Isabel
Los primeros días en Austria se sienten como un sueño. Además de recorrer la ciudad y descubrir sus rincones, mi tía me enseña algunas frases en alemán para que pueda integrarme y decir algo más que un simple “hola”. Aunque todavía me cuesta comunicarme, ya logro pedir lo que quiero en una cafetería. Me esfuerzo por aprender todo lo que pueda mientras esté aquí.
Viena en diciembre es un espectáculo mágico. Las luces navideñas parpadean en cada rincón de la ciudad y de los pueblos; los mercados llenan las plazas con aroma a canela y vino caliente, y la música de villancicos resuena por todas partes. Todo es tan diferente a lo que estoy acostumbrada… y me encanta.
Fuimos a un espectáculo de Krampus —ese personaje de las fábulas que asusta a los niños que se portan mal— y terminé con pesadillas. Tuve que dormir junto a mi tía durante dos noches seguidas.
El 24 lo pasamos completamente juntas. Por la mañana compramos casitas de jengibre para decorarlas —terminó siendo un desastre encantador—, preparamos Punsch (un ponche caliente) y vimos películas navideñas acurrucadas en el sofá. Por la noche, asistimos a una cena de Navidad con sus amistades. Comimos Gansl (ganso asado) con Knödel (bolas de masa) y Rotkraut (col roja), y de postre probé el clásico Apfelstrudel (strudel de manzana). Al día siguiente abrimos los regalos, llamamos a mis padres para desearles feliz Navidad y pasamos el resto del día jugando juegos de mesa.
Ahora intento secarme el cabello antes de hacerme unas ondas y terminar de arreglarme para la celebración de Año Nuevo. Esta noche iremos a la plaza para ver el concierto que se organiza cada año. Me miro al espejo, satisfecha con el resultado de mi peinado y maquillaje. Me pongo las medias térmicas y el vestido color vino que se ajusta a mi figura y me llega unos centímetros por encima de las rodillas. Me giro y sonrío al verme.
Al salir, encuentro a mi tía ya lista. Lleva un suéter de lana color marrón que le llega justo por encima de la rodilla, ceñido a la cintura con un cinturón negro. Usa medias pantis similares a las mías y unas botas negras altas. Cuando me ve, sonríe.
—Estás preciosa —me dice.
—No tanto como tú —le devuelvo el cumplido.
—¡Gracias! —responde con una risa suave mientras rebusca algo en el armario del pasillo. Saca un abrigo negro y otro beige, muy parecido al que lleva puesto, junto con una bufanda negra—. Creo que este abrigo te quedaría perfecto.
—Gracias, tía.
Lo tomo y me lo pongo. Cuanto antes salgamos, mejor.
La plaza estaba llena de gente, tal como había predicho. Resultaba casi una odisea encontrar un buen lugar desde donde ver el escenario y la pantalla entre tanta multitud, pero al final conseguimos un sitio privilegiado para disfrutar del concierto.
Tomamos vino caliente para entrar en calor y entablamos conversación con algunas personas a nuestro alrededor. Había muchos turistas: franceses, argentinos, españoles, asiáticos, entre otros.
El concierto comenzó y lo disfruté mucho. Aunque la música estaba en alemán y no entendía las letras, me gustó más de lo que esperaba. Las bandas animaban al público y quienes conocían las canciones bailaban o cantaban con entusiasmo.
Al terminar, fuimos a cenar a un restaurante junto con algunas amistades de mi tía que habíamos conocido en el concierto. Después de la cena, subimos a una montaña con vista panorámica de Viena. Allí nos encontramos con más personas —familias, parejas— que esperaban el momento para disfrutar los fuegos artificiales.
—10… 9… 8… —comenzó la cuenta regresiva por la radio, y todos nos unimos a ella—. 6… 5… —saqué mi cámara para grabar, cuidando no derramar la copa de champaña que sostenía—. 3… 2… 1… ¡Frohes Neues Jahr!
Todos gritaron, se abrazaron a sus seres queridos, y el cielo de Viena se iluminó con los fuegos artificiales. Me acerqué a mi tía y la abracé.
—¡Feliz año, tía! —le dije.
—¡Feliz año, mi niña! —respondió con una sonrisa.
Varias personas se acercaron a desearnos un feliz año y a entregarnos pequeños amuletos para la buena suerte, según la tradición local. Me sorprendió ver cómo todos comenzaban a bailar vals con sus parejas.
—Es una tradición aquí —me explicó mi tía—. A diferencia de nosotros, ellos no salen a las calles con maletas ni hacen ruido; simplemente bailan vals y regalan estos recuerditos para atraer suerte y abundancia.
Me reí al recordar cómo celebrábamos en casa el Año Nuevo. Quién diría que este año estaría aquí, viviendo esta experiencia.
Minutos después, las dos estábamos bailando vals con algunas personas, riendo, brindando y disfrutando de la compañía. Cuando llegué a casa, el sueño y el dolor en los pies me vencieron, pero sin duda, fue una noche inolvidable.
Enero nos recibe con nieve por todas partes.
Observo, desde la ventana, los pequeños copos que caen: diminutas motas blancas que danzan en el aire, giran y revolotean antes de posarse suavemente sobre los tejados. Las calles adoquinadas, que antes brillaban en tonos grisáceos, ahora parecen cubiertas de azúcar glas. Los árboles desnudos, que se alzan como esqueletos contra el cielo, se visten con una delicada capa de nieve, convirtiéndose en esculturas efímeras. La ciudad entera se transforma, cubierta por un manto blanco y silencioso.
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son de dos mundos diferentes., ella es una turista, el un príncipe de ojos azules
Editado: 02.07.2025