Un Trato Dulce

Dime como ganar y lo haré

Astrid

La verdad es que no sé cuándo comenzó todo esto. Chelsea siempre ha sido una niña encantadora, con su energía inagotable y su curiosidad infantil, pero desde que Wilbert entró en nuestras vidas, parece que ha encontrado en él a alguien que entiende y responde a esa energía de una manera que yo, a veces, no puedo. Es como si Wilbert supiera exactamente qué hacer para ganarse su corazón, desde los regalos ocultos que dice que Santa traerá, hasta el árbol de Navidad que apareció mágicamente en nuestra habitación cuando volvimos del paseo.

Recuerdo la expresión de Chelsea cuando vio el árbol decorado con luces brillantes y adornos resplandecientes. Su sonrisa era tan amplia que iluminó la habitación más que las propias luces. Wilbert, con su característica discreción, solo se limitó a mirarnos, como si la felicidad de mi hija fuera suficiente recompensa. No pude evitar sentir una punzada de admiración hacia él, aunque sabía que era peligroso dejarme llevar por esos sentimientos.

Nuestro paseo por la ciudad fue agotador, pero Chelsea no mostró signos de cansancio hasta que finalmente nos sentamos en un restaurante. Volvimos a salir por la cena, aunque me arregle lo más acorde posible, sé que no encajo aquí. Todo en este lugar es demasiado elegante para mi gusto. Los manteles de lino, la vajilla impecable, las copas de cristal... Me siento fuera de lugar, como si no perteneciera a este mundo de refinamiento y sofisticación. Intento disimular mi incomodidad, solo que no puedo evitar removerme en mi silla mientras observo a Wilbert con Chelsea dormida en sus brazos.

Él no es solo un jefe distante o un hombre poderoso. Es alguien que ha tomado a mi hija en sus brazos sin pensarlo dos veces, que ha ignorado mis intentos de imponer límites para complacer a Chelsea. Y aunque sé que debo hablar con él sobre no mimarla tanto, no puedo evitar sentir un calor en el pecho al verlo sostenerla con tanto cuidado, como si fuera lo más preciado que tiene en el mundo. Es una imagen que, aunque debería preocuparme, me llena de una extraña mezcla de consuelo y deseo.

Wilbert, por su parte, parece completamente a gusto, como si esto fuera lo más natural del mundo. Su sonrisa es tranquila, casi imperceptible, la veo, y siento cómo mi corazón late más rápido. Es peligroso lo que está pasando dentro de mí, esta creciente atracción por él, esta idea insensata de que podría haber algo más entre nosotros. Trato de recordar lo que Mark me dijo, sus advertencias, sin embargo, esas palabras parecen desvanecerse cada vez que Wilbert hace algo que revela un lado más tierno de él.

Cuando veo a Chelsea dormida sobre su pecho, me doy cuenta de lo mucho que la situación ha cambiado en tan poco tiempo. Mi hija, que siempre fue solo mía, ahora parece compartir su corazón con este hombre que, sin esfuerzo aparente, ha conquistado no solo su amor, sino también, sin que yo lo admita completamente, mi atención y quizás algo más profundo.

Sé que necesito hablar con Wilbert, poner límites antes de que Chelsea comience a esperar más de lo que él puede ofrecer, me siento atrapada en este torbellino de emociones contradictorias. No puedo dejar de admirar cómo maneja todo con una calma y seguridad que contrastan tanto con mis propias inseguridades. Y aunque debería alejarme, protegerme y proteger a Chelsea de una posible desilusión, me encuentro cada vez más atraída por la idea de lo que podría ser.

Es una fantasía peligrosa, pero es imposible no dejarse llevar, aunque sea por un momento, por la idea de que este hombre que sostiene a mi hija con tanta ternura podría ser algo más que un jefe distante. Quizás estoy permitiéndome soñar despierta, pero ver a Wilbert así, con Chelsea en sus brazos, me hace desear cosas que creía que ya no estaban a mi alcance.

El tiempo parece detenerse en este momento. Miro a Wilbert, intentando descifrar lo que realmente siente, solo que su rostro es una máscara de serenidad. No hay pistas claras, solo pequeños gestos que podrían significar tanto o nada. Una cosa es segura: lo que siento ahora es más que una simple atracción. Es una esperanza tenue que empieza a surgir, una posibilidad que, aunque peligrosa, me tienta más con cada minuto que pasa.

—¿Hago mal? —su voz interrumpe el largo hilo de pensamientos que tengo. —Con Chelsea en consentirla. —explica al ver mi cara de confusión. Asiento sin decir una palabra, no puedo hablar. —Lo lamento, Astrid, es que ella es encantadora. —la mira con extrema ternura.

—Lo es. —por fin resuelvo. —Chelsea ha sabido como conquistar hombres con una simple mirada desde bebé. —me observa, desconcertado. —No es el primero, más bien el segundo en su saco de ideas erróneas. —sigue viéndome, puedo ver la duda en sus pupilas. —Mark fue el primero. —Wilbert arruga el ceño muy confundido.

—¿El primero en qué?, además, no entiendo por qué hablas de ella así. —parece ofendido de como describo a mi hija. —Es maravillosa. —la halaga. Sonrío de lado.

—No digo lo contrario, lo que usted no ve, son las intenciones de ella. —enarca una de sus cejas. —Mi hija busca la figura paterna que jamás tuvo, primero con Mark, él se la supo dar, dejando en claro que es su tío, ya que ella intentó decirle papá. —mi voz va bajando cada vez más. Me duele recordar eso. —Y ahora, comienza a confundirse con usted. —Wilbert comprende a la perfección.

—No me molesta. —su respuesta me hace girar el rostro de golpe en su dirección. Él la ve enternecido. —Aunque podría ser su abuelo más que su padre. —suelta, intentando quitarle peso a su declaración. —Supe lo que Chelsea hacía desde la primera vez que la vi en Italia, no soy tonto, Astrid. —no sé cómo sentirme, si enfadada o agradecida.

—Si sabe lo que mi hija quiere, ¿por qué continua?, la confundirá y no quiero que piense que...

—Tú tendrías la delicadeza de fijarte en un hombre que te dobla la edad. —me interrumpe. Mi corazón se olvida de latir por unos segundos. —Queda claro entre nosotros que eso no pasará. —asiento, quitando la vista de él.




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