Hace tres años, decidimos de mutuo acuerdo, poner punto final a nuestro matrimonio. Sin dramas, ni lloros, ni reproches. Éramos dos amigos compartiendo piso, eso sí los mejores amigos. No hubo terceras personas, por más que la gente de alrededor se empeñe. Le creo, me cree y con eso nos es suficiente.
El día que quedamos con nuestros abogados, iba con las ideas claras, había tomado una decisión y no había marcha atrás.
Antes de subir a la oficina del abogado contrario, quedé con el mío, para tomar un café y para queme cuente como está la situación, si supiera lo que voy a hacer, llama al centro psiquiátrico para encerrarme de por vida. Nicolás sigue hablando, soltando palabras por esa boca, sin darse cuenta de que no le hago caso. De vez en cuando, asentía y así estaba contento.
Salimos de la cafetería en dirección al edificio de enfrente, un pequeño edificio con tres plantas, pero magestuoso, con clase y con unos ventanales, que se podía ver a los trabajadores a través de ellos. Mientras espero para cruzar, en uno veo a David hablando, con quien supongo será abogado. Él no me vio, pero por sus gestos, estaba enfadado, se giró hacia la calle y nuestras miradas se encontraron. Me sonrió, con esa sonrisa que tanto me gusta y yo, le devolví el saludo con la cabeza, mientras escuchaba la palabrería de mi abogado.
—Puedes estar tranquila, todo va a ir bien —me dice él, mientras esperamos en una sala, a la espera de que nos dejen pasar a la oficina.
—Nunca he estado más relajada y tranquila, que estos mismos momentos, puedes creerme —veo como se abre la puerta, a la vez que se oye a un señor canoso gritar a David, que es un terco. Sonrío.
Nos hacen entrar en una oficina enorme, con una mesa más grande todavía, me siento en una de las sillas, que me indica la secretaria del abogado.
—Pablo… —empieza a hablar David— esta mesa es muy grade, mejor nos sentamos en tu escritorio, es mucho mejor, solamente somos cuatro personas.
—Te lo voy a decir, una sola vez. Yo soy el abogado, tú no, nos sentamos donde yo realizo mi trabajo y quiero, entendiste —le grita de muy malos modos, aunque la cara de mi futuro ex marido, no se queda atrás.
—Y yo, soy el que te paga tus honorarios. Quiero sentarme en tu escritorio y se acabó la discusión —Se me acerca y como buen caballero que es, me separa la silla para que me pueda levantar sin problema. Con una mano en la espalda, me hace ir hacia una mesa llena de papeles, carpetas mal colocadas y entre el caos, asoma un ordenador tímidamente. Le hace una señal a mi abogado, para que se siente a mi lado.
El abogado de David, saca un dossier con un montón de hojas, aunque todos sabemos, que esas palabras, es vocabulario que nosotros dos no entendemos.
—Srta Patricia, esto es lo que el Sr David, le ofrece. Todos queremos que esto haga, de la forma más civilizada y rápida.
Mi abogado, coge los papeles y se pone a leer. Por su cara y conociendo a mi chico, sé que va a ser un buen trato para mí. Pero no estoy dispuesta. Me levanto de mi silla, las miradas asustadas de los tres, me hacen gracia. Le quito el dossier a Nicolás y lo tiro sobre la mesa.
—Tú —señalo a mi abogado— coge tu silla y ponte al lado de esos dos. Ahora, la que va a hablar soy yo. Os quiero tener enfrente de mí y sin interrupciones, me habéis entendido?
Los abogados asienten, David solo me mira fijamente, esperando a que escupa mis
palabras infernales.
—Así me gusta, que me pongáis todos algo de atención. No me gusta repetir las cosas. Punto uno, no quiero leer ni saber lo que pone esa carpeta —digo señalando hacia la mesa, veo que asienten con la cabeza—, punto dos, no quiero recibir ni un céntimo de mi ex marido. Punto tres —abro mi bolso, saco las llaves del apartamento y del coche, se las lanzo a David, que las coge al vuelo—, esto no es mio, están a nombre tuyo, tampoco lo quiero. Esta mañana, me he dado de baja de la línea de teléfono móvil que compartíamos.
—Patricia, por favor. No seas tonta, somos amigos, vamos a ser realistas —me dice David.
—En serio estás rechazando lo que te ofrece. Es un acuerdo fantástico —me dice mi abogado.
Sonrío, mirándolos. Le pido un papel y un bolígrafo. Anoto un correo electrónico y se lo entrego a cada abogado.
—Cuando tengáis el nuevo acuerdo, donde lo rechazo todo, me lo hacéis llegar y os lo reenvío firmado. No tendréis problema con eso, verdad?
Los dos chupa sangre, niegan con la cabeza.
—Me alegra señores de que esto acabe bien y tan pronto. Tengo prisa, mi nueva vida me espera.
Me despido de Nicolás y Pablo, con un apretón de manos, a David no tuve valor ni de acercarme. Agarro mi bolso y salgo de la oficina, contenta por lo que hice.
En la calle, busco el móvil nuevo, para llamar al chofer que contraté para llevarme al aeropuerto. Cuando oigo que mi nombre retumba por la entrada del edificio. Es David.
—Patricia! Patricia!
Guardo el teléfono y me giro hacia él, con sonrisa falsa.
—Estás loca, que coño ha pasado ahí arriba. Donde vas a vivir? De qué vas a vivir?