Un verano para enamorarse

Amor de verano 9

Son las doce menos diez, no dejo de mirar el reloj, estoy nerviosa, como si fuera nuestra primera cita. Me miro y remiro en el espejo. La ropa, el pelo…


A falta de un minuto para la hora, como siempre puntual, llega David. No hace falta que se baje del coche para buscarme, salgo de casa, cierro con llave y me encamino al coche, pero él ya se bajó y me está esperando con la puerta del copiloto abierta.


Para no ser interrumpidos por algún conocido, me dice que nos vamos al norte de la isla, así seré enteramente suya.  


Es tontería, pero esas palabras, me hacen sentirme querida, amada. Al momento recuerdo que él tiene su chica. Me digo a mí misma, que solamente quiere ser amable y no quedar mal conmigo.


Como bien dijo, vamos por la costa de la isla, admirando las calas y los pueblos preciosos que tenemos aquí. Hablamos de todo un poco, menos de nuestras vidas, este último año.


Llegamos a Santa Eulalia, donde me dice que tiene reserva en un restaurante con muy buenas críticas y que tendremos comida para los dos. Se acuerda que a mí, me gusta comer pescado, sobretodo fuera de casa y él siempre es más de carne.


Para no discutir sobre el maridaje, elige un vino blanco, el que me gusta, como no. Da la impresión que me quiere conquistar, como cuando éramos novios.


La comida es agradable, no sólo la compañía, el restaurante tiene unas vistas preciosas. Comemos mirando hacia el mar, con el sol de acompañante.  
Me propone dar un paseo por el paseo marítimo. Acepto, aunque la comida fue ligera, un paseo nos viene bien. Quiero preguntarle por su chica, pero no me atrevo, no creo estar preparada para la respuesta.


—¿Sales con alguien, Patri? —directo al grano, mi chico.


—Pues es difícil esa respuesta —de reojo veo, como me mira extrañado—, ¿seguimos hablándonos con toda la verdad? —asiente.


Le empiezo a contar sobre mi amigo desconocido, no me callo nada. Le pido que nos sentemos en un banco del muro. Le miro y cuento que hemos quedado dentro de dos días para conocernos, me da la impresión que está tenso, pero lo sabe disimular. Me pregunta si va a venir a la isla y le digo que hemos hablado de un sitio neutral. Y es cuando le suelto, que nos vamos a ver en Marbella.


—Valla, de todos los sitios de España, vas a elegir nuestro lugar de escapadas —su voz es triste y melancólica.


—No lo elegí yo, él me dijo ese sitio y…


—Tú no dijiste que no —el tono endurece, parece que le duele, al igual que a mí, saber que tiene a otra.


—David, si le hubiera dicho que no, tendría que explicarle porqué no quiero —me justifico.


—¿Tiene algo de malo que le cuentes de ese sitio? Seguro que lo entendería —me sigue reprochando, no entiendo que se ponga así—, si yo me llevara a una chica a nuestro lugar, ¿qué te parecería? —una punzada en el corazón, me dice que no me gusta.


—Si le tengo que explicar, tendría que hablarle de ti y no creo que sea de buen gusto hablar de mi ex —veo que se levanta y como no tengo medio de transporte, voy tras él.


Nos montamos en el coche y por el camino que coge en la carretera, volvemos al pueblo. No tiene derecho a ponerse así.


—David, no tienes derecho a enfadarte. Tú tienes a alguien en tu vida y no te lo echo en cara —me mira como si no supiera de que hablo—, la chica del otro día en el club, la que quiso ligar contigo, es mi jefa. Me dijo que le contaste que tienes a alguien y que estás enamorado de ella —me mira sin parpadear, ni siquiera ha puesto la llave en el contacto—,  por eso te conté lo de mi amigo, si tú has vuelto a enamorarte, yo quiero intentarlo.


—¿Estás enamorada de él? —le miro como si le saliera tres cabezas del cuello—, ¿por qué me miras así?


—No, no estoy enamorada. Ni siquiera lo conozco. No hablo del físico, por mensajes todo es muy bonito, pero en persona es otra cosa. Me tengo que arriesgar a saber si es un psicópata, salido de un manicomio —mi comentario le hace reir—, ¡quieres saber, porque le dije que sí, a vernos en Marbella? —asiente, aunque no le hace gracia—, tengo la teoría, que si puedo estar con otra persona, en el sitio donde he sido tan feliz contigo, eso quiere decir que puedo rehacer mi vida.  


—Es una buena teoría, lo que pasa que me sorprendió cariño.


—No lo hago para hacerte daño, de verdad —le digo, jugando con su pelo, recuerdo que le encantaba que le tocara en pelo. Le echo de menos, si hubiéramos sido sinceros hace unos años, esto no estaría ocurriendo.


Nos ponemos en marcha, me siento bien, por contárselo. Pero en el fondo, no sé si estaré haciendo bien, yendo a ese viaje. No quiero que mi amigo se haga falsas esperanzas. Aunque por otro lado, pudiera ser, que fuera él, el que no quiera nada conmigo, nunca se sabe.


Llegamos al pueblo, coge el camino que lleva a mi casa. Quedamos un momento en silencio dentro del coche, sin saber que decirnos. Estoy esperando a que me diga que no coja ese avión. Estoy esperando a que me diga que me quiere y que lo intentemos.


—¿Me prometes una cosa? —me pregunta mirando al horizonte, como no contesto mira hacia mí—, necesito que me prometas algo.



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En el texto hay: verano, romance, amor de verano

Editado: 11.08.2022

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