Un último deseo

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Las vacaciones de verano están llegando a su fin, y a pesar de haberme parecido que el tiempo pasó sumamente rápido, no puedo quejarme de nada pues lo he aprovechado al máximo. Tuve tiempo para muchas cosas. Dormir hasta tarde, pasar los domingos con mis padres como lo manda la tradición y encontrarme de vez en cuando con mis amigos para comer o beber algo.

También aproveché para planificar mis lecciones del nuevo año escolar. Sé que no es necesario hacerlo pues los maestros empezamos a asistir a la escuela una o dos semanas antes que los estudiantes con el fin de hacer reuniones, programaciones y demás cosas. Pero no puedo evitarlo, no puedo quedarme sin hacer nada al respecto. Amo mi trabajo y siempre me he adelantado a mis planificaciones. Kevin siempre me molesta, diciendo que soy una adicta al trabajo, pero ya quiero verlo sufrir haciendo sus planificaciones mientras yo me río de su martirio, jactándome de tener todo preparado.

Pero sobre todo, y más importante, he aprovechado estas semanas pasando el tiempo con Dereck y la pequeña Ariel. Después del paseo al museo del helado, seguimos manteniendo el contacto y saliendo a otros sitios. Era gracioso vernos recorrer cada lugar de interés que había en Nueva York, parecíamos turistas extranjeros conociendo por primera vez la ciudad. Cada vez visitábamos diferentes lugares y lograba que él hiciera cosas que seguramente estaban fuera de su zona de confort.

Realmente apreciaba esos momentos junto a ellos. En cuanto llegaba a casa no aguantaba las ganas de que llegara el día de poder salir otra vez con ellos. Me divertía mucho, la pequeña Ariel se divertía aún más y sabía que Dereck, a pesar de sus cambiantes estados de ánimo, también lo hacía, podía verlo en sus ojos. Cada momento que pasaba junto a ellos los iba atesorando y guardando en mi memoria como si de una fotografía se tratase, temiendo que algún día todo llegara a su fin. Tanto así, que incluso consideré en ponerme a escribir un diario para tener todos los bonitos recuerdos plasmados en letras y leerlos cada vez que pensara en ellos.

Ni que hablar de Allyson. Siempre que nos encontrábamos con ellos se ponía más feliz que yo. Nunca olvidaba la lista de deseos que había creado. Cada vez que cumplía uno de ellos, nada más al llegar a casa, corría a buscar la libreta donde tenía todo escrito y con una sonrisa plasmada en su rostro, se disponía a rellenar las casillas diciendo que nos estábamos acercando cada vez más al objetivo principal.

Me sentía completamente llena con cada instante compartido con ellos.

No podía olvidar la vez que fuimos a visitar la gran estatua de bronce del toro de Wall Street, el primer lugar que Allyson me hizo llevarlo para tomarle la dichosa foto. Tampoco podía olvidar ese día porque Dereck se veía realmente guapo con unos lentes oscuros que llevaba puestos para protegerse de los rayos del sol.

“¿Qué hacemos aquí?” pregunta con curiosidad “no creo que este sea un lugar en el que Ariel pueda divertirse”

“Quiero hacer algo que desde hace muchísimo tiempo he querido hacer... Será rápido” le miento.

“¿Qué quieres hacer?” sigue preguntando.

Señalo la estatua que ahora está rodeada por turistas, quienes admiran sus detalles.

“Dicen que quien toque las partes íntimas al toro, tendrá mucha suerte y abundancia” explico, sin contarle el verdadero propósito.

“¿De verdad crees en esas tonterías? ¿Eres supersticiosa? ¡Por favor! Eso es falso” se queja.

“Sí, lo sé. Pero tampoco estaría mal intentarlo... También deberías hacerlo” le digo.

“Ni lo sueñes” retrocede un paso “No voy a tocarle su... su cosa” dice, haciendo un gesto con la mano, como si estuviese tocándolo de verdad.

“¡Oh vamos! Será rápido. Aprovechemos también de tomarnos algunas fotos... ¡Mira! Todos lo están haciendo” insisto.

“¿Estás viendo la enorme fila que hay?” señala “No. Esto está fuera de discusión.”

“Por favor. No seas mal amigo” le ruego “Quiero hacerlo”

“¿Acaso te estoy reteniendo?” me señala con sus manos “Eres libre de hacer lo que quieras pero yo no voy a esperar en una fila para poder tocarle los testículos a un toro. No seas idiota” dice, regañándome como a una niña pequeña “Haz lo que quieras. Ariel y yo nos vamos”

“No. No. Por favor, quédense” lo sostengo del brazo para que no se vaya.

“Elizabeth, no voy a hacerlo” niega rotundamente.

“Tienes que convencerlo” me insiste Allyson.

“Será rápido... Vamos. No es posible que nosotros, siendo Neoyorquinos, nunca hayamos hecho esto” trato de convencerlo.

“Me da igual” dice, encogiéndose de hombros.

Este hombre es sin duda el ser más terco que he conocido en la vida. Es imposible hacerlo cambiar de opinión.

“¿Qué tiene de malo que lo hagamos?... Por favor. Prometo que no te molestaré más” digo con voz de congoja.

Dereck mira a la niña en sus brazos, quien está ensimismada en su propio mundo comiéndose unos caramelos, luego me mira a mí y suspira, sabiendo que ha perdido esta batalla.



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En el texto hay: humor, amor, amistad

Editado: 11.02.2023

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