No llevo bien, la parte del aterrizaje de los aviones. Me pone nerviosa. Hasta que no noto, que el avión se para y frena del todo, no me muevo de mi asiento, y menos, me quito de cinturón de seguridad.
Cuando me noto segura, me levanto del asiento, voy al compartimento donde tengo mi pequeña maleta, es lo bueno de viajar ligera de equipaje. La azafata me indica, por la puerta que me corresponde bajar. Salgo a la escalerilla, me coloco la bolsa en mi hombro y me dispongo a ir escalón por escalón. No tengo miedo a caer, pero estoy a menos de cinco minutos, de reencontrarme con mis padres y mi hermana.
Tres años sin verlos, tres años de mi ausencia, solamente una llamada cada semana. Veo como muchos pasajeros, se ponen alrededor de la cinta transportadora a esperar sus pertenencias. Paso de largo, me voy acercando a la puerta de salida, freno en seco, lo que hace que un señor choque contra mí.
—Lo siento señor, yo…
—Señorita, nada que perdonar, pero si me permite, le diré algo. Sea lo que sea que le espera detrás de esa puerta, usted con la cabeza alta. Y limpie esas lágrimas, le hacen menos guapa.
Le sonrío y le doy las gracias. Respiro profundamente y comienzo el pequeño recorrido. Cuando llamé a mis padres, les dije que no entraran en el aeropuerto a esperar, no quiero que sepan de donde llegaba mi avión, aunque tampoco soy tonta, saqué vuelos con escala en Barcelona, así no saben mi procedimiento.
Las puertas que dan al aparcamiento se abren, camino buscando a mi familia. No los veo, aunque un grito alto y llano, hace parar las hélices de los aviones.
—¡¡Patricia!! —No me da tiempo a girarme, cuando tengo a mi hermana abrazándome y dándome besos—, te eché de menos hermana. Te eché de menos —sus brazos siguen alrededor de mi cuello sin soltarme, pero los mios también hacen su trabajo en su cintura. Alguien nos separa.
—Nosotros también te queremos —oigo decir a mi padre.
—¡Papá! —me lanzo a sus brazos, como cuando era una niña y lloro. Levanto la cabeza, busco a mi madre, que ella sola se abraza y llora sin cesar.
—¡Mamá! —abre los brazos a todo lo que puede y me aprieta contra ella, como si no quisiera que me fuera otra vez—, me vas a dejar sin respiración, es lo que quieres? —pregunto riéndome.
Mi padre lleva mi bolsa y yo voy caminando entre mis dos chicas favoritas, que en ningún momento me sueltan. De camino al coche, me encuentro al señor de antes, me saluda haciendo una reverencia con la cabeza y me guiña un ojo.
Durante el trayecto, mi hermana es peor que un policía de homicidios, me hace un interrogatorio, digno del mejor inspector.
—Laura, por favor deja a tu hermana tranquila. Llevas veinte preguntas y ninguna respuesta, no te dice algo eso? —le dice mi padre, con la vista puesta en la carretera, para luego desviarla hacia mí, por el espejo retrovisor. Me quedo mirando y sonriendo, a este viejo gruñón, pero adorable. Nunca hemos sido niñas mimadas, ni consentidas. Ellos querían que tuviéramos nuestras propias batallas, que las lucháramos y si perdíamos, allí estaban ellos para curarnos las heridas. Está dolido, lo sé, no deje que se me acercaran y para ello escapé lejos.
Me guiña un ojo, yo se lo devuelvo y su mirada regresa al asfalto, guiando el coche hacia nuestra casa.
—Cariño —mi madre me saca de mis pensamientos—, hemos pensado, que querías ir a casa a darte un baño y luego al velatorio.
—No, de verdad. Prefiero ir directamente al tanatorio, no estoy cansada. Fue un viaje corto —digo sin pensar.
—Aja! —grita mi hermana—, entonces estás cerca, cabrona.
—¡Laura! –gritan mis padres a la vez, yo me rio y la hago burla—, ¡Patricia! —gritan riéndose—, entonces iremos donde tú digas —concluye mi padre. Me vuelvo a quedar mirándolo, está más canoso, pero guapísimo como siempre. Miro por la ventana y es cuando me doy cuenta de que ya estamos en el tanatorio. Algo en mí se remueve, estoy nerviosa y el motivo tiene nombre de ex marido. Entramos en el aparcamiento, hay mucha gente, son una familia muy conocida, no dudaba nunca que esto estuviera así.
Bajamos del coche, me coloco bien la americana, miro mi ropa, como si quisiera impresionar a alguien. Mis nervios van en aumento, parezco una adolescente en su primera cita. Mi padre me abraza por los hombros, da la impresión que me lee la mente, le doy un beso y le doy las gracias. Me indican por donde es la sala, mi corazón se va a desbocar en cualquier momento.
Le veo de lejos hablando con un grupo de personas, que le rodea. No quiero interrumpir, prefiero quedar en la retaguardia. Mira padres y Laura sí van a saludarle, mi hermana le abraza efusivamente, quedándose unos segundas abrazados. En cuanto se separan, él gira la cabeza hacia donde estoy yo, ahora entiendo lo que estaba haciendo mi
hermana, ella es tan discreta…
David no hace caso a nadie más, viene a mi encuentro, va abriendo los brazos y yo le dejo que me abrace. Huelo su colonia, hay cosas que no cambian, ese olor me embriaga, estaría así por horas. La gente nos mira con expectación, no deben de saber, que una pareja se puede separar y seguir siendo amigos.
—Siento mucho lo de tu madre, David —no recibo respuesta, solo un gran abrazo. Hay tanto silencio entre los dos, que me da la impresión de que está llorando.