Un Trato Dulce

¿Qué meta podría tener tu suegro conmigo?

Astrid

—No vas a ir. —Mark lo determina como si fuera dueño de mi vida o mi padre. —Wilbert es un...

—¡Mark, esta Chelsea! —miro de soslayo, aunque ella ve la televisión, puede escuchar a su tío maldecir. —Siéntate, ven. —lo hago primero y él me sigue, quedando uno al lado del otro junto a la mesa del pequeño comedor. —Mark, has hecho un buen trabajo conmigo desde que nuestros padres fallecieron —intento suavizar al ogro que hay dentro de él. —Después vino Chelsea y te ocupaste como si fuera tu hija. Siempre estaré agradecida. —le sonrío.

—Pero no soy su padre, ni el tuyo y no puedo decirte que hacer o no.—asiento. —Astrid, eres muy ingenua, temo que algo pase en ese viaje. —enarco una de mis cejas con curiosidad.

—No creo que me encuentre un millonario que me quiera y a mi hija. —suelto, divertida. —Solo será trabajo, además, Chelsea irá conmigo, ¿qué puedo hacer estando con mi hija? —la mirada que me da mi hermano no me gusta.

Mark me mira como si no entendiera nada, como si la lógica detrás de lo que estoy diciendo fuera un enigma indescifrable. No puedo evitar sentir una punzada de frustración ante su expresión. ¿Por qué es tan difícil para él comprender? El señor Cooper ha sido más que generoso, permitiéndome llevar a Chelsea conmigo a New York y dándole esos días libres a sus otras secretarias. Es una oportunidad única, y cualquier otra persona en mi lugar vería el gesto como lo que es: un favor inusitado, una cortesía que va más allá de lo que se espera de un jefe, incluso si somos parte de la familia política.

Mark, sin embargo, no parece ver las cosas de la misma manera. Desde el momento en que Wilbert mencionó el viaje, mi hermano ha estado en estado de alerta, como si se tratara de una amenaza inminente. Lo entiendo, hasta cierto punto. Él siempre ha sido protector, especialmente desde que nuestra relación cambió y dejó de ser solo mi hermano para convertirse también en mi cuñado, pero su reacción ante este viaje parece desproporcionada.

Vino directamente a mi departamento, el cual alguna vez compartimos, para intentar persuadirme. Sé que Wilbert le habló del viaje y que, desde entonces, Mark ha estado en guardia. No sé qué palabras intercambiaron, pero lo cierto es que mi hermano parece decidido a hacerme cambiar de opinión, aunque lo haga con la delicadeza de quien camina sobre hielo delgado.

Intentó, de manera suave, pero firme, imponer su voluntad. Es su manera de mostrar su preocupación, de intentar protegerme de algo que, en su mente, se perfila como una mala idea. Pero lo que Mark no entiende es que, aunque valoro su opinión, no soy una niña que necesite ser guiada por la mano. Soy capaz de tomar mis propias decisiones, de evaluar los riesgos y de actuar en consecuencia. No acepto órdenes, y menos cuando estoy convencida de que lo que estoy haciendo es lo correcto.

Mi carácter es tranquilo por naturaleza, pero eso no significa que sea débil o influenciable. He aprendido a tomar decisiones difíciles, a enfrentarme a situaciones complicadas y a salir adelante por mí misma. La vida no siempre ha sido fácil, no obstante, me ha dado la fortaleza para lidiar con lo que venga, y este viaje a New York es una oportunidad que no puedo dejar pasar.

—Astrid, lo que menos me preocupa es que consigas novio. —farfulla entre dientes. —Mi problema es que termines en la cama con Wilbert Cooper, mi suegro. —mis ojos se abren como platos.

—Tu fuerte nunca fue ser suave. —murmuro en tono apagado.

—No y hasta mi esposa lo sabe. —ella sola lo soporta. —Astrid, los Cooper son una máquina de idear planes de conseguir lo que quieren, mírame a mí, termine casado con Sabina por idea de Wilbert. —bufa.

—Falta que me digas que estás arrepentido de haberte casado, si es así no hagas sufrir a mi cuñada. —me pongo de pie. —Pídele el divorcio y deja que haga una vida normal. Ella dejó hasta su carrera por sus hijos y tú solo te dedicas a quejarte, ¿tan infeliz eres? —la pregunta parece dolerle, sus ojos se vuelven furiosos.

—Astrid, amo a Sabina, ¿cómo puedes creer que no? —gruñe, poniéndose de pie. —Es lo único bueno que hizo Wilbert Cooper, juntarme con su hija. —enarco una de mis cejas. —Bueno, él no, pero arribarnos a ver algo que ni sabíamos que sentíamos. —sonríe por primera vez desde que entró al departamento.

—Entonces, deja de quejarte y ya vete de mi casa. —enarca una de sus cejas. —No voy a cambiar de opinión, Mark, iremos a ese viaje con Cooper. —su mandíbula se tensa. —Además, irá la familia —arruga el ceño. —Dijo que los invitaría. —suelta una carcajada tan fuerte que me aturde.

—Se nota que eres ingenua. —niega para sí mismo. Tira de su cabello, desordenándolo. —Toda la familia pasará la Navidad en Italia en la casa del tío de Sabina. —mis ojos se abren como platos. —Wilbert pasa solo la Navidad desde que su esposa falleció. —trago en seco. —Por eso te digo que algo trama. —cierro los ojos con pesar.

—Chelsea. —musito.

—¿Qué tiene que ver mi sobrina en esto? —me apoyo contra la pared más cercana y la veo.

—Comenzó a preguntar por su padre. —a Mark se le escapa un jadeo. —Le pide a Santa Claus que se lo traiga de regalo de Navidad y se lo dijo a Wilbert. —mi hermano arde en furia. Detesta al padre de mi hija, no es el único, comparto ese sentimiento. —Supongo que el hombre sintió pena y culpa. —Mark parpadea, confundido.

—¿Culpa de qué? Si él no tiene nada que ver con ese cretino. —farfulla entre dientes

—Ve a Chelsea reflejada en Sabina —abre en una perfecta "o" —Ambas comparten historias similares, y como no puede volver el tiempo atrás para remediar lo que paso con ella, intenta hacerlo con mi hija. —musito. —No es un mal hombre, Mark, sé que no es de tu agrado, lo entiendo, pero...

—No digo que sea malo, hizo de todo por mi hija. —me interrumpe. —Pero conozco a los hombres como él y su mirada cuando te ve solo la veo contigo. —me sonrojo. —No es halago, Astrid. —refuta.




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