Prologo

Siempre pensé que los veranos estaban hechos de posibilidades infinitas: días larguísimos, tardes de pasto caliente bajo los pies y esa sensación de que todo, absolutamente todo, podría cambiar de un momento a otro.

Pero nunca imaginé que el verano en el que todo cambió comenzaría con un "no".

Bueno... con dos.

Para mí, el fútbol siempre fue una especie de hogar secreto. No el tipo de hogar con paredes y ventanas, sino uno que se siente acá -en el pecho- cuando la pelota se despega del pie, cuando el mundo desaparece por un segundo y solo importa correr, respirar y seguir. Desde que soy pequeña quise entrenar en serio, jugar de verdad, no solo en el jardín de casa o en el parque. Yo quería aprender, mejorar, llegar lejos.

Pero a veces, por más que lo intentes, te cierran la puerta en la cara.
O te dicen que no hay lugar para ti.
O, como en mi caso, ambas cosas juntas.

Esa tarde, cuando abrí el correo de rechazo del campamento de fútbol, sentí que algo se me rompía adentro. No era solo la oportunidad... era la ilusión.
Y lo peor era que mis padres ni siquiera estaban.
Nunca están en verano.
Y aunque lo hubieran estado, creo que no habrían entendido lo importante que era para mí.

Pero lo que sí estuvo fue Thomas.

Mi gemelo.
Mi otra mitad.
La única persona capaz de entender lo que se siente desear algo con todo el corazón... y no poder tenerlo.

Él también recibió un "no". Uno distinto al mío, pero igual de doloroso: en su campamento solo quedaban cupos para chicas.
Para chicas que no eran él.

Esa noche, mientras el cielo se oscurecía y el ventilador hacía ese ruidito molesto de siempre, entendí algo importante:
a veces los sueños necesitan un poco de locura para sobrevivir.

Y fue ahí -justo ahí- cuando mi corazón hizo clic.

Una idea imposible.
Peligrosa.
Irresponsable.
Pero también perfecta.

Porque si el mundo no iba a darnos un lugar... tendríamos que inventarlo.
Y ese fue el inicio del verano más caótico, absurdo, emocionante y transformador de mi vida.
El verano en el que descubrí hasta dónde era capaz de llegar por lo que amo.

Un verano en botines.