Han pasado cuatro días desde la muerte de Luka. Mis ojos están vacíos, sin vida. Mis labios rojos y secos. La lluvia no cesa.
Sólo quedan los recuerdos y yo, sólo los sentimientos y yo, sólo las gotas y yo. Esas gotas que caen, una a una, en un vaso de cristal.
Las rosas están mojadas, bellas, rojas, llenas de vida. Y de pronto, la lluvia cesa.
Prendí un cigarrillo. El humo se dispersaba rápido, casi invisible.
Admirar las rosas siempre fue mi debilidad. Pues ese color tan vivo, tan parecido a la sangre, siempre me hizo pensar que eran una obra de arte. Ahora me recordaban a Luka y sus pinturas de interminables rosales.
De repente, una imagen me invadió, el último día que lo vi. El recuerdo de ese abrazo, un recuerdo que arrancó una lágrima y un ataque de ira que me hizo arrojar el cigarrillo y golpear la mano contra las rosas, que, a pesar de su belleza, tenían filosas espinas.
El dolor me trajo a la realidad, cruel y desgarradora. Una gota de sangre cayó al vaso, llenándolo. Fue el momento en que entendí que la vida se había llevado a alguien muy especial para mí y para mi familia. Y jamás podría volver a verlo.
Salí de la casa. La lluvia había dejado varias ramas y hojas en la calle.
Miré al cielo, que apenas se estaba despejado. Me dolía el alma, la tristeza me consumía. Vi llegar al abuelo y a Pablo en su camioneta.
El abuelo también había estado distante y triste.
Bajó de la camioneta y por su expresión supe que debia acercarme a ellos.
Pablo me extendió la mano, traía un sobre. Parecía una carta.
Al abrirla, era de Luka, me di cuenta que era de Luka.
Querida Aliss,
Esto lleva tiempo en mi mente. No supe cómo decírtelo en persona. Creo que soy mejor con el pincel que con las palabras. Así que he intentado plasmar todo lo que siento por ti en una pintura. Aunque creo que por más que me esfuerce, no podría asemejarse a ti.
Si estás leyendo esta carta quiere decir que tu abuelo se apiadó de mi y te ha llevado la pintura que hice para ti. Y si la carta la entrega alguna paquetería, bueno creo que ya sabemos la posición de tu abuelo.
Alicia, la carta no solo es para decirte sobre la pintura, también. Es para confesarte que me estoy enamorando de ti.
Espero que cuando leas esto ya haya tenido el valor de decírtelo en persona.
Con cariño,
Luka.
Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Al ver el cuadro, no pude decir nada.
Era yo, sí… pero no solo yo. Era el jardín entero, las rosas, la lluvia, mi tristeza… Luka lo había pintado todo. Me había pintado con el alma en los ojos, como si supiera que así me vería cuando él ya no estuviera.
Me llevé la mano al pecho. El dolor seguía ahí, intacto. Pero ya no era solo vacío. Ahora había algo más… una especie de calor suave, como si su último trazo hubiera quedado vivo en mi piel.
El abuelo me rodeó con sus brazos. Pablo, en silencio, dejó el cuadro apoyado junto a la puerta. Nadie dijo nada. No hacía falta.
Entré de nuevo a la casa, y colgué la pintura justo frente a la ventana, donde entra la luz del atardecer. Me senté a contemplarla. Por primera vez en días, el viento olía a algo más que lluvia: olía a esperanza.
Quizá Luka se había ido. Pero su amor… su amor estaba ahí. En las rosas. En la carta. En el lienzo. En cada minuto que alguna vez compartimos.
Y entonces lo supe.
Mientras alguien recuerde tu última mirada, tu ultima risa, tu última obra… nunca te vas del todo.
Porque incluso cuando el cuerpo se apaga, siempre queda Un último ladito... 🫀✉️🥀