Los días siguieron pasando y el viaje estaba por llegar a su fin, ya quedaba menos de medio mes y luego tendríamos que regresar. Mi tobillo se había mejorado bastante y ya podía hacer las actividades pesadas que se venían, además ya podía correr y caminar muy bien. Nos faltaban tres viajes más para concluir todos los circuitos de la selva y después decir adiós a ese gran lugar. De alguna manera no me quería ir, me la estaba pasando tan bien y no quería que se acabara, no aceptaba la idea de volver a casa y a mi vida de antes.
Era un nuevo día y tocaba hacer un viaje, así que fuimos al comedor para esperar las instrucciones del señor Mario, iba a explicarnos qué haríamos.
—¡Buenos días, familias! —Exclamó el señor Mario—. Hoy haremos un viaje a un sitio muy especial para la selva, a un sitio dedicado a las aves más importantes y que se encuentran en riesgo, vamos a ir a «Ara Macao Las Guacamayas» —anunció.
Por fin íbamos a ir a ver a las guacamayas, moría por ir a ese lugar desde que Paul me lo dijo.
—Haremos solamente una actividad el día de hoy, volveremos en la noche a las cabañas y mañana comenzaremos el circuito cuatro —explicó.
Ya estábamos en la recta final del viaje, así que teníamos que terminar todos los circuitos cuanto antes.
—Vamos a desayunar ahora y luego empacaremos, las camionetas nos estarán esperando, así que no lleguen tarde.
Todas las familias se fueron a servir el desayuno y yo me quedé sentada, mis papás me traerían mi comida, no querían que entrara porque estaba lleno y podían pisarme el pie, ya estaba bien pero mis papás estaban preocupados todavía. Mi mirada se posó en Paul llegando al comedor, no pude evitar sentir un estruendo dentro de mí y estremecerme de inmediato, ya estaba bien con ese tema pero todavía no podía sacarlo de mi mente y corazón. Paul se veía triste, no tenía esa sonrisa de siempre y sus ojos no tenían ese mismo brillo que antes. Yo tampoco me sentía bien, por fuera sí, pero por dentro estaba en un caos, no podía olvidarlo todavía, mi corazón latía con fuerza cuando lo veía o pensaba en él, mi mente trabajaba demasiado al almacenar pensamientos sobre él y era difícil no amarlo. Me sentía tranquila al perdonarlo, lo necesitaba, pero no podíamos volver como antes, de cualquier manera no iba a funcionar.
—Leila —me llamaron.
Mis pensamientos se detuvieron cuando escuché la voz de Ángel llamándome.
—¿Qué pasa? —pregunté rápidamente.
—¿En qué pensabas? Estabas muy rara —dijo y rio.
Dejó su plato con comida en la mesa y después se sentó.
—En nada, solo no quería despertarme —dije.
—¿Segura?
—Demasiado —sonreí.
Odiaba fingir que todo estaba bien y más con Ángel, que ya sabía todo lo que pasó con Paul, aun así no quería hablar con nadie sobre él.
—¿Ya estás mejor de tu tobillo? —preguntó.
—Ahí le voy, ya puedo caminar y correr —dije.
—Ese día nos preocupaste a todos, verte así fue malo —dijo.
—No a todos, a Carolina le encantó verme así —puse mis ojos en blanco.
—Antes eran muy amigas, ¿no?
—Tú lo dijiste, éramos, ya no.
—¿Pero por qué? —preguntó con curiosidad.
—¿Nunca te contó? —pregunté frunciendo el ceño.
—No, nunca lo hizo, ¿debería saberlo?
—Fue por Paul, a ella le gustó también y a mí igual, ella se enteró y se enojó —expliqué.
—Eso es muy feo, que les guste el mismo chico.
—Sinceramente ya no importa, yo quise recuperar su amistad y no se dejó, me rendí, es eso —apreté mis labios formando una línea.
—Ahora comprendo por qué me hablaba mal de ti —dijo.
—¿Te habló mal de mí? —pregunté sorprendida.
—Sí, muchas veces, aunque no entendía el por qué, ahora ya sé.
—Ya no me sorprende.
Mis papás trajeron mi comida y se fueron a sentar con los papás de Carolina, se llevaban tan bien que era muy complicado separarlos.
Terminé de desayunar y rápidamente me fui a mi cabaña a empacar, ya tenía ropa limpia, así que me llevé una prenda por cualquier cosa. Cerré mi mochila y salí de la cabaña con ella, me fui al comedor y ahí seguían mis papás, platicaban muy entretenidos con los papás de Carolina y yo no quise acercarme, así que me alejé de ellos; sin embargo, no fue una muy buena idea, ya que me encontré a Paul y a Carolina hablando muy interesados. Paul me miró y yo traté de que no me doliera, así que me fui de ahí, no quería estar ahí. Me senté en una mesa del comedor y es cuando mis papás se fueron a empacar, las camionetas estaban por llegar y no querían llegar tarde.