Isabel
La mano del rubio, cálida y firme, se entrelazó con la mía mientras nos movíamos al compás del vals. La música nos envolvía en un torbellino de elegancia y romance, y por un instante sentí que el tiempo se detenía. La melodía, suave y envolvente, nos transportaba a un mundo donde solo existíamos él y yo. El salón de baile, con sus candelabros resplandecientes y paredes ornamentadas, se difuminaba a nuestro alrededor. Cada nota fluía a través de nuestros cuerpos, creando una conexión mágica e inexplicable. Me sentía como Cenicienta bailando con el príncipe por primera vez.
Esperemos que sin calabazas ni zapatos extraviados.
Tenerlo tan cerca me permitió apreciar con mayor detalle sus rasgos, cada línea esculpida de su rostro. Su cabello, un rubio oscuro con destellos dorados que brillaban bajo la luz de los candelabros, contrastaba con sus ojos azul claro, salpicados de diminutas motas verdes, un detalle que me dejó intrigada. Su mandíbula definida, sus labios proporcionados, sus cejas espesas y sus largas pestañas... eran dignos de admiración. La envidia de cualquier chica.
Si esto es un sueño, que nadie me despierte.
Y su sonrisa… era perfecta. La típica sonrisa de alguien consciente de su atractivo, relajada y coqueta, capaz de provocar mariposas en el estómago. Como cuando, a los quince, veía películas románticas y sentía que algo maravilloso estaba por suceder.
—Woher kommst du? —me pregunta, esta vez en alemán. Su voz grave y melodiosa resuena en mis oídos. Lo miro sin comprender del todo. Al notar mi expresión confundida, vuelve a hablar:
— Entschuldigen Sie, wenn ich neugierig bin. Es ist okay, wenn Sie nicht antworten möchten.
Me quedo muda, intentando descifrar sus palabras.
Oh oh… necesitamos más clases de alemán.
—Mmm… Lo siento, pero… no hablo alemán —respondo en inglés, esperando que me entienda a pesar de la música y el bullicio que nos rodea.
—No hay problema. Mi inglés tampoco es muy bueno, pero puedo intentar —respondió con amabilidad—. Quería saber… ¿de dónde eres?
—¡Oh! Soy de Venezuela.
—¿Venezuela? —Asentí—. Wow. ¡Bienvenida a Austria!
—Danke! —dije, soltando una de las pocas palabras que sabía en alemán.
—¡De nada! Y… la señorita, ¿tiene nombre? —preguntó con una sonrisa curiosa.
—Isabel. Me llamo Isabel —respondí. Tuve que levantar el rostro, ya que su altura superaba la mía absurdamente—. ¿Y tú? ¿El príncipe tiene nombre?
¿¡En serio acabo de decir “príncipe”!? Qué vergüenza.
Él sonrió de medio lado, y nos hizo girar entre otras parejas mientras volvía a hablar:
— Sí, Thomas.
Thomas…
— Un placer conocerte, Thomas.
— El placer es mío —dijo, y me hizo girar una vez, para luego atraerme de nuevo hacia su cuerpo y seguir bailando.
Sentí el calor de su respiración en mi mejilla y el aroma atrayente de su perfume. Mi corazón latía con fuerza desbocada. Sabía que la música estaba a punto de terminar.
En un momento, al girar hacia el otro lado del salón, vi a mi tía conversando con otras señoras. Nuestras miradas se cruzaron, y me guiñó un ojo, levantando ambos pulgares en señal de aprobación hacia Thomas. No pude evitar sonreír, sintiendo un rubor cálido subir a mis mejillas.
—Y... que... mmm... —intentó decir él, frunciendo el ceño—. Discúlpame, estoy tratando de recordar cómo se dice en inglés.
Sonreí, conteniendo la risa nerviosa.
—Tranquilo, me suele pasar.
—Te iba a preguntar que…
Antes de que pudiera terminar la frase, tropezamos con otra pareja. Fue un choque leve, pero suficiente para desestabilizarnos. Le pisé el pie a Thomas y estuve a punto de caer. Él me sostuvo con rapidez por la cintura, con una fuerza sorprendente, inclinándose hasta que su rostro quedó peligrosamente cerca del mío. Sentí su aliento cálido en la piel, y mi corazón se aceleró, como si quisiera escapar de mi pecho. Estaba segura de que, si alguno de los dos se movía un centímetro, la distancia entre nosotros desaparecería por completo… y nuestros labios se encontrarían.
—¿Estás bien? —preguntó.
Mi cerebro tardó unos segundos en reaccionar. Su voz sonaba más grave de lo normal, con un tono ronco que me hizo temblar. No ayudaba en nada a mi sistema nervioso, ya bastante alterado.
—Emm… sí —asentí, intentando enderezarme, aunque, en el fondo, no quería alejarme. Era como si mi cuerpo reaccionara por sí solo a su cercanía, como si estuviera imantada a él.
Lo miré a los ojos, y una corriente eléctrica me recorrió la columna. Las mariposas en el estómago revoloteaban como locas. Estaba hipnotizada y no quería salir de ese trance. Creo que él tampoco. Vi cómo tragaba saliva con dificultad, y su mirada descendía lentamente hacia mis labios. Solo necesitaba acercarme un poco más y…
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son de dos mundos diferentes., ella es una turista, el un príncipe de ojos azules
Editado: 09.08.2025