Astrid
Trabajar con Wilbert Cooper resulta ser una experiencia mucho más compleja de lo que había imaginado. En mi mente, había construido una imagen de un hombre estricto, pero razonable, alguien que seguiría un conjunto de reglas y normas impuestas por su posición. Sin embargo, la realidad se desmorona rápidamente. Wilbert no es tan inflexible como había anticipado, pero su trato es notoriamente frío y distante. Su estilo de liderazgo es déspota y, a pesar de mi desilusión, debo admitir que es el trato que esperaba, el que me prepararon para enfrentar. Sin embargo, me resulta difícil no cuestionar cómo mi mente ingenua había idealizado a un hombre que, en última instancia, es todo lo contrario a la imagen amable que había imaginado. Ahora entiendo por qué mi hermano me había advertido sobre la fría personalidad de Wilbert.
En esta sede del banco, todos están al tanto de mi parentesco con Mark, de mi relación con Sabina, y de mi conexión política con el dueño del banco. Al principio, los empleados trataron de mostrarme un respeto especial, algo que, aunque bien intencionado, resultaba incómodo y no deseado. De inmediato dejé en claro que no deseaba ser tratada de manera diferente solo por mi relación familiar. Mi posición aquí es la de una empleada más, y mi propio trabajo es demostrar que puedo aportar valor sin que el nombre de mi hermano influya en mi desempeño.
Las secretarias de Wilbert, Bertha y Evie, fueron inicialmente reservadas conmigo. A menudo sentía su curiosidad a través de miradas cautelosas y comentarios en susurros. No obstante, pronto se dieron cuenta de que mi intención no era complicarles la vida, sino al contrario: aliviarles parte de sus responsabilidades y hacer mi labor de la mejor manera posible. Su actitud cambió rápidamente, y ahora, tanto Bertha como Evie, dos mujeres amables y de gran carácter, me han brindado una valiosa ayuda. Ellas están casadas, tienen hijos, y comprenden las responsabilidades que conlleva equilibrar la vida laboral con la familiar. Parece que Wilbert respeta profundamente el concepto de familia, algo que se refleja en cómo elige a sus empleados. Supongo que, debido a su propia experiencia de viudez, busca rodearse de personas que compartan el valor de la familia, quizás porque esto le proporciona un sentido de conexión y comprensión que de otro modo podría faltarle.
Este entendimiento sobre Wilbert y su enfoque en la familia añade una capa de complejidad a mi percepción de él. Si bien el trato frío y distante sigue siendo una constante, la razón detrás de su actitud comienza a desvelarse. Lleva una cruz pesada, un recordatorio constante de su pérdida personal, y su forma de relacionarse con los demás está marcada por esa experiencia. La presión que ejerce sobre sus empleados para que tengan una vida familiar sólida parece ser una extensión de su propia búsqueda de normalidad y estabilidad.
A pesar de las dificultades iniciales y del desencanto con mi idealización fallida, me doy cuenta de que mi labor aquí es más significativa de lo que había anticipado. No solo debo desempeñar mis funciones con competencia y profesionalismo, sino que también debo adaptarme y comprender el entorno humano que rodea a Wilbert. El trabajo con él no es sencillo, y no hay duda de que mi relación con su equipo y con él mismo influirá en el éxito de mi desempeño.
Mientras mis pensamientos sobre mi jefe me abruman, mi teléfono suena. Miro la pantalla y es la niñera de Chelsea, me alerto rápidamente, pensando que algo malo le pasó. Tomo la llamada sin aire en mis pulmones.
»¿Qué sucedió? —indago con la voz quebrada.
—Nada, Astrid. —la joven mantiene voz serena, solo que hay algo de incomodidad en su tono. —Chelsea se encuentra bien, ella hizo sus tareas y juega con sus muñecas ahora. —suelto un suspiro pesado.
—¿Entonces? —esta joven es la niñera de mi hija desde hace un año.
Cuando trabaja en el hospital la cuidaba otra señora, pero ya no pudo, antes de que deje el hospital y la contrate a ella, después deje mi trabajo anterior y no la necesitaba; sin embargo, ahora sí y la volví a contratar.
—¿Recuerdas que te dije que tenía un examen? —niego como si pudiera verme. —Es en dos horas, ¿quién cuidará a Chelsea? —cierro los ojos, soltando maldiciones mentalmente.
—Lo olvidé. —reconozco. —Yo... No sé, deja que hablo con mi jefe y veo si me da el resto del día libre, veré como lo compenso. —le digo algo a ella que no le incumbe, pero es que estoy pensando.
La sensación de ser observada me invade de repente, una presión invisible que se acumula en el aire y me obliga a levantar la vista. Ahí está él, Wilbert Cooper, con sus ojos verdes fijos en mí, atravesándome con una intensidad que me deja sin aliento. Por un momento, el mundo a mi alrededor parece desvanecerse, dejando solo esa conexión visual, poderosa e intimidante.
No entiendo por qué me mira de esa manera, ni qué pensamientos se esconden detrás de esos ojos que siempre han sido un enigma para mí. Sin embargo, lo que sí sé es que su mirada tiene un efecto sobre mí que no puedo controlar. Siento que me desarma, que descompone mi fachada profesional y descubre algo más, algo que prefiero mantener oculto.
—Dile que la traiga. —rompe el silencio, dejándome atónita. —Mi hija paso pocos años en estas oficinas, no vendría mal la visita de una pequeña muy entusiasta. —se da la vuelta y vuelve a su oficina.
Le doy instrucciones claras a la niñera sobre dónde debe traer a Chelsea, indicándole que prepare su bolso de juguetes y la vista adecuadamente. Aunque mi hija solo tiene seis años, ya muestra un sentido de la moda que rivaliza con el de su tía Sabina. La niñera acepta, asegurándome que en treinta minutos estarán aquí.
Pienso en lo que significa tener a Chelsea en la oficina. Mi hija es todo un torbellino: educada, sí, pero con una energía inagotable y una personalidad que no pasa desapercibida. A su corta edad, ya se ha ganado una reputación por su ingenio y vivacidad, características que, aunque adorables en casa, pueden volverse todo un desafío en un entorno profesional.
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Editado: 15.11.2024