Es como si la pequeña supiera que conmigo tiene un aliado, alguien que no la ve solo como una niña traviesa, sino como una mente curiosa, una pequeña persona con sus propios pensamientos y deseos. Mark odia que me hable, que me mire con esos ojos grandes y expectantes, y, sobre todo, que se siente en mis piernas para que le lea un cuento. Es una conexión que no puedo explicar del todo, pero que siento profundamente.

Entiendo su desconfianza. Le estoy robando la atención de su sobrina, y no puedo culparlo por sentirse amenazado. Pero también sé que su desconfianza va más allá de eso. Mark sospecha que podría estar interesado en Astrid de una manera inapropiada, y aunque trato de comportarme con la mayor profesionalidad, no puedo negar que la idea de acercarme a ella ha cruzado por mi mente más de una vez. Astrid es una mujer impresionante, con una fuerza y una determinación que admiro profundamente. Sin embargo, también soy consciente de que hay un abismo entre nosotros que no puedo ignorar.

Ella tiene treinta y un años, una joven en la plenitud de su vida, mientras que yo tengo cincuenta y dos. Soy un hombre que ha vivido mucho, que ha pasado por más de lo que a veces quisiera recordar. ¿Cómo podría Astrid verme de otra manera que no sea como un viejo? Es una pregunta que me atormenta porque, por más que lo intente, no puedo dejar de sentir esta atracción hacia ella, una atracción que me sorprende y me avergüenza a partes iguales.

No se trata solo de su juventud o de su belleza, aunque esas cualidades son innegables. Es algo más profundo, algo que va más allá de lo superficial. Hay una conexión entre nosotros, algo que no puedo definir con claridad, pero que siento cada vez que estoy cerca de ella. Y es precisamente esa conexión lo que me aterra. No quiero ser el hombre que se aprovecha de una situación, que utiliza su posición de poder para acercarse a alguien que, en otros contextos, nunca lo consideraría. Pero al mismo tiempo, no puedo ignorar lo que siento, no puedo negar que la idea de tenerla cerca, de poder trabajar a su lado, me llena de una emoción que no había experimentado en años.

Me enfrento a un dilema interno, uno que no puedo resolver con facilidad. La lógica me dice que debo mantener la distancia, que debo ser prudente y recordar que nuestra relación debe ser estrictamente profesional. Pero el corazón, ese maldito órgano que parece tener vida propia, me impulsa a considerar la posibilidad de algo más, de explorar lo que podría ser si me atreviera a dar un paso más allá. Estoy atrapado entre lo que debo hacer y lo que deseo hacer, y en ese espacio intermedio, me encuentro perdido, inseguro, y más vulnerable de lo que quisiera admitir.

—Señor, disculpe que lo moleste —Bertha mi secretaria más antigua, interrumpe mis pensamientos. —Afuera se encuentra la señorita Campbell, la hermana de su yerno, le expliqué que esta no es la oficina del señor Mark, pero ella insiste con que es a usted a quien viene a ver. —Bertha parece sorprendida y hasta yo lo estoy.

—Hazla pasar. —me ve con sorpresa. Sus ojos marrones son incrédulos. —Olvide mencionarles a ti y a la señora Wood —mi otra secretaria, pienso. —Que la Señorita Astrid será mi asistente.

—Disculpe, señor. —se adentra en mi oficina. —¿Hice algo mal? Lo pregunto, ya que habrá alguien más en mi puesto. —viro los ojos con exasperación. Ya es difícil tener a Astrid a mi lado como para que esta mujer se ponga con ideas tontas en la cabeza. —Entiendo que estoy mayor y que la tecnología avanza y yo no, pero si usted me diera una oportunidad...

—Señora Green o más bien Bertha, ¿cuándo me he quejado de tu trabajo? —interrumpo con fastidio. —¿O el de Wood?, jamás, solo que mi hija me hizo ver que ustedes dos tienen demasiado trabajo, el cual llevan a sus casas para poder cumplir, sabiendo que soy un jefe estricto. —estoy mintiendo, agradezco saber como hacerlo y como convencer a las personas de que lo que digo es real. —Quiero aliviarlas, pero antes deberán enseñarle a Astrid donde estará su lugar de trabajo y que deberá a hacer. —asiente frenéticamente.

—Claro, señor. Disculpe que haya pensado mal, estaba asustada por perder mi trabajo. —me quedo inmóvil, no soy simpático, menos con un empleado. —Le diré a la señorita Campbell que pase, aunque ella... —hace un segundo de silencio. —Me pidió que la trate de igual a igual y que es señora, no señorita. —ladea la cabeza con confusión.

—Haz lo que te pide, ella sabrá por qué. —estoy diciéndole a mi secretaria más antigua, que siga las reglas de mi nueva asistente. Ni yo lo creo. —Acá hay una carpeta con las actividades que la hará, sus horarios, su cuenta de cobro, contrato y demás —señalo mi escritorio. Bertha intenta acercarse para tomar la carpeta. —Yo lo haré, después le diré que te entregue algunas de las hojas y le expliques bien todo. —Bertha me ve con sorpresa, jamás me ocupo de contratar a un empleado, pero ella puede pensar que al ser la hermana de mi yerno habrá un trato especial.




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