Lo miré con el ceño fruncido porque jamás habíamos hablado, era muy raro que me estuviera saludando en ese momento.
—¿Estás bien? —preguntó Ángel.
Ángel era integrante de la familia Díaz, la otra familia que igual estaba en el campamento.
—¿Disculpa? —pregunté frunciendo el ceño.
—Es que te vi mal y no dudé en acercarme para saber qué te pasaba —dijo.
—No, estoy bien —dije.
—No quiero incomodarte, solo me acerqué por eso, además porque no soy bueno haciendo amistades —explicó.
Eso hizo que no me levantara de mi asiento, no estaba mal hablar con él por unos minutos.
—¿De verdad? —pregunté con una sonrisa.
—Sí, no sé, se me complica mucho hablar con alguien —dijo.
—¿Por qué? —pregunté con curiosidad.
—Realmente no sé, supongo que no soy muy social, aunque aquí no me afecta tanto, solo faltaba conocerte a ti —dijo.
—Si es así, me llamo Leila —sonreí.
—Yo me llamo Ángel —sonrió.
Me agradó mucho su compañía de alguna forma.
—¿De dónde eres? —preguntó.
—Soy de la Ciudad de México, ¿y tú? —pregunté.
—De Monterrey —dijo.
—¿Qué te trae por aquí? —pregunté.
—Mi familia siempre quiso conocer la selva y les encantó Chiapas cuando fueron hace años, solo les faltaba recorrer la selva y el sueño se cumplió —contó.
—Me alegro mucho que se cumpliera, vale la pena venir —dije.
—¿Tú por qué viniste? —preguntó.
—Igual mi familia quería conocer la selva, además nos urgían unas vacaciones, pasé un momento difícil antes de venir y el viaje me iba a servir mucho para relajarme y disfrutar —conté.
—Casi iguales —soltó una pequeña risa.
—Lo sé —correspondí su risa.
Seguimos platicando por un momento más y no me di cuenta de la hora y mucho menos del tiempo, hasta que vi a mi mamá caminar hacia mí y yo me asusté, había olvidado por completo la cena.
—Leila, te tardaste demasiado —dijo mi mamá.
—Mamá, perdón, me quedé hablando con Ángel —dije rápidamente.
Mi mamá miró a Ángel y luego a mí, solo esperaba que esa mirada no significara otra cosa.
—Nos vemos luego, Ángel —me despedí con una sonrisa.
—Nos vemos —sonrió.
Caminé con mi mamá y nos alejamos de Ángel.
—¿Qué te traes con Ángel? —preguntó mi mamá.
—Nada —dije.
—¿Estás segura? Se ve que hay algo —dijo.
—Para nada —recalqué.
Mi mamá me estaba preguntando cosas complicadas, solo quería conocer a Ángel y ser amigos, aunque jamás pensé que hablaría con él, se notaba que era muy tímido.
Los días pasaron y las vacaciones iban de maravilla, aunque todavía el tema de Paul era doloroso y más difícil, lo veía todo el tiempo y dolía más. Por otra parte, Ángel y yo nos estábamos llevando mucho mejor, hablábamos todo el tiempo y se hizo costumbre, al menos tenía a un amigo y no la pasaba tan mal en las vacaciones.
El mes estaba por terminar y yo no quería que acabara, ya que faltaría menos para irnos y no planeaba pensar en eso todavía.
El viaje a Bonampak fue de maravilla, me la pasé hablando con Ángel todo el tiempo y estuve con él todo el rato posible, supe ganarme su confianza y él hizo lo mismo.
Era un nuevo día y lo teníamos libre, no tendríamos actividades y eso era lo mejor porque estuvimos haciendo demasiadas cosas pesadas y lo que queríamos era descansar y tener días libres. Me puse un vestido floral junto con mis tenis blancos, me amarré mi cabello como una cola de caballo y finalmente salí de la cabaña sin mis papás porque ellos querían dormir más. Fui al comedor y me serví de desayunar, luego me senté en la mesa.
—Hola, Leila —saludó Ángel mientras entraba al comedor.
—Hola —saludé con una sonrisa.
—¿Qué haces tan temprano? —preguntó.
—Me desperté temprano y quería desayunar —dije.
—¿Y tus papás?
—Quisieron dormir más.
—Me pasó lo mismo —rio.
Ángel se sirvió de desayunar y se sentó en frente de mí.