Un Último Vals

CAPÍTULO 11

Isabel

—¿Estás segura de que llevas todo? —preguntó mi tía Elisa por enésima vez.

—Sí, tía. He repasado la lista varias veces —respondí, intentando tranquilizarla.

—Me encantaría acompañarte, pero no me dan la semana libre hasta la próxima —dijo con desánimo.

—No se preocupe, tía. Después podremos ir juntas.

—Tienes razón. Bueno, debes irte para que no se les haga tarde —añadió, dándome un abrazo de despedida.

Tomé la maleta y el bolso donde llevaba los esquís, y salí a encontrarme con Dafne en su coche.

—¿Lista? —preguntó ella en español, una vez que me acomodé en el asiento.

—¡Sí! —respondí con una sonrisa.

—¡Perfecto! Tenemos que recoger a Kelsy primero y luego partimos —dijo, esta vez en ingles y asentí—. Nos encontraremos con los demás allá.

—Está bien.

Sin más palabras, Dafne encendió el motor y nos pusimos en marcha. El trayecto transcurrió tranquilo, con el suave murmullo de la radio como única compañía. Al llegar a casa de Kelsy, la ayudamos a cargar sus maletas en el maletero y ella se acomodó en el asiento trasero para el viaje de tres horas.

No pude evitar tomar fotos y grabar algunos videos. El paisaje era un espectáculo para los sentidos. A medida que nos adentrábamos en las montañas, todo se transformaba en un lienzo de blancos y azules. Los picos nevados se alzaban majestuosos, las copas de los árboles estaban cubiertas de nieve, y el aire se volvía cada vez más frío y puro. Era como viajar dentro de una postal de invierno.

Kelsy se quedó dormida casi todo el camino, con sus rizos cubriéndole el rostro. Dafne y yo nos reímos, y le tomé una foto con la cámara instantánea que había traído.

Finalmente, llegamos a la cabaña: una construcción de madera que parecía sacada de un cuento de hadas. Al bajar del coche, me quedé sin aliento. Con su techo cubierto de nieve y las ventanas iluminadas, irradiaba una calidez acogedora. El aire olía a madera recién cortada y a chimenea encendida; todo invitaba a entrar.

Al cruzar el umbral, me encontré con un interior aún más encantador. Las paredes de madera rústica, los muebles de cuero envejecido y el crepitar del fuego creaban un ambiente cálido y hogareño. La luz suave de las lámparas iluminaba la sala común, donde un conjunto de sofás parecía hecho para descansar tras una larga jornada.

—¡Es hermosa! —exclamé, asombrada.

—Lo es —respondió Dafne, sonriendo.

—Es nuestro pequeño paraíso invernal —añadió Kelsy.

Al escuchar el sonido de más coches llegando, salimos rápidamente de la cabaña. Un BMW y una camioneta Mercedes se detuvieron frente a la entrada. De ellos descendieron Bernhard y Daniel; luego, de la camioneta, vi a Lucas, Steban, Thomas y June. Una punzada de celos me atravesó el pecho al ver a June bajando junto a Thomas, pero intenté ignorarla y centrarme en el momento.

Saludé a todos con entusiasmo y entramos juntos a la cabaña. Nos reunimos en la sala común para decidir cómo nos distribuiríamos entre las cinco habitaciones. La diferencia de tamaño entre ellas generó un debate animado.

—Ich nehme das Zimmer mit Bergblick! —exclamó Daniel.

—Wieder? —protestó Kelsy—. Nein, dieses Mal sind wir dran. Du behältst immer dieses Zimmer.

—WAHR! —secundó June.

—Na gut, dann behalten Sie das Zimmer —cedió Daniel—. Ich frage also nach dem Hauptschlafzimmer, das über ein eigenes Badezimmer verfügt.

—Das glaube ich nicht, mein Freund —dijo Lucas, negando con la cabeza y dándole unas palmadas en el hombro—. Das ist meins.

—Wer sagt das? —preguntó Daniel.

—Ich, weil ich der Eigentümer des Hauses bin.

—Es ist nicht fair —se quejó Daniel.

Y así comenzó una discusión que no entendí del todo.

—¿De qué discuten? —le pregunté a Dafne, vencida por la curiosidad.

—Están peleando por las dos mejores habitaciones y por quién será la pareja de cada quien —me explicó, mientras observábamos—. Pero no te preocupes, tú dormirás conmigo en mi habitación de siempre.

Finalmente, Lucas y Bernhard eligieron la habitación principal, mientras que June y Kelsy optaron por la que tenía vista a la montaña. Daniel y Steban se conformaron con una más pequeña, en la planta baja. Dafne y yo decidimos compartir una de las habitaciones del piso superior. Thomas se quedó solo en la suya.

Una vez que todos tuvimos asignadas nuestras habitaciones, subí con mis pertenencias.

Al abrir la puerta, me encontré con un espacio cálido y acogedor. Las paredes de madera, al igual que en el resto de la cabaña, creaban un ambiente rústico y encantador. Una ventana grande, cubierta por cortinas de lino grueso, ofrecía una vista panorámica de los árboles nevados y las montañas a lo lejos. En el centro de la habitación, una cama de madera maciza, cubierta con un edredón de patchwork en tonos cálidos, invitaba al descanso. A un lado, una mesita de noche con una lámpara de lectura de luz tenue creaba el rincón perfecto para leer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.