Un verano para enamorarse

¡QUÉ SUERTE TUVE! 1


—¡Vamos, Brandon! ¿Qué rayos te pasa? —fue lo primero que Rodrigo preguntó al ver a su amigo regresar ansioso y desorientado, fingiendo acomodar unas maletas cuando sólo estaba armando tremendo desastre.


—Ella está aquí —habló bajo no queriendo llamar la atención de su hija quien se encontraba en su habitación de la suite donde se habían hospedado.


—¿Ella? ¿De quién rayos hablas?


—Anais… ¡Ella está aquí! —hizo señas a su amigo para bajar la voz y continuó casi susurrando, pero siendo como era, el otro no le obedeció.


—¿Y cuál es el problema? —preguntó con obviedad y Brandon bufó al escucharlo.


—Rodrigo, ¿acaso estás bromeando? Anais, la mujer más hermosa del planeta…


—Que ni siquiera te mira.


—La que me lleva arrastrando la cobija desde años…


—Que ni sabe que existes.


—¿Cómo demonios voy a poder disfrutar de ninguna vacación sabiendo que ella está tan cerca? —Rodrigo negó sabiendo que su amigo no le estaba escuchando, parecía haber activado el modo robot y sólo pensaba en voz alta mientras caminaba de un lado al otro, casi sin pestañear.


—Calma, compadre. Todo estará bien, puede que esté aquí, pero de allí a que se tropiecen a cada paso hay un abismo de diferencia, ¿no lo crees? —su amigo se detuvo y, por primera vez, lo miró con discernimiento.


—Tienes razón —habló desmoralizado—. Tampoco es como si tuviéramos el mismo itinerario, ¿no?


—¿Cuánto dinero hay en tu cuenta, Brandon? —preguntó con retintín mientras rodaba los ojos— ¿Cuánto crees que hay en la de ella? —el aludido lo miró con ganas de ahorcarlo, pero éste ni se inmutó— ¡Allí tienes tu respuesta!


—¡No exageres! ¡Tampoco es como si viviéramos de la caridad! Con amigos como tú, ¿para qué diablos necesito enemigos? —replicó molesto, recordando que esa diferencia era una de las razones por las que ya ni se atrevía en acercarse, no la principal, pero sí una de mucho peso.


Rodrigo negó y se carcajeó al escucharlo quejarse mientras que Emily, su ahijada favorita, la única que tenía, por el momento, ya había terminado de acomodar sus maletas y estaba lista para ir a solearse en la playa.



—¡Mami, no encuentro mi traje de baño rosa! —se quejó Annie casi al borde del llanto.


—Amor, tienes varios, en diferentes colores, inclusive otros de color rosa —Anais miró a la niñera quien estaba detrás de su hija luciendo desconcertada mientras sostenía los trajes en cuestión, luego volvió su atención a la pequeña hablándole con ternura, sonriendo ligero, sabiendo que estaba a punto de iniciar unos de sus acostumbrados dramas.


—Pero ese era el que yo quería, Mami —la aludida respiró profundo, su niña era su mayor tesoro, pero algunas veces sentía su cabeza llena de canas… de color rosa, para variar.


—Ven acá, mi princesa —le instó a seguirla mientras se asomaba por el amplio ventanal de su elegante y espaciosa suite presidencial— ¿Qué te parece todo ese infinito paisaje?


—Es hermoso… —la jovencita apenas si pudo hablar ante el brillo y la inmensidad de lo que le mostraba su madre.


—Entonces, ¿qué prefieres? ¿Quedarte llorando por un traje de baño rosa? ¿O usar cualquier otro y salir a disfrutar de tanta belleza?


Ambas se miraron y sonrieron en complicidad.



Sabía que era una mujer atractiva, su difunto esposo era un romántico empedernido que solía decírselo a la más mínima oportunidad y ella amaba todo de él, pero, desde que aquella penosa enfermedad lo arrancó de su lado, Anais no había querido saber nada más del amor, mucho menos tras la grosera cantidad de farsantes que se le acercaban desde que se puso al mando de las empresas y demás inversiones que su amado Gilbert les heredó.


Fue un comienzo difícil en el que todos creyeron que podían manipularla como si fuese un títere, ninguno esperó que ella tuviera sus garras bien afiladas para defender el legado de su amado esposo y cuidar del patrimonio de su princesa. Cinco años desde aquellos terribles momentos de tristeza, soledad y dolor, pero ya era una etapa superada, al menos, la mayor parte, su corazón no era tan fácil de sanar.


Justo ahora Anais se veía envuelta, una vez más, en ese condenado circulo vicioso que se negaba a dejarla vivir en paz cuando un «caballero», de los tantos que pululan por todos lados, no le quitaba la mirada de encima a tal punto que ya se estaba volviendo perturbadora y ofensiva.


«¿Por qué no respetaban que estuviera junto a su hija? ¿Cuándo los hombres se darían cuenta de que ella no estaba urgida por cualquier sustituto para su difunto esposo?».


Acomodó sus lentes de sol y enfiló su mirada hacia el resto de la playa, encontrándose con una niña que se le hizo bastante familiar.


—Annie, ¿por qué no me dijiste que Emily también vendría a la playa?


—No tenía ni idea, Mami. ¿Cómo podría saberlo? —la pequeña hundió sus hombros con obviedad y Anais frunció el ceño, puesto que creía que su hija y esa niña eran amigas, pero tal parecía que no mucho.



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En el texto hay: verano, romance, amor de verano

Editado: 11.08.2022

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