Un último latido

Capítulo 2

— ¡Aliss, baja! —grita mi abuela desde la cocina—. ¡Te hice panecillos con miel! Vamos, nena, arriba.

Son las 7:30 a.m. Me levanto aún medio dormida. Lo primero que hago, como cada mañana, es revisar el celular. Tengo varios mensajes, pero, sin pensarlo, mis ojos se desvían hacia el balcón del frente.

Me doy una ducha rápida y, cuando salgo son las 8:10. Me visto a toda prisa y bajo las escaleras corriendo. El abuelo ya no está. En el jardín, mi hermano juega feliz con los vecinos.

— ¿Mis padres siguen dormidos? —pregunto a mi abuela mientras me siento a la mesa.

— No, se fueron temprano, incluso antes que tu abuelo. Salieron con unos amigos.

— Ah... qué bien.

Mientras desayuno los panecillos todavía tibios, lo veo salir de su casa: el chico de los tatuajes. Sigo comiendo, fingiendo que no lo he notado, pero mis pensamientos están lejos del pan y la miel.

Termino de desayunar, tomo mi bolso y el celular.

— Iré con el abuelo. Regreso más tarde.

— Está bien, hija. Con cuidado.

— Sí, abue.

Salgo de casa. Mi hermano ni siquiera se da cuenta de que me voy, está tan absorto en su juego. Camino hacia el centro del pueblo, donde hay un pequeño mercado de frutas, verduras y artesanías. Al llegar cerca de la biblioteca, veo a mi abuelo conversando con un hombre mayor. Me acerco y, al reconocerlo, sonrío.

— ¡Pablo!

— ¡Increíble! —exclama—. ¡Creciste muchísimo! La última vez que te vi usabas trencitas... y mira ahora, ¡ya ni te peinas!

— Y yo, la última vez que lo vi, aún conservaba su cabellera —le respondo con tono burlón.

Los tres estallamos en una carcajada.

— Me alegra que estés aquí, Aliss. Tu abuelo no deja de hablar de ti.

— Espero que sean cosas buenas —sonrío—. Bueno, los dejo para que sigan hablando de pelucas y cremas antiarrugas.

— Muy graciosa —responde mi abuelo—. Hija, hazme un favor. Ve a la biblioteca, vendrá alguien a dejar unos libros.

Camino hacia la biblioteca mientras contesto los mensajes de mis amigas. Todas hablan de la fiesta del fin de semana, de lo genial que será y de lo lamentable que es que yo no pueda ir. Cuando termino de escribir, dejo el celular sobre la mesa.

Entonces lo veo. Luka. El chico de los tatuajes. Aparece frente a mí, sin previo aviso. Doy un salto del susto.

— ¡Oye! Me asustaste. ¡Al menos toca la puerta!

Él solo me mira, en silencio.

— Puedes esperar a mi abuelo, no tardará

Justo en ese momento entra mi abuelo.

— ¡Hola, Luka! ¿Cómo te va?

— Muy bien, aquí, conociendo a tus invitados.

— Te dije que te iba a caer de maravilla. Y dime, ¿te ayudaron los libros?

Me quedo parada, sin saber qué decir. Y de pronto, recuerdo...

— ¿Tú eres el pintor?

— ¡Alto! —interrumpe Luka, antes de que termine la frase—. No digas ni una palabra más.

— Alicia... —murmura mi abuelo, en tono de advertencia.

Me callo de inmediato. Los dejo hablar. Se nota que Luka y mi abuelo tienen una conexión extraña, casi como si se conocieran de toda la vida, a pesar de los años de diferencia.

Mientras conversan, lo observo. Lleva sandalias cafés, un short azul y una camiseta blanca. Es alto, de piel morena clara. Su cabello es negro como la noche, y una cicatriz le atraviesa una de las cejas, dándole un aire salvaje pero atractivo.

Se da la vuelta y me mira fijamente.

— ¿Qué? —pregunto.

— Solo contemplo tus ojos... demasiado marrones para mi gusto.

Hago un gesto molesto, pero justo en ese momento regresa mi abuelo.

— Luka, tendrás que esperar una semana. El libro está en mantenimiento.

— Está bien. Por ahora seguiré con... bueno, tú sabes con qué. Adiós, Aliss. Deberías dejar ese aparatito y usar tu tiempo en algo más educativo.

— Ni siquiera me conoces para opinar.

— Respondona la joven. Si yo fuera tu abuelo, te inscribiría en el curso de verano. Así al menos harías nuevos amigos.

— Ya tengo muchos amigos. El que no creo que tenga eres tú, con ese carácter amargado que tienes.

— ¡Basta ya! —interrumpe mi abuelo—. Aunque... concuerdo con Luka. No estaría mal que entraras al curso. Conocerías personas de tu edad.

— ¿Qué? ¿Hablas en serio?

Mi abuelo se queda en silencio. Luka sonríe con burla.

— Está bien. No tengo problema con hacer amigos nuevos. Díganme, ¿qué tengo que hacer para inscribirme a ese "famoso curso"?

— ¡Pablo! —grita Luka. Y en segundos, Pablo aparece—. Aliss estará en tu curso.

— ¡Perfecto! Alicia, te espero en el parque a las 11 en punto. Tenemos muchas actividades.

Asiento. Pero en realidad, sé que los cursos de Pablo son todo menos divertidos.

Ya en el parque, veo niños de entre 8 y 14 años. Mi hermano corre con sus nuevos amigos. Pablo habla con entusiasmo:

— ¡Hola chicos! Hoy recolectaremos canicas de madera escondidas en el bosque. El equipo que junte más, ganará esta caja sorpresa. Contiene una ventaja para el próximo juego. Y el equipo ganador se llevará entradas al cine... ¡con golosinas incluidas!

Me nombran capitana del equipo "Luna". Mis compañeros: tres niños de unos 12 años. Rodrigo, parlanchín, gordito y con gafas. Tony, reservado, no suelta el mapa. Y Yoyo, flaco y silencioso, siempre comiendo galletas.

Qué carajo hago en este estúpido curso para adolescentes. Solo queda aceptar mi derrota, ayudarle a estos críos y ser libre para el atardecer.

— ¿Buscamos juntos o nos separamos? —pregunta Rodrigo.

— Mejor juntos. Hace años que no vengo y no conozco bien el lugar.

— Perfecto. Pero si perdemos, será tu culpa —responde.

Qué horror. A esta edad y ya se comportan así. Yoyo, finalmente, rompe su silencio:

— Esto es aburrido. Hay muchos mosquitos.

— ¡Demasiado tarde! —exclama Tony—. El otro equipo ya encontró todas.

— ¿Cómo lo sabes?

— Mi amigo me mandó mensaje. Pero miren... —señala hacia arriba—. ¡Una bandera naranja!




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