El momento que tuvimos cerca se acabó cuando escuchamos la puerta del salón principal abrirse, Paul me soltó rápidamente y yo me alejé rápidamente.
—Paul, disculpa, ¿puedes decirme si hay más decoraciones para las mesas? —preguntó la mamá de Ángel.
Aproveché a alejarme de ahí y entrar al salón principal, no quería volver a estar cerca de Paul, me dolía más de lo que podía pensar.
—¿Estás bien? —preguntó Ángel mientras se acercaba a mí.
—No, Ángel, en verdad quiero irme de aquí —dije con tristeza.
—¿Fue Paul? —preguntó.
—Sí.
—¿Qué pasó?
—Tuvimos una cercanía, rompimos la distancia, lo bueno es que salió tu mamá y evitó cualquier cosa —murmuré.
—¿En verdad no quieres estar cerca de él? —preguntó.
Lo miré.
—Claro que no, lo quiero lejos —dije.
—Mira, solo no pienses en él, ahora sigamos con esto —opinó.
Ángel tuvo que decirle a Carolina que Paul necesitaba ayuda y ella rápidamente se quitó de su lugar y se dirigió a él, dolió mucho verlo con ella. Yo le ayudé a Ángel con las mesas, ambos éramos amantes de las decoraciones, así que hicimos un buen trabajo en equipo. Nuestras risas y nuestra voz solo se escuchaban en todo el salón, tuvimos muchas miradas de confusión pero eso no nos detuvo. Llegó un punto en el que la decoración no fue para la mesa, sino que para el cabello de Ángel, se veía muy gracioso con las rosas de papel y con las flores.
Paul y Carolina estaban muy juntos y no pude evitar sentirme triste, ella fue la causante de mi separación con Paul y del dolor que sentía, no podía sentirme feliz porque en verdad no lo estaba.
—¡Ya, Leila, sigamos con la mesa y no con mi cabello! —exclamó Ángel entre risas.
Reí.
—Está bien, tú ganas, debilucho —dije.
—¿Cómo me llamaste? —preguntó sorprendido.
Me dio demasiada risa su expresión falsa de asombro.
—¿Te sigues riendo? —preguntó sorprendido.
Le quedaba mal que se asombrara falsamente.
—Corre —dijo con una sonrisa traviesa y cerró sus ojos.
—¿Cómo? —fruncí el ceño.
—¡Corre! —exclamó y abrió sus ojos.
Salí corriendo del salón y él me siguió, agradecía tener la condición para correr, así que eso hizo que no me alcanzara fácilmente.
—¿No te gusta que te digan eso? —pregunté entre risas.
—Solo porque corres rápido —dijo y se volteó para luego caminar.
Reí y me quité el sudor con mis manos, solo que Ángel aprovechó eso y me atrapó.
—¡Eso es trampa! —exclamé entre risas.
Me cargó como un costal y caminó hasta el salón.
—¡Bájame! —exclamé.
—¿Soy un debilucho? —preguntó entre risas.
—Bájame y lo hablamos, lo prometo —dije.
Se quedó pensando y luego me bajó.
—¿Lo hablamos? —preguntó.
—No —dije y me reí.
Entonces lo empujé, solo que él se resbaló y se cayó, yo me reí demasiado y él correspondió mi risa. Lo ayudé a levantarse y de repente me abrazó, yo me sorprendí porque fue de sorpresa, solo que no fui la única que se sorprendió, igual Paul; ya que él estaba viendo todo desde el interior del salón y su cara no reflejaba emoción.
—Gracias por las risas —dijo.
Las horas pasaron y el salón principal ya estaba listo, la comida en la mesa y todo en su posición. El señor Mario no tardaba en llegar, eso hizo que nos diera tiempo de escondernos en el salón, íbamos a darle una sorpresa cuando entrara.
Todos estaban platicando y en ese momento escuchamos la puerta abrirse, evidentemente pensamos que era el señor Mario, así que nos preparamos.
—¡Sorpresa! —exclamamos todos.
Paul entró y todos comenzamos a reír por ese grave error.
—Era yo —dijo y rio.
Perfecta vergüenza.
—Mi papá ya llegó, pónganse en posición, lo guiaré acá —dijo Paul.
Paul volvió a salir y todos nos escondimos donde pudimos. Minutos después la puerta se abrió y entró el señor Mario con Paul.
—¡Sorpresa! —exclamamos.
El señor Mario se sorprendió al vernos y se emocionó mucho.
—Muchas gracias —dijo.