Un último latido

Capítulo 5

Al día siguiente, en la escuela, todos me preguntaban por qué no había ido a la fiesta. Las horas parecían eternas, y cuando la clase me aburría, me perdía mirando por la ventana, imaginando qué estaría haciendo Luka en ese preciso momento.

Sofí me lanzaba pequeños papelitos doblados, apenas con corazones y nuestras iniciales entrelazadas. Hablar con Luka se volvió parte de mi rutina, una chispa de luz en días que parecían grises.

Una noche hicimos pijamada. Luka me llamó por videollamada, y Sofí no perdió la oportunidad de colarse en la pantalla antes de que colgara.

—Mmm… es guapo —susurró con una sonrisa traviesa.

—Lo sé, por eso me gusta —le respondí, sintiendo el calor en mis mejillas.

—¿Ya se lo dijiste?

—¿Decirle qué?

—No te hagas la tonta —dijo mientras sacaba un cigarrillo y lo encendía—. Que estás enamorada.

—No, todavía no... Pero cambiando el tema, no deberías fumar. ¿Por qué lo haces?

—No sé, creo que es porque soy muy ansiosa.

—Ni que lo digas.

—¿Cuándo te veré fumar a ti?

—Mmm… cuando tenga el corazón hecho pedazos, pero aun con un poco de esperanza para seguir adelante. Entonces prenderé un cigarrillo y miraré al cielo.

—Eres rara. Pero te quiero. ¿Te lo había dicho?

Se tiró a la cama y me abrazó. Empezó a cantar una canción bajito, una melodía que acariciaba el silencio. Pusimos una película, y al poco rato llegó Alec.

—Hola, Sofi. ¿Qué hacen? ¿Puedo quedarme?

—Claro, gordo —respondió ella sin pensarlo.

—¡Yo no soy gordo!

—Sí lo eres.

—La abuela tiene la culpa con sus deliciosos panqués.

Nos acomodamos para ver caricaturas, y poco a poco, la calma nos venció y quedamos dormidos los tres.

Al despertar, Sofí y Alec ya no estaban. Bajé a la sala y los encontré: Sofí cantaba con la guitarra mientras Alec bailaba con los cojines del sofá. Sonreí, tomé mi mochila y nos fuimos a la escuela.

Así transcurrió una semana, todo parecía encajar. Tenía planes con Sofí para el sábado, y por fin ese día llegó.

Estábamos en el patio de enfrente, con Toto, el pequeño chihuahua juguetón de Sofí. De pronto, el teléfono sonó insistentemente, pero mamá parecía no escucharlo. Corrí hacia él y era la abuela, llorando desconsoladamente. Un frío helado me atravesó.

—¿Qué pasa, abue? —pregunté con voz temblorosa.

—Una desgracia, hija… —su voz quebrada me hizo tragar un nudo en la garganta.

—¿Qué pasó? —Sentí el corazón acelerarse como si quisiera salirse del pecho.

—Tu abuelo está muy mal.

Mamá llegó, me arrebató el teléfono sin decir palabra. Sofí entró en silencio, el peso de la incertidumbre colgaba en el aire. Al vernos, supo que no eran buenas noticias. Mamá nos pidió que subiéramos al auto, pero antes Sofí nos ayudó a empacar rápido.

Llegamos al pueblo. La casa de la abuela estaba llena de vecinos, y ella lloraba sin consuelo. Pablo también acababa de llegar.

—Ustedes se quedan aquí a esperar que su padre llegue —dijo—. Yo iré al hospital.

—¿Pero qué pasó? ¿Qué tiene?

—No lo sé. Estaba bien.

De repente, escuché la voz quebrada de Luka.

—Es mi culpa. Yo debería haberles contado —dijo entre sollozos.

—¿De qué hablas, Luka?

—Hace tiempo empezó a sentirse mal y lo acompañé a hacerse unos estudios. Me hizo prometer que no le diría nada a nadie. No quería preocuparlos y la operación era muy cara.

—¿¡Qué!? ¿Por qué no nos dijiste? Lo pusiste en peligro, eres un tonto.

—Aliss, cálmate. Sabemos que tu abuelo a veces toma malas decisiones, y Luka no tiene la culpa. Ahora dime, ¿qué le pasa a mi papá?

—Su corazón necesita una operación urgente.

Mi abuela y mamá se fueron al hospital. Los chicos se quedaron para animar a Alec. Luka se marchó.

Pasó el tiempo, y llegó papá. Yo estaba afuera, rogándole a Dios que el abuelo resistiera. Entonces vi a Luka subiendo maletas al auto.

—¿Qué haces, Luka?

—Lo que debí haber hecho hace mucho.

—¿A qué te refieres?

—Tranquila, todo estará bien. Cuida a tu abuelo, a Molly y también a Alec.

—No entiendo nada.

—Ven aquí —me abrazó con fuerza, ese abrazo se sintió tan diferente. Me dio esperanza pero también una gran tristeza me invadió repentinamente.

Subió al auto y se fue. Yo seguía sin entender. Las horas pasaron y Pablo llegó con una noticia.

—Al abuelo lo trasladaron a un hospital más grande.

Nos fuimos directo al hospital en cuanto amaneció. Al llegar lo primero que hicimos Alec y yo fue buscar a mamá.
Después de esperarla por un largo tiempo ella salió de la habitación del abuelo. Poco después, llegó la abuela.

Todos nos encontrabamos esperando noticias. Mientras tanto yo necesitaba hablar con Luka, pero el no contestaba llamadas ni mensajes.

—Es mucho dinero. No tenemos todo eso ahora, tengo que ir a casa por el dinero —dijo mamá, preocupada.

—Tranquila, nos haremos cargo. Lo que necesitamos es un donador. Aunque tengamos el dinero a tiempo, será difícil encontrar un corazón para trasplante.

Las horas pasaron. Pablo volvió, cansado, con una expresión extraña.

—Molly, no te preocupes por los gastos. La operación ya está pagada.

—¿Cómo? ¿Quién?

—Luka vendió algo, no sé qué, pero cubrió todos los gastos.

—¡Sus cuadros! Por Dios, mi niño…

Escuchar eso me hizo entender a lo que se refería Luka antes de marcharse.
Finalmente después de varias horas un mensaje: estaba bien y volvería pronto.

La noche fue eterna. Todos esperábamos noticias. Todo empeoró cuando la enfermera dijo que había sufrido otro infarto.

Me partía el alma ver a mi familia así, quería hacer algo, pero no había nada más que esperar noticias de posibles donadores.

4 horas después escuche a una enfermera hablar por teléfono. Puse más atención cuando dieron el nombre de mi abuelo y tipo de sangre.

No dude en acercarme y preguntar en cuanto colgó




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