Un Último Vals

CAPÍTULO 6

Isabel

Los pasillos parecían un laberinto, y mi intento de buscar aire fresco terminó siendo un fracaso. Al final, opté por ir al baño. Necesitaba refrescarme. Después del vals con el príncipe azul, tenía las mejillas encendidas y el corazón golpeando como un tambor. Me había dejado con la curiosidad de saber qué se sentiría un beso o...

Me reprendí mentalmente por aquella absurda idea. Apenas lo había conocido, y lo más probable era que no volviera a verlo. Una posibilidad entre cien.

Después de preguntar a cinco personas dónde quedaba el Toilette, por fin lo encontré. Para mi mala suerte, me tocó hacer una fila interminable de damas, todas con vestidos hermosos y perfectamente acordes a la etiqueta.

Mientras la fila avanzaba, una señora de mediana edad se colocó detrás de mí, con una copa de champán en la mano. Tenía el cabello corto y blanco, apenas rozando los hombros, el rostro surcado de arruguitas y unos ojos azules vivaces. Llevaba un vestido verde oliva que le sentaba de maravilla, dándole un aire elegante.

Me observó con una sonrisa, y yo se la devolví de forma cortés. Ambas seguimos esperando en silencio... hasta que rompió el hielo.

Ach, was für eine Nacht, nicht wahr, meine Liebe?! —exclamó con una amplia sonrisa y un ligero tambaleo.

Ja! —respondí sin saber qué me había dicho, rogando internamente que no intentara entablar conversación. No era por descortesía, pero no hablar el idioma complicaba mucho cualquier intento de charla.

Diese Häppchen sind göttlich! —continuó, señalando hacia el salón—. Und die Musik, was soll man sagen! Aber diese Schlange für die Toilette ist eine Tortur, findest du nicht?

Y ahí estaba yo otra vez, con la mente en blanco. No entendía ni una palabra.

Salado no tiene día libre, amiga...

Emm… Ja —repetí, intentando mantener la compostura. Traté de recordar alguna de las palabras que me había enseñado mi tía. Mi alemán no llegaba ni siquiera a lo básico, y la señora hablaba con entusiasmo y rapidez.

Und was für ein wunderschönes Kleid du trägst! —exclamó de pronto, examinándome de arriba abajo—. Es steht dir wunderbar. Und diese Frisur, wie bezaubernd! Du siehst aus wie eine Märchenprinzessin.

Sonreí tímidamente, sin saber cómo responder. Ella siguió hablando, intercalando chistes y carcajadas, mientras yo solo asentía y sonreía, esperando que la fila avanzara con algo de piedad.

Und sag mal, meine Liebe... —empezó a decir, inclinándose hacia mí.

Oma! —exclamó de pronto una voz desde el fondo de la fila—. Hier bist du, ich habe dich auf der ganzen Party gesucht!

Me giré y vi a una chica acercarse con paso rápido. Su figura era grácil y elegante; el cabello castaño, corto y liso, enmarcaba un rostro delicado y angelical. Llevaba un vestido blanco de corte clásico, con detalles de encaje y pedrería que realzaban su silueta esbelta. Por el estilo del atuendo, deduje que debía ser una debutante: eran las únicas que llevaban vestidos blancos como ese.

La señora se enderezó, visiblemente sorprendida.

Dafne, Liebling! —exclamó con una sonrisa—. Wie schön, dich zu sehen!

Oma! Du kannst nicht einfach so verschwinden —le respondió la joven, algo preocupada.

Ich wurde nicht vermisst, —replicó la señora. Yo me sentía como en un partido de tenis, girando la cabeza de un lado al otro cada vez que una hablaba. Y lo peor: seguía sin entender absolutamente nada—. Ich habe hier mit der schönen jungen Dame gesprochen… ähm… wie heißt du, Liebling? —añadió mientras me señalaba.

¿Por qué yo?

La chica por fin se dio cuenta de mi presencia y me miró con expresión apenada.

Oh! Entschuldigen Sie meine Oma. Ich hoffe, sie hat Sie nicht belästigt, —dijo, hablándome por primera vez.
Sonreí tímidamente, sin saber bien cómo reaccionar.

Ah! Was für ein Ärgernis? Ja, ich bin eine Liebe, —resopló la señora, esta vez claramente ofendida por lo que fuera que su nieta le había dicho. La joven rodó los ojos, y decidí intervenir.

—Disculpa, no hablo alemándije. La chica me miró, sorprendida.

Oma!! Sie spricht nicht einmal Deutsch. Ich habe sie nicht verstanden —le explicó, mientras la señora fruncía el ceño aún más.

Ach, wirklich? —replicó ella, como si le costara creerlo.

La chica volvió a mirarme, ahora con una sonrisa más amable.

—Perdónala —me dijo en inglés—. Mi abuela tiene la costumbre de hablar con todo el mundo, especialmente cuando ha bebido un poco de champán.

Sonreí, aliviada de que hablara inglés.

—No te preocupes, no pasa nada —respondí—. Estaba intentando seguirle la corriente.

Ella se rió con suavidad.

—Ya veo... —ambas observamos a su abuela, que ahora charlaba con un camarero—. Pobre, no sabe lo que le espera.

Contengo la risa por el comentario.

—Soy Dafne —se presentó, extendiéndome la mano—. ¿Y tú eres...?

—Isabel. Un placer —contesté, estrechando su mano.

—El placer es mío —dijo—. ¿Eres nueva por aquí? No te había visto antes.

—Sí, llegué hace poco de Venezuela. Vine de vacaciones a visitar a mi tía.

—¡Venezuela! ¡Qué exótico! Siempre he querido visitar Sudamérica —dijo, emocionada—. ¿Entonces hablas español? Yo lo estoy aprendiendo. Umm... —se llevó un dedo al mentón, pensativa—. Tú... vestido... es muy... mmm... bonito —terminó diciendo en español, con un acento marcado.

Me reí, sorprendida.

—¡Gracias! —le respondí en español—. ¡Lo hablas muy bien!




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